La crítica como ciencia

En los días siguientes al evento organizado por CEDICE, con Mario Vargas Llosa y otros pensadores representativos de la derecha internacional como invitados, el Centro Internacional Miranda promovió un debate que ha generado múltiples opiniones, sobre el papel de la crítica en los procesos revolucionarios y en el nuestro en especial. Esa gran cantidad de opiniones que se ha vertido sobre el tema ha dejado claro que había una necesidad urgente de un espacio crítico, desde el cual se pudiese ventilar los desacuerdos y las objeciones al proceso revolucionario bolivariano, hechos por personas que están participando en los cambios, no por enemigos de la revolución. Me voy a permitir contribuir al intercambio de ideas con algunos apuntes elaborados a partir de la obra de Karl Marx, el intelectual revolucionario alemán, autor de la más profunda crítica del sistema económico capitalista.

La principal expresión del pensamiento revolucionario de izquierda es el marxismo. La importancia de la crítica para el marxismo está reflejada en el subtítulo de la obra fundamental de Marx: “El capital. Crítica de la economía política”. El genial alemán dedicó su vida intelectual a “criticar” la economía política y no mediante una crítica filosófica, como pudiera ser la del filósofo Kant en su obra “Crítica de la razón pura”, sino a través de una crítica radical de todo lo que habían escrito los economistas políticos hasta el momento. Figuras emblemáticas de la economía política, como Adam Smith y David Ricardo, fueron sometidas al afilado bisturí de la crítica radical de Marx. Pero, ¿en qué se diferencia la crítica marxista de otros tipos de crítica?

Para respondernos debemos comenzar por recordar el papel que tiene la práctica en las ideas de Marx. Él dice, en sus Tesis sobre Feuerbach, que en la práctica es donde el pensamiento demuestra su poder y la más conocida de estas tesis, la undécima, dice que los filósofos se han conformado con interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Como puede verse, Marx tiende a hacer del pensamiento una herramienta para el cambio, busca que las ideas revolucionarias se conviertan en hechos revolucionarios.

¿Cómo pueden los filósofos transformar el mundo? O, formulada la pregunta de otra manera, ¿cómo puede el pensamiento convertirse en un instrumento práctico? En las respuestas de Marx a estas preguntas sale a relucir el carácter revolucionario de sus ideas: Marx reivindica la crítica destructiva. Algunos de sus seguidores lo defendían de acusaciones que consideraban injustas, sin comprender que realmente no le afectaban. Así pasa, por ejemplo, con Karl Kaustky: “Se acusa a Marx –escribe Kautsky– de ser un espíritu negativo: un crítico destructor que no ha creado nada positivo”. Marx no habría visto esto como una acusación, sino como una correcta interpretación de sus ideas: “...la crítica –dice Marx– no es una pasión de la cabeza sino la cabeza de la pasión. No es el bisturí anatómico sino un arma. Su objeto es su enemigo al que no quiere refutar sino destruir”.

Una actividad netamente intelectual, la crítica, tiene para Marx capacidad destructiva. ¿Cómo se produce ese proceso de destrucción crítica? Aquí entra en escena la ideología. Los pensadores burgueses se dedican a crear teorías que justifiquen el sistema económico capitalista, es decir, a crear una ideología capitalista o burguesa, que cubre con un manto de apariencias el modo de producción basado en la explotación de la fuerza de trabajo. Esa ideología presenta como normal o justo que se produzcan bienes necesarios para la vida de la sociedad sometiendo a los trabajadores al régimen asalariado. Marx emprende la crítica de esa ideología y destruye con sus argumentos ese manto de apariencias. He aquí el ejercicio destructivo de la crítica que es, a la vez, un ejercicio práctico, pues va dejando al desnudo el verdadero papel jugado por los teóricos burgueses, como abogados de determinados intereses.

Crítica contra ideología: He aquí la lucha de las ideas, en la que la crítica desempeña el papel revolucionario, mientras que la ideología lo desempeña reaccionario o conservador. Y la crítica tiene que ser destructiva, para que cumpla su papel, porque si fuera constructiva dejaría sobrevivir residuos ideológicos que nublarían la cabal comprensión del sistema capitalista. Sin embargo, Marx tiene claro que el primer paso, la lucha de ideas, debe desembocar en el paso siguiente, la lucha real: “El arma de la crítica –dice Marx– no puede reemplazar, evidentemente, a la crítica de las armas, el poder material ha de ser derrocado por el poder material”. Así se define un programa de formación revolucionario: Un proceso de crítica radical de las ideas burguesas imperantes y un subsiguiente compromiso militante de lucha, para liquidar en la práctica lo que ya se ha desmontado teóricamente.

Pero, la crítica debe ser permanente, no debe cesar en ningún momento de la lucha, porque los residuos del sistema que se quiere sustituir, el capitalista, permanecen actuando en todos los espacios y, si no se extirpan por completo, se regeneran como los brazos del pulpo y llegan a ahogar la construcción socialista, como ya ha ocurrido en otras revoluciones. Lo único que puede mantener vivo a un proceso revolucionario es su permanente autocrítica. En ningún momento la crítica crea vulnerabilidad, al contrario, es el mejor modo de fortalecerse y renovarse.



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Luis Vargas


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