¡No crean en llantos de "Decanos" ni en cojeras de "Rectores"!

Y menudiando los tragos

Aquel viejo como cerro-
"No olvidés, me decía, Fierro
Que el hombre no debe creer,
En lágrimas de mujer
Ni en la renguera del perro".

Martín Fierro

"El hombre no debe creer

Ni en la cojera de un perro

Ni en el llanto de mujer"

Mi abuelo.

 

La Universidad venezolana es un barco a la deriva que lentamente, se deshace corroído por el salitre de la indiferencia. Abandonadas por todos (propios y extraños), nuestras máximas casas de estudio sufren las consecuencias de una inanición prolongada.

Malqueridas o ignoradas desde siempre por los gobiernos de turno -o al menos desde que tengo uso de razón-, nuestras universidades han estado batallando constantemente en contra la indolencia del "Ejecutivo Nacional", pero además contra el desdén de sus propias autoridades, contra la indiferencia de muchos de sus trabajadores (llámense estos profesores o personal administrativo, técnico u obrero), contra la ingratitud de sus egresados y en contra del desagradecimiento general de una ciudadanía que, las siente tan lejanas, tan apartadas de las necesidades del pueblo, que decidieron desentenderse de ella y mejor abandonarlas.

Las asignaciones presupuestarias que se les han otorgado a las Universidades, siempre han sido deficitarias. Y ahorcadas por los famosos "Presupuestos reconducidos", sumados al incremento constante en las exigencias matriculares y al aumento considerable en los gastos de funcionamiento (nóminas de jubilados cada vez más grandes, contrataciones de personal hechas a la ligera con intereses netamente clientelares, primas cada vez más elevadas para cubrir gastos y prebendas de algunas de sus autoridades, etcétera), pues las privaciones económicas han generado una anemia de afectos y en consecuencia un marasmo infranqueable en su actividad.

Esta desnutrición presupuestaria ha conducido a desarrollar una especie de síndrome de Kwashiorkor educativo y en consecuencia se ha limitado la producción de graduandos de alta calidad, que es lo que uno espera como productos finales de la gestión pedagógica universitaria.

Pero además las Autoridades que las regentan, en muchos casos se han dedicado a la explotación y el pillaje, que disimulan torpemente con el cuento de la escases de recursos. Saqueadas desde adentro y vandalizadas desde afuera o viceversa, el abandono que padecen se oculta con la denuncia.

Pero resulta altamente llamativo que esas "denuncias" siempre salen de la boca de personeros del ambiente universitario que -como constante-, aspiran a un cargo sindical. Presidentes de asociaciones -sean estas de profesores, empleados o personal técnico-, sindicalistas o aspirantes a serlo, dirigentes estudiantiles o saltimbanquis de la fauna política local con ambiciones, se yerguen en voceros de la acusación acalorada, pero que se extravía en el ambiente como el polvo que barre la ventolera.

Desde siempre -repito-, "la Universidad" ha estado debatiéndose entre la caquexia y el desamparo. Así lo reflejan los hechos históricos, que quien quiera puede constatar consultando los anuarios de cada una de las instituciones involucradas, o asomándose a algunos recortes hemerográficos, o a los sesudos tratados que al respecto se han escrito.

Los estímulos que atraían a los mejores individuos hacia el recinto universitario, se fueron esfumando, la amabilidad salarial que generaba una holgura económica envidiable desapareció. Las posibilidades de formarse hasta alcanzar por méritos los peldaños académicos más elevados se evaporaron. El prestigio que acompañaba al profesor se desvaneció. La sensación de ser una persona respetable dentro de una comunidad, se fue por el alcantarillado y de toda esa parafernalia universitaria ya sólo queda un cascarón resquebrajado.

Dice la Profesora Cristy Rangel en su artículo "Universidad pública: ¿La quiebra de un modelo?" (https://prodavinci.com/universidad-publica-la-quiebra-de-un-modelo/?fbclid=IwAR1Meh15AVt0Jy-2lk6UZ-eCK7UK4HYdmBuQG-KfPbj4Xcqt9x3HgbXlXSc):

"porque no es sostenible que los profesores y trabajadores solo reciban un salario emocional por la gratificación de trabajar en su vocación mientras padecen y ven padecer a su entorno familiar por carencias básicas; no es sostenible que vivan de la caridad de sus familiares en el extranjero porque es una situación de excesiva vulnerabilidad que las contingencias como la pandemia por COVID-19 dejaron al descubierto; no es sostenible que las universidades se mantengan abiertas si sus profesores y trabajadores deben tener dos o tres trabajos y altísimas exigencias para financiar ellos la enseñanza".

De mi experiencia académica universitaria puedo comentar que los primeros años fueron de solemnidad y esplendor. Pude adquirir vivienda y vehículo, tuve la oportunidad de estudiar, de formarme y hasta de viajar. Luego de manera paulatina e insensible, las posibilidades para investigar, para ir a congresos y seminarios, de tener una vida académica mínima, se fueron alejando cada vez más y más.

El país se sumergía en un abismo y con él se hundían las opciones de muchos de nosotros. Individuos en los cuales la nación había invertido ingentes recursos para formarlos, empujados por las penurias económicas que jamás previeron para sí, decidieron abandonar el barco y dedicarse a su profesión original.

