La vacuna de la muerte

La denuncia que, valientemente, realizara Teresa Forcades en el video tomado en el convento en el cual mora, ha destapado aún más la olla de la responsabilidad de empresas transnacionales farmacéuticas (Ella ha denunciado concretamente a una gringa llamada Baxter), en la fabricación de material para vacunas que iba cargado con virus cruzados de gripe aviar e influenza común, pero reforzado con aditivos prohibidos porque ocasionan daños neurológicos incapacitantes para las víctimas adultas que los han recibido. En el mejor de los casos.

El sábado pasado, en el CELARG, en donde estuvo con el Dr. Eduardo Samán, Ministro de Comercio, Roberto Hernández y Vladimir Acosta, la monja benedictina reiteró esas denuncias, añadiéndoles otros detalles, omitidos en el video por ser demasiado increíbles, de los cuales hablaremos en otro momento.

Un técnico de laboratorio responsable, de una empresa de República Checa, probó la vacuna en diez comadrejas que murieron después de la inoculación del químico, salvando así la vida de más de sesenta mil personas, y frustrando la fabricación de una pandemia realmente mortal, que habría disparado las ventas de la Baxter y otras análogas, y habría eliminado un alto porcentaje de la población de la Tierra.

Relata la religiosa que el suceso ocurrió a finales de enero de 2009, antes de que se pusiera de moda la “pandemia” mediática de H1N1, gripe “benigna”, que tiene síntomas menos fuertes que cualquier gripe de estación, pero que fue declarada como pandemia por la Organización Mundial de la Salud, muy a la conveniencia de las empresas que fabrican las vacunas, sobre todo la famosa Tamiflú que, según las referencias de que se dispone, tiene muy poca acción contra la gripe, pero sí unos efectos secundarios peligrosos para la salud humana.

Observando los tiempos, el cambio de las normas de la OMS para declarar pandemia, a pesar de la relativamente escasa cantidad de víctimas mortales de la famosa porcina, y la campaña mediática según la cual cualquier estornudo es peligroso, además del publicitado pánico de México con sus tapabocas de marca, todo este proceso, parece ser la continuación de la campaña ya prevista para el supuesto de que las vacunas vendidas a República Checa hubiesen sido distribuidas y aplicadas, con la correspondiente mortandad que eso habría traído. Sólo que tal vez se activó el “plan b”: el cambio de las normas. Querían tener una pandemia, verdadera o falsa, porque la nueva estrategia de marketing para las transnacionales farmacéuticas parece incluir la fabricación de las víctimas y de las enfermedades, para las cuales ya han producido los medicamentos.

La patente en manos de esas empresas, que les otorga la exclusiva de la comercialización de los medicamentos, es la garantía que tienen de que toda esa campaña, todos esos crímenes cometidos o intentados, toda esa inversión, los favorecerá a ellos y a nadie más.

Dado el nivel ínfimo de responsabilidad social de tales empresas, el desprecio por la vida humana en función del enriquecimiento y la impunidad que disfrutan después de todo lo que han hecho, es menester revisar la existencia misma de las patentes, por lo menos para los productos farmacéuticos que implican un riesgo para la vida humana.


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Andrea Coa


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