-Preludio…preludio… ojo… preludio: Honduras-

El EPA sobre el golpe de Estado en Honduras

 

-El EPA no sólo condena, rechaza y protesta contra el golpe de Estado que depuso al Presidente Manuel Zelaya en Honduras y le ha negado los derechos al pueblo hondureño de participar en la decisión de su destino, sino, además, comparte todas las opiniones que llaman a la rebeldía revolucionaria de los hondureños para derrocar al régimen impostor-

El golpe de Estado en Honduras es la alerta de lo que espera a las naciones de América Latina y el Caribe, salvo Cuba, si el proletariado continúa, especialmente en Estados Unidos y Canadá, adormecido por el reformismo como la expresión política de conquistar su redención social.

Si llegase a estabilizarse el gobierno de facto, aun cuando quede fuera de la OEA y no de la ONU, el golpe de Estado en Honduras dejará de ser preludio para convertirse en una pronta escalada de desobediencias militares y civiles que terminarán en golpes de Estado derrocando gobiernos que propugnan el socialismo sin que los organismos internacionales nada puedan hacer para reponer la democracia participativa por la vía de la legalidad constitucional. Además, muy importante, no dejemos pasar por alto que la derecha ganó las elecciones en Panamá y el gobierno de Cristina en Argentina ha sufrido un importante revés en las elecciones del parlamento argentino. Cuidado, cuidadito si en Brasil el gobierno no se lleva un fiasco en las próximas elecciones. Eso sería fatal para los procesos revolucionarios en América Latina y el Caribe, aunque Brasil, desde el punto de vista subjetivo, es el país más alejado del socialismo.

El EPA no sólo condena, rechaza y protesta contra el golpe de Estado que depuso al Presidente Manuel Zelaya en Honduras y le ha negado los derechos al pueblo hondureño de participar en la decisión de su destino, sino, además, comparte todas las opiniones que llaman a la rebeldía revolucionaria de los hondureños para derrocar al régimen impostor.

Hace unos meses atrás hicimos público un documento que titulamos” ¿Cómo serán las próximas dictaduras en América Latina?”, donde, entre otras cosas, decíamos: “Poco le va a importar al imperialismo en crisis crónica y de terapia intensiva que el gobierno epígono lo encabece un general o un civil. Lo que importa es que se ajuste –con exactitud asombrosa- a la medida del traje de fiel y perverso guardián de los supremos intereses económicos de los expoliadores, de los saqueadores, de las aves de rapiña, de los hombres-lobos. Que los pueblos vean a su mandatario como unsuperhombre”, pero no al estilo de Zaratustra de Nietzsche, sino más parecido al del Mein Kampf de Hitler; que no crea ni en partidos parlamentarios ni en movimientos de masas, sino en la mera burocracia militar, policial y estatal de derecha; es decir, en el mando de un Luis Bonaparte o de un Fouché. Habrá, sin duda, desesperación de los sectores pequeño burgueses, pero la angustia mayor, la exasperante será la de la oligarquía imperialista que intentará arrastrar consigo al abismo a una buena parte importante de la humanidad. No será el antisemitismo la suprema palabra del odio político e ideológico visceral del bonapartismo imperialista, sino el anticomunismo; no se clonará a una sociedad para que existan puros seres humanos de cabellos rubios y ojos azules, porque eso significaría quedarse el capitalismo salvaje sin esclavos; el inglés –en el caso de América Latina- será el idioma oficial y toda palabra en español o en indígena, en árabe, en ruso, en chino o en portugués será tenida como prueba jurídica o confesión de una conspiración comunista contra el imperialismo estadounidense; el libro Mein Kampf, con derecho de autor garantizado para el Estado imperialista y restituyéndole las referencias a la cristiandad que han sido sustituidas por el neopaganismo, circulará libre y legalmente por vastas regiones del mundo, mientras la Biblia y el Manifiesto Comunista serán un suficiente indicio para la pena de muerte de quien los porte. Ese macabro, cruel y dantesco cuadro lo vivará América Latina si el proletariado continúa retardando la revolución socialista o, por lo menos, la transición del capitalismo al socialismo desde México hasta la Argentina o en el Medio Oriente desde Marruecos hasta Omán. Una nueva crisis imperialista, una depresión con paro creciente, una recesión galopante con hambruna masiva, descontento de pueblo y con algunas sacudidas interiores de rebeldía, de no triunfar la revolución proletaria en las naciones altamente desarrolladas del capitalismo, se puede generar una ola de lo que el nazismo incorporó a su lenguaje político militarista: el concepto del “Blitzkrieg”, es decir, guerra relámpaga contra todo lo que considere es un estorbo a su designio de dominación absoluta del mundo. ¡Ojalá –quiera Dios diría un cristiano o quiera Marx diría un comunista- el proletariado sin fronteras nos salve de semejante cuadro de horror y muerte!

Lo que ha sucedido en Honduras es la señal primaria de cómo los golpes de Estado no sólo están pensados y programados contra determinados gobiernos latinoamericanos y caribeños, sino que el imperialismo no está ganado para prolongar en el tiempo las vocerías y las condenas contra los designios del capitalismo salvaje. Creemos, en contraposición a los liderazgos que arrastran a millones de personas en su seguimiento y solidaridad, que los ideólogos del imperialismo van a desarrollar un nuevo “Plan Laso” que se caracterizará, en sus comienzos, por vastas campañas teóricas, ideológicas que desprestigien a gobiernos que cuestionan al capitalismo y proponen la salida socialista al caos, la miseria y el sufrimiento de los pueblos. Los dementes, epígonos del imperialismo, acusarán a los cuerdos buenos que sirven a sus pueblos de locos, personas con serios problemas mentales, de estar incapacitados mentalmente para gobernar, que obedecen a lineamientos de dictadores al estilo de Chávez y Fidel, que lo que hacen es incrementar la miseria de los pueblos atacando a la propiedad privada cuando ésta debe ser sagrada y la única con potestad de generar progreso en una nación, que los gobiernos enemigos del capitalismo impulsan la violencia en todo el continente para crear caos a favor de las ideas comunistas y todo cuanto pueda crear provecho para fomentar una situación de descomposición social que permita el golpe de Estado, en su inicio, lo menos cruento posible pero amenazante de terror psicológico.

Vendrá el paso posterior que se limitará, cortada casi todas las probabilidades de comunicación del país con el exterior y viceversa, el anuncio de la supuesta renuncia del Presidente y, en consecuencia producto del vacío de poder, el nombramiento, por el Congreso, de un testaferro o epígono como nuevo Presidente provisional de la república. Se desarrollarán campañas propagandísticas que eso no es un golpe de Estado sino una continuidad del hilo constitucional, de garantía del fortalecimiento de la democracia llamando a una pronta elección para elegir al nuevo Presidente; se organizarán grandes actos masivos de calle en apoyo al gobierno de facto que serán aprovechadas para ejecutar una represión selectiva que deje descabezados de dirigencia a los movimientos populares y los partidos que se hayan opuesto al golpe de Estado; se tomarán algunas medidas económicas que favorezcan, esencialmente, a los sectores medios de la sociedad para que éstos se comprometan en el sostenimiento del nuevo régimen político para luego llamarlas al sacrificio perdiendo los beneficios obtenidos.

Ningún golpe de Estado en una nación de América Latina y el Caribe se produce actualmente sin el consentimiento de fuerzas e instituciones foráneas comprometidas con el imperialismo capitalista estadounidense, porque las condiciones de