De las fobias humanas y otras infamias

Se trata de un título engañoso este, pero es que necesitaba captar su atención -apreciada lectora, estimado lector-, sobre un tema extremadamente delicado, que se está ventilando de la peor manera con la ignominiosa idea de pescar en el cenagoso río de los sentimientos más primitivos que se ocultan en fondo de las almas incautas y como dicen que "lo que es igual no es trampa", me valgo del morbo que pudiera despertar el encabezado para atraer su atención más allá de este párrafo.

Infamia como sinónimo de deshonor desata la manipulación actual sobre ese sentimiento que nace de la gregaria condición del ser humano. Desde que el peligro circundante nos hizo guarecer en la seguridad relativa de una caverna, el hombre inerme, carente de grandes colmillos, sin garras, con fuerza limitada, desprovisto de armadura, cubierto de una piel lampiña y delicada, comenzó a desarrollar de manera singular, un espíritu de grupo inherente a los primates que, en su estado natural se agrupan para obtener la exclusividad sobre un territorio y los recursos alimenticios, de refugio, de fuentes de agua, de herramientas y de hembras que este trae aparejado. Los grandes simios defienden con fiereza la posesión de ese espacio que pudiéramos entender como su patria, llegando hasta el asesinato del invasor si éste tiene el infortunio de encontrase en minusvalía de número, de fuerzas, o en condición física mermada bien por hambre o por enfermedad.

El agruparnos nos llevó a civilizarnos, a generar estrategias para surtir las necesidades, de alimentos, vestido, moradas, a las comunidades cada vez más populosas que constituían esas primigenias partidas, que al crecer numéricamente se fueron haciendo tribus, clanes, Estados. Pretendimos dominar el egoísmo, intentamos dejar atrás la injusticia de abandonar al enfermo, al anciano, al discapacitado por el simple hecho de no poder aportar nada a la estrecha comunidad ya consolidada. Generamos herramientas que nos liberaros del estigma de ser inhumanos… del fuego al hacha de pedernal, de la rueda a las artes.

Pero ese gusanillo misterioso, ese diablillo escondido por allá en el hipotálamo, se reaviva cada vez que estamos en crisis, se escapa del control del intelecto y surge zigzagueante y rastrero como el áspid, emboscando al desvalido, echando todas las culpas, de las malas cosechas, de las sequías, de las epidemias, de cualquier cosa sobre los hombros de los miembros de otro clan que haya osado penetrar en nuestro coto de caza.

A eso los griegos le llamaron xenofobia, palabra compuesta por "xenos" extranjero y "phobos" temor. Y lo que en principio definía el miedo a los extranjeros, con el tiempo pasó a representar la ignominia que significa el recelo, la hostilidad, el desprecio, las agresiones, el rechazo hacia el resto de los hombres, distintos a nosotros en aspecto, color, creencias, costumbres o nacionalidad.

Si existe un país en la bolita del mundo ajeno a ese sentimiento segregacionista, me ufano en pensar que es el nuestro. Nada más lejano a nosotros los venezolanos que apartar a otros seres humanos. Desde la época de la conquista nos hemos convertido en receptores pasivos o activos de oleadas de inmigrantes. Los españoles que nos colonizaron, los africanos que estos trajeron en contra de su voluntad para ser explotados atestiguaron en esta tierra la integración como motivo del criollo forjado en este "crisol de razas". Aventureros, corsarios, cimarrones y manumisos encontraron un hogar en estos parajes. Oleadas de expatriados del viejo continente encallaron sus maletas y sus sueños en nuestras costas huyendo de las grandes conflagraciones. Del medio oriente escapando de la beligerancia del desierto llegaron por igual árabes y judíos y todos fueron bien recibidos. No hubo cuidad de Venezuela que no tuviera su baratillo, su "baisano", no hubo pueblo por más recóndito que fuera a donde no llegara un "cotero", un musiú que llevara hasta las puertas de los hogares más humildes sus mercaderías. La diáspora caribeña vio refugio seguro en nuestro país así fueran heladeros, periodiqueros, buhoneros, etc. Ahora vemos florecer la colonia asiática y me permito acotar que muchos de ellos ya se han "tropicalizado"… no les extrañe verlos sentados por allí pegando gritos en una tasca, con unas cuantas botellas de cervezas vacías y medio llenas sobre la mesa y saltando de alegría cada vez que sutano mete un hit o anota una carrera mengano.

Más de cinco millones de ciudadanos colombianos atestiguan con su presencia el espíritu de integración con que hemos recibido los venezolanos a los desplazados neogranadinos, empujados por la violencia, por el narcotráfico, por la guerra civil que la desigualdad desató como un huracán por toda la Nueva Granada.

