Por lealtad al pueblo que lo ama, Hugo Chávez luchó por la vida hasta el final y fue así que murió como Presidente de la República en funciones. No podía esquivar la candidatura en 2012 y pasar a retiro prematuramente porque eso habría creado desconcierto entre algunos votantes revolucionarios y la fuerza electoral podía decaer frente al antichavismo.
Tampoco podía renunciar como Presidente recién ratificado en su etapa postoperatoria de los últimos meses (a pesar de la perversa presión mediática de la oposición) porque eso habría afligido a la mayoría bolivariana en rumbo a la elección presidencial sobrevenida.
Lo cierto es que mientras hubiera vida, había esperanza. Fue justo y necesario dar la batalla junto al pueblo. En toda enfermedad hay dos escenarios: curación o agravamiento. Esta vez, lamentablemente, ocurrió lo negativo. Aunque termina una vida biológica, sobrevive la doctrina (chavismo) fundada por uno de los más grandes revolucionarios en la historia de la humanidad.
Sacar algo positivo de la desgracia fue una virtud principal de Chávez. Ya 21 años atrás, aquel 4 de Febrero “el Arañero de Sabaneta” convirtió una derrota militar en el triunfo que cavó la fosa del bipartidismo burgués y lo llevó a la Presidencia.
Hoy su admirable sacrificio inspira a millones de seguidores a dar cumplimiento al testamento político de quien murió al servicio del pueblo: “Elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”
No podrá la contrarrevolución con sus mentiras desmoralizar ni hundir en tristeza al pueblo chavista, mucho menos provocar el abstencionismo de nuestros compatriotas. Que nada nos saque de la ruta electoral, la clave del triunfo popular radica en el poderoso tridente Chávez, Pueblo y Sucesor.
Constitucionalista. Profesor de estudios políticos e internacionales UCV.
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