El mes de diciembre proviene del calendario romano primitivo, atribuido al rey Rómulo (siglo VIII a.C.), que constaba de 10 meses lunares de 304 días. "Decem" significa "décimo" en latín, ya que era el último mes, antes de un período invernal sin nombre dedicado a ritos purificatorios. Numa Pompilio reformó el calendario etrusco que era una adaptación de ciclos lunares, que se basaba en los 365 días del año solar y los ciclos de la luna, añadiendo enero y febrero, pero diciembre mantuvo su posición. En 46 a.C., Julio César introdujo el calendario juliano, con Sosígenes de Alejandría, un astrónomo y filósofo alejandrino, notable por su intervención en la reforma del calendario romano, por disposición de Julio César, extendiendo diciembre a 31 días, para alinearlo con el año solar (365,25 días). Este sistema perduró hasta el calendario gregoriano de 1582. Diciembre marcaba el solsticio de invierno, 21-22 diciembre en el hemisferio norte, fin de las cosechas y renacimiento del sol, simbolizando cierre y renovación en la Antigua Roma.
En la relación con la Astrología, diciembre transita entre Sagitario, desde el 22 noviembre al 21 diciembre, signo de fuego, regido por Júpiter, asociado a expansión, viajes, optimismo y filosofía, y Capricornio, del 22 diciembre al 20 enero, signo de tierra, regido por Saturno, ligado a disciplina, ambición y estructura. El solsticio marca la "cúspide de la profecía" que se refiere a la interpretación astrológica, en el periodo astrológico, que cae entre los signos de Sagitario y Capricornio, justo alrededor del solsticio de invierno, entre el 18 y 24 diciembre, fusionando la pasión sagitariana con la determinación capricorniana, ideal para metas transformadoras, según la astrología.
Las vertientes astrológicas afirman, que esta frase, "cúspide de la profecía", describe a las personas nacidas en esta cúspide, indicando que poseen una naturaleza profunda y apasionada, y una orientación que podría interpretarse como "profética", o como un fuerte sentido de propósito, ya que es el punto de transición entre dos signos del zodíaco, refiriéndose a la ubicación del periodo, 18 al 24 de diciembre.
En la astrología romana, diciembre evocaba a Capricornio como cabra marina (mitad cabra, mitad pez), simbolizando ascenso desde la oscuridad invernal, alineado con el solsticio y el "renacimiento solar", el simbolismo astronómico del renacimiento de la luz, durante el solsticio de invierno, o al movimiento cultural del Renacimiento, que dio lugar a un nuevo "renacer" del conocimiento, con el sol, siendo un símbolo importante en este periodo.
Diciembre estaba agitado de festivales romanos, como las Saturnales, entre el 17 y 23 diciembre, en honor a Saturno, dios de la agricultura, caracterizadas por un ambiente de carnaval, permitían la relajación de las normas sociales, invertían roles sociales, (esclavos como amos), banquetes públicos, regalos diversos, guirnaldas y libertinaje. Seguían las Brumales, festividad pagana del solsticio de invierno en la Antigua Roma, celebrada en honor a varios dioses, especialmente a Baco (Dionisio) y Saturno. También se asocia con el culto al dios sol, Sol Invictus, deidad solar romana del "Sol Invicto", enfatizando la luz y la victoria. Su culto se popularizó en el Imperio Romano tardío, especialmente bajo el emperador Aureliano, quien lo estableció como el dios solar oficial y la celebración tenía elementos similares a la actual Navidad.
La celebración de las fiestas de las Saturnales, se realizaba durante la época más oscura y corta del año, con banquetes nocturnos, bebida y rituales para celebrar el "renacimiento" del sol, y el como el nacimiento del Sol Invicto, en latín, "Natalis Solis Invicti", el 25 diciembre, llevada a cabo poco después del solsticio de invierno, por lo general el 25 de diciembre, y la fiesta de Saturnalia que empezaba el 17 de diciembre y duraba 7 días, en honor al dios de la semilla y del vino, celebrando el solsticio con luz, venciendo la oscuridad.
Otras influencias festivas del mes de diciembre incluyen el "Yule germánico-escandinavo", de origen germánico y nórdico, que celebraba el solsticio de invierno, el renacimiento del sol y el retorno de la luz, tras la noche más larga del año. Esta fiesta duraba doce días, comenzando alrededor del 21 de diciembre con troncos encendidos, árboles perennes adornados y banquetes para Thor y Freyr, dos deidades nórdicas distintas, Thor es el dios de la guerra, el trueno y la fuerza, mientras que Freyr, es el dios de la fertilidad, la paz y la prosperidad. Todas estas festividades paganas fueron absorbidas en la navidad cristiana. La Iglesia Católica, para facilitar conversiones, fijó la Natividad de Jesús el 25 diciembre en el siglo IV, superponiéndola a estas fiestas paganas, pese a que los Evangelios sugieren la primavera.
Entre los personajes asociados al mes de Diciembre son diversos, pero en este artículo, especialmente me voy a referir a Constantino I el Grande (272-337 d.C.), el Emperador que legalizó el cristianismo, mediante el Edicto de Milán, en febrero 313 d.C., un decreto emitido por los emperadores Licinio y Constantino que garantizaba la tolerancia religiosa, en el Imperio Romano, poniendo fin a las persecuciones contra los cristianos, que promovió el domingo como "dies Solis", día del Sol en latín, y ayudó a fijar la Navidad el 25 diciembre, unificando Sol Invictus, deidad romana, con Cristo.
La visión Constantino en la Batalla del Puente Milvio (312 d.C.) En 312 d.C., y su relación con el mes de diciembre. Cuentan las narrativas históricas que antes de la Batalla del Puente Milvio, el emperador Constantino tuvo una visión celestial, en la que vio un símbolo de la cruz. Se dice también que Constantino escuchó la frase: "Con este signo vencerás". Esa noche también tuvo un sueño en el que soñó que le dijeron, que usara ese símbolo (la cruz) para obtener la victoria. Constantino mandó a sus soldados a pintar este signo en sus escudos y estandartes, lo que simbolizaba su conversión y protección divina en la batalla, siendo el vencedor; lo que sirvió de apoyo al papa Julio I, (337-352 d.C.) para consolidar y establecer oficialmente el 25 diciembre como Navidad, estrategia para absorber el paganismo. De tal manera diciembre encapsula la fusión de lo pagano y el cristiano, del caos festivo, a la luz renovada, moldeando tradiciones globales, como la navidad, convertida en una fiesta católica universal.