Sin mezquindad sus hijos estudian en nuestras escuelas, sin sobresaltos o con las mismas turbaciones con las que nosotros acudimos a nuestros hospitales son atendidos sus enfermos. Las amas de casa, los ancianos, los discapacitados de origen colombiano disfrutan con el mismo monto de las pensiones que disfrutan los venezolanos. 25 % de los hogares construidos por la "Gran Misión Vivienda Venezuela" han sido asignadas a nuestros hermanos neogranadinos.

Somos tan dudosamente xenófobos que, cientos de colombianos se encuentran en nuestros hospitales cursando estudios de postgrado porque sencillamente en su nación se les impide la formación si no tienen las astronómicas cifras de dinero que deben desembolsar para matricularse. Somos tan atípicamente xenófobos que a nadie se le niega sea de la nacionalidad que sea el comprar bienes, alimentos, prosperar en esta tierra bolivariana.

Enceguecidos por nuestra solidaridad andan por allí miles de ciudadanos de otras latitudes que ahora pueden ver el sol y disfrutar de la naturaleza y sus colores, gracias a una operación gratuita que les ha devuelto la vista. El corazón se les debe sacudir de un sobresalto a miles de padres extranjeros que en el Hospital Cardiológico Infantil han disfrutado del don de desprendimiento de esta tierra que les ha permitido a sus hijos correr como caballos saludables, libres, felices, desbocados.

Hay cientos de fobias descritas, entre nosotros hay unas cuantas almas que padecen en silencio sus temores más profundos, sus recelos primitivos, sus aprensiones más arcaicas. Cromofobia engloba el temor a los colores, pero cuando ese miedo está dirigido al rojo de la sangre, como le sucedía en una película de Alfred Hitchcok a la protagonista llamada Marnie, quien a causa de un trauma de la infancia sentía morir de pánico ante el escarlata revolucionario, eritrofobia es el que le calza.

Ese miedo pernicioso al comunismo y a los que sin mirar a quien ayudan define al insurgente, se conoce como bolsefobia y de eso están sufriendo muchos que le temen a quienes con desprendimiento ceden parte de su patrimonio a resolver las carencias de otro ser humano.

Chitofobia padece el que tiembla ante una mano extendida que pide ayuda desesperada.

De xenofobia no podemos hablar en un país tan mestizo que en vez de árbol sus habitantes poseen una enredadera genealógica. Del concepto de raza deriva el vocablo racismo y con esta mixtura genética que es el Caribe de todo podríamos hablar menos de razas. Singenesofobia es el término médico para quien teme a sus parientes, a sus más cercanos a sus vecinos, a los colombianos ya que no he escuchado de "colombeiofobia" que seguramente será mi aporte a la real academia.

Ciertamente tropofobia es el miedo a los cambios, al progreso de los otros y se empareja con el pavor a aprender: sofofobia.

Desde que yo era niño he vivido con este oleaje anticolombiano, que se desata como cuando el mago del circo saca de la chistera al conejito blanco. Pero este conejo es un desalmado. Si bien es cierto que al colegio fui vistiendo unos pantalones Ruxton o Caribú, calzado con medias Punto Blanco compradas en un LEY y que la mitad de mis tareas las escribí en cuadernos Norma, también es cierto que mis padres no pasaron al otro lado del río Táchira para fundar un barrio en donde se concentraran todas las lacras de las que es capaz el hombre de hacer en contra de otros seres humanos. Es verdad, muchas de las provisiones de nuestros mercados fueron adquiridas en el lado colombiano pero mis viejos nunca "bachaquearon" y los habitantes de Cúcuta ni se quejaban porque total ellos tampoco tenían como acceder a esos productos que traíamos "importados" porque sencillamente estaban pelando. Por eso se venían hacia Venezuela, por eso migraban.

Esta coyuntura política como le gusta decir a los ilustrados tiende a desatar un sentimiento terrible pero mal enfocado. Hasta hace algunos meses atrás la dirigencia opositora gritaba, vociferaba en todos los foros internacionales pidiéndole a Nicolás Maduro que mostrara su partida de nacimiento porque según ellos nuestro presidente era colombiano. Ahora, que quieren obtener beneficios políticos resulta que Nicolás es xenófobo y anticolombiano.

Realmente el problema de los hermanos colombianos desplazados es un asunto complejo y de magnitudes titánicas, pero para resolverlo debería estar el estado colombiano y nosotros, solidarios como predicamos, interceder para auxiliar a su gobierno en la resolución de su conflicto armado, en la disminución de las diferencias abismales entre ricos y pobres de sus pobladores, que es el verdadero origen de este mal que nos tiene un tanto acogotados.



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Carlos Pérez Mujica


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