De esa pléyade de profesionales que la universidad ha eyectado hay los afortunados que cuentan con una ocupación cuyo ejercicio profesional aún resulta lucrativo. Los de actividades tradicionales como médicos, ingenieros, economistas o abogados, o de carreras novedosas e insurgentes como diseñadores gráficos, programadores y hasta los comunicadores sociales transmutados en "influencers" son los que menos han sentido estos cambios tenebrosos pero, otros con menor fortuna formados en áreas menos rentables, están pasando las de Caín y más aun los que están a un paso de la jubilación.

Profesores contratados a medio tiempo o a tiempo convencional, deberían ser sujetos a un análisis psiquiátrico, pues o tienen almas de faquires o están condenados a una vida masoquista camino de la locura.

Usted puede amar lo que hace, cómo no; puede sentir que al entrar a clase se transforma en un tribuno disertando acaloradamente ante los magistrados del senado romano, puede mirarse en el reflejo de esas decenas o hasta centenares de pares de ojos adolescentes, en donde brilla de tanta admiración juvenil su propia figura, pero esos sentimientos grandilocuentes no le eximen de la tragedia a la que están exponiendo a su familia, con un sueldo que a duras penas si alcanza para cubrir algunos gastos inherentes al pago de la factura del gas o a la compra de un cartón de huevos. Sin posibilidades de afrontar la menos virulentas de las enfermedades. Sin la más mínima probabilidad de ofrecerles a sus hijos las oportunidades que él mismo disfrutó.

Allí es cuando llega el momento en el que estás enseñando y a la vez estás pensando en que les estás metiendo ideas locas a las cabezas de un puñado de jóvenes que -impresionables como son-, aspiran algún día a ser como tú.

Entonces en un instante de iluminación te das cuenda de que existe una constante: las denuncias acerca de los robos, desmantelamientos o abandono de las instalaciones universitarias jamás salen de la boca de alguna de sus autoridades.

Rectores impasibles, decanos imperturbables, electos para una gestión de cuatro años y que llevan el equivalente a tres periodos consecutivos, es decir doce largos años ocupando el cargo se hacen de la vista gorda ante el desmoronamiento de nuestras universidades, y es previsible pues al final, cada uno de ellos sigue disfrutando de las prebendas que se han ido acumulando en torno a esos cargos.

Usted que tiene que pernoctar en una cola abrazado a la esperanza de colocar unos cuantos litros de gasolina, jamás verá a alguna de esas autoridades universitarias en esos menesteres, puesto que primero la universidad cuenta con su propio surtidero y luego si allí no hubiese combustible, les bastaría "chapear" a alguien, y con una llamadita resolvería elegantemente el problema. Pero además para mantener su imagen de demócratas anti-régimen, envían a uno de sus choferes a que hagan el mandado por ellos.

Desde mi ya lejano tránsito estudiantil universitario jamás he sabido de un "rector" que se quede varado en un aeropuerto por carecer de boletos, jamás ha aparecido su nombre una lista de espera, jamás les ha tocado peregrinar de taquilla en taquilla, ¡adelante, pase usted señor "Autoridad"!.

En la práctica, estas autoridades se han desvinculado tanto de sus oficios originales -es decir de la docencia, la investigación y la extensión-, que se han vuelto unos resabiados politiqueros, que no entienden las penurias que vivimos los verdaderos universitarios por ellos representados.

Las innumerables hectáreas que constituyen los recintos universitarios hoy lucen en ruinas. Después de albergar tanto conocimiento, ahora son nido de alimañas, sus pasillos antes recorridos por bulliciosos estudiantes actualmente son transitados por perros roñosos.

La Universidad soñada no sólo servía para recibir clases, proporcionaba infinidad de oportunidades para crecer, para ilustrarse, para convertirse en un ciudadano universal sin abandonar su campus. Proveía de instalaciones deportivas de primer orden, pero además dispensaba entrenadores y otros profesionales que permitían convertirse en un atleta de alto rendimiento a quién quisiera conseguirlo. Prestaba servicios de comedor, asistencia médico-odontológica, ofrecía residencia a quienes por los bajos ingresos de sus padres viese amenazada su permanencia universitaria por falta de vivienda.

Pero además, la Universidad te permitía pensar, decidir cuál credo abrazar, qué corriente del pensamiento asumir y con cuál tendencia política identificarte.

Me tocó ser dirigente estudiantil en una universidad en la que la pugna política era mucho más que una diatriba entre adecos, copeyanos e izquierdistas. Era el momento de la lucha por la igualdad de oportunidades para ambos sexos, de la aceptación de las diferencias, de la batalla por la liberación de los pueblos, del combate a favor del medio ambiente, de la pugna en contra del capitalismo salvaje, del debate de ideas profundas, revolucionarias, de la negación absoluta del fin de la historia.

Ahora miramos con tristeza las ruinas de un recinto sagrado, mientras sus representantes, sus cuentadantes o como quiera que ellos mismos se envanecen en llamarse, miran desde sus poltronas como se les viene encima de a poquito en poquito el cielo raso de sus lujosas oficinas.

 



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Carlos Pérez Mujica


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