Los sofismas de Petkoff


En la conversación telefónica del Presidente Chávez con T. Petkoff, durante un programa de VTV en días pasados, quedó una vez más a la vista la capacidad charlatana de este último, charlatanería dentro de la cual parece haberse movido durante toda su vida pública, desde sus viejas épocas de es-tudiante de la UCV (época en que todo estudiante “pico’e plata” era considerado brillante) y luego de El Encanto, hasta su nueva época de mercenario complaciente. Por cierto, termina su conversación dicien-do que él no "acepta chantajes": debe ser que las hallacas que Chávez le ofrece resultan ridículas con respecto a las ofertas de la Democracia Cristiana, de la Coordinadora Democrática y de la "Gente del Petróleo", aquella que tenía un sueldo mensual promedio de 20 millones, por la que ahora él aboga in-sistentemente, de un modo muy curioso. En su constante charlatanería, como estilo de vida, está implí-cita la convicción profunda de que todos los demás son estúpidos. Quizás lo único que él no logra expli-carse es cómo, siendo los demás tan estúpidos, sea él mismo un individuo tan fracasado; no se explica cómo no lo admiran unánimemente ni por qué no es él el presidente y el héroe de Venezuela. “Pueblo ignorante, que no reconoce el talento”, dirá.
He aquí los dos grandes sofismas que nuestro insigne charlatán maneja en esa conversación.
1. La Parte por el Todo y la ética de “la gata de María Ramos”
Mete en un mismo saco a los demócratas y a los fascistas, pretendiendo que todos son "sana oposición", tratando de hacer creer que nadie es golpista y que todos merecen tener "un puente" de diálogo democrático con el gobierno, puente que, según él, Chávez rompió. Acusa a Chávez de haber roto los puentes con la "oposición" y lo invita a restablecer esos "puentes democráticos" (tratando de hacer creer que toda oposición es en sí misma demócrata).
Pero resulta que una cosa es la 'oposición demócrata' y otra cosa es el 'fascismo golpista'. Pet-koff quiere hacernos creer que la parte es igual al todo y que basta que dentro de los enemigos de Chá-vez haya algún minoritario sector demócrata para concluir que el sector fascista mayoritario es también demócrata. El charlatán nos pide que olvidemos a los militares criminales, antidemocráticos, y que sólo consideremos a los escasos opositores demócratas (por supuesto, él se incluye aquí mismo, como si nadie recordara aquella editorial de “Tal Cual” al día siguiente del golpe de estado de abril, célebre y descarada mentira que pasará a la historia).
Hay un momento de la conversación en que Petkoff le recrimina a Chávez el no haber diferen-ciado entre, por ejemplo, Carlos Ortega y la CTV y el haberse anclado en la figura particular del prime-ro, olvidando el carácter ‘institucional’ de la segunda. El charlatán quiere hacernos creer que, durante todo este asalto fascista a la democracia, la CTV fue siempre una “institución” y que funcionó indepen-dientemente de Carlos Ortega y de la oligarquía. Quiere hacernos creer que, siempre y en todo momen-to, de modo absoluto, una cosa son las instituciones y otra cosa son las personas que convierten ente-ramente a las instituciones en factores golpistas y fascistas, como si las diferencias conceptuales co-rrespondieran siempre, necesariamente, a diferencias reales, especialmente en Política. En verdad, si Chávez hubiera hecho esa distinción que le reclama Petkoff, no sería ahora el Presidente y tendríamos en cambio toda una típica dictadura latinoamericana persiguiéndonos y torturándonos. Allende fue de-rrocado luego de haber distinguido entre las personas y las instituciones, justo en unos momentos en que las instituciones actuaban de acuerdo a las conveniencias de las personas que las manipulaban (¿recuerdan la entrevista de Pinochet con Allende, inmediatamente antes del golpe?). El charlatán Pet-koff sabe eso, y lo sabe mucho mejor que bastante gente. Pero, haciéndose el bobo y convencido de que los demás lo son efectivamente, pretende vendernos la idea de que las “instituciones” (como con-cepto etéreo) están por encima de los fascismos que dominan a esas mismas instituciones.
Al final de la conversación, resulta ridícula la expresión del charlatán Petkoff cuando dice que “los que están bravos” son los que más deben “contentarse”. ¿Los que están bravos? ¿Tener la obse-sión única de tumbar a un gobierno entra en el infantil esquema de “estar bravos”? ¿Cómo se puede dialogar o mantener un “puente” con alguien que sólo busca destruir y aniquilar, que no tiene en su mente, ni remotamente, alguna otra idea que no sea la de eliminar al otro y la de imponer sus privile-gios? Petkoff pasa por alto, olímpicamente, que en Venezuela se evidenció un auténtico fascismo (de hecho, hace tiempo que nuestro charlatán dejó de hablar de fascismo). Pasa por alto una de las más importantes características del fascismo: la negación del diálogo, la privación de todo acuerdo. En otras palabras, siguiendo ese mismo ‘razonamiento’, Petkoff les reclamaría a los judíos el no haberse “con-tentado” con los nazis en los campos de concentración, el no haber tendido “puentes” y el no haber querido dialogar con ellos. Según el charlatán, los judíos y los gitanos de la época del tercer reich co-metieron el gravísimo error de haber estado “bravos” con los nazis y de haber “roto los puentes” con éstos.
Lo que Petkoff llama “oposición” no es tal cosa. La etiqueta le resulta conveniente para encubrir al fascismo, el cual excluye cualquier oposición, precisamente. Nadie duda de que entre los adversarios del gobierno haya gente demócrata, que quisiera hacer verdadera “oposición” política. Pero cualquiera sabe que no son todos, ni mucho menos. Son apenas una parte. Y esa parte no es el todo, como pre-tende hacer ver el charlatán.
Este sofisma se encuadra muy bien en la ética de “la gata de María Ramos, la que tira la piedra y esconde la mano”: no hubo golpe, sino “vacío de poder”; no marchaban a asaltar a Miraflores, sino a “manifestar pacíficamente”; no mienten, sino que ejercen la “libertad de expresión”; no son oligarquía ventajista y privilegiada, sino “sociedad civil”...; no son golpistas, sino “oposición”.
2. Errar es de humanos, por tanto errar es bueno (y, de nuevo, la ética de “la gata de María Ramos”).
En toda esa conversación entre Chávez y Petkoff, lo que más cómico resulta es el interés de éste en la necesidad de olvidar los errores y de hacerlos pasar como aciertos. “A ti no te pueden seguir lla-mando golpista, así como a mí no me pueden seguir llamando guerrillero de los ‘60”. El charlatán pre-tendía que esa expresión sonara a reconciliación nacional, a pluralismo, a tolerancia…, pero también pretendía ubicarse en el mismo nivel político de Chávez, obviando las abismales diferencias.
Para empezar, nadie recuerda a Petkoff como un guerrillero y ya todos sabemos que, realmente, jamás lo fue. Nada que ver con Fidel y el Ché, que sí lo fueron. Jamás se unieron al enemigo (¿qué gue-rrillero auténtico termina su lucha defendiendo al enemigo? Los Guardias Nacionales de El Encanto de-ben estar revolviéndose en sus tumbas). Ahora, ante su versión más reciente de mercenario compla-ciente, ya sabemos que sólo ha sido un charlatán deseoso de liderazgo (deseo que sólo se materializó en llegar a ser sirviente de Caldera, en una de las épocas más grises de la historia nacional). Más que la imagen de un guerrillero, lo que la gente tiene en mente es otra cosa bien distinta.
Aparte de esa sensación que da Petkoff de todavía querer usufructuar de la imagen clásica del guerrillero, aun habiéndola traicionado, lo otro es que la imagen de “Chávez el golpista” cuenta con millones de seguidores (y de aprovechadores como Caldera, el caporal de Petkoff, de modo que éste debería agradecerle a Chávez el haber llegado a ser “ministro” de la Cuarta República) y resulta mucho más vigente (tanto que los EEUU se empeñan en derrocarlo y liquidarlo). Con respecto a ciertos objeti-vos, en muy poco tiempo Chávez logró lo que Petkoff, en décadas, no sólo jamás llegó a lograr, sino que terminó al lado de aquello contra lo cual decía que luchaba. En suma, no hay parangón alguno po-sible entre “Chávez el golpista” y “Petkoff el guerrillero”. Lo primero es relevante y es vigente, lo se-gundo es ridículo y es chisme de segundo orden (chisme anticuado, además).
Entonces, ¿puede una sociedad tolerar la imagen de actor público de un individuo como este charlatán? ¿Tiene derecho un individuo de esa clase a predicar y a pontificar sobre política y sobre el futuro del país? Cualquiera que tuviera un mínimo de dignidad se habría retirado de la vida pública y se habría dedicado a sembrar papas. Como todo incontenible charlatán, Petkoff aun se cree con derecho a hablar y a pontificar sobre política, a pesar de que su pasado y su presente son toda una carta de in-credibilidad, de errores y torpeza. De hecho, monta un programa de TV llamado “Y Teodoro, ¿qué di-ce?”, como si a alguien le importara lo que él dice. ¿A quién le importa lo que diga Teodoro? ¿Qué se puede esperar de alguien tan lleno de desaciertos y fracasos? Pero él todavía sigue convencido de que todos los demás son imbéciles y de que mantiene el privilegio de influir sobre la opinión pública.
En la conversación en referencia, dice luego que cada quien tiene el derecho a “reconstruir su vi-da”. Perfecto. Tiene todo ese derecho, aun cuando “reconstruir” signifique “pasarse al otro bando”. Pero a lo que no tiene derecho es a permanecer en la vida pública, tratando de imponerles a los demás sus propios errores y haciéndose pasar por ‘periodista’, ‘analista político’, ‘líder de opinión’…
Por eso insiste en OLVIDAR los pasados, porque sabe que su pasado es un lastre. Por eso critica que Chávez siga pendiente del golpe de abril, que insista en recordar la imagen de Ortega y Fernández como fascistas, que recuerde la dictadura de Carmona, etc. Es decir, según nuestro insigne charlatán, Chávez debería reconocer a Ortega como líder de los trabajadores, a Fernández y a Carmona como fi-guras empresariales respetables y a la “gente del petróleo” como abnegados trabajadores de PDVSA. ¿Por qué? Porque, según el charlatán, los errores y el pasado no importan, sólo hay que ver el presente y el futuro y, en fin, “errar es de humanos”. Aquí está el segundo gran sofisma: los errores deben ser olvidados, porque “errare humanum est”. De nuevo, la misma ética de la “gata de María Ramos, la que tira la piedra y esconde la mano”, la eterna tendencia al yo-no-fui, que ha caracterizado a los fascistas venezolanos. Pretenden que uno olvide a la gata tirando la piedra y que sólo atienda a la gata con su mano escondida y con su carita de yo-no-fui. ¿Se imaginan Uds. lo que ocurriría si Chávez comenzara a tratar a Ortega o a los Fernández como si estos fueran hombre nuevos que “reconstruyeron su vida”?
Los hombres con dignidad llegan a darse un balazo en la sien después de algún escándalo públi-co (empresarial, político, etc.). Otros, más sensatos o más apegados a la vida, desaparecen de la esce-na pública y se refugian en el anonimato. Pero este charlatán sigue allí, en la vida pública, empeñado en que le sigan creyendo y tal vez aun esperando llegar a ser Presidente.
Durante años, mucha gente intentó explicar por qué fracasó la guerrilla venezolana de los ‘60. Ahora que uno finalmente llegó a conocer a gente como Petkoff, Américo Martín y Gabriel Puerta, ahora uno ve la respuesta de un modo claro y simple y entonces uno entiende por qué fracasó ese movimien-to (también los muertos de esa época, especialmente los de Cantaura, deben estar revolviéndose en sus tumbas). La torpeza, el bajo coeficiente intelectual, la charlatanería y el deseo oculto de pertenecer a la clase de los privilegiados, también harán fracasar al fascismo venezolano, del mismo modo en que fracasó la guerrilla de los ‘60. Caldera los llevó a sincerarse, en una salida oportuna y conveniente. Les permitió “reconstruir su vida”, como diría el charlatán. Pero Chávez los descubrió ante todos. ¡Quién iba a imaginárselo!

(*)profesor universitsario
 



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José Padrón Guillén

Profesor universitsario.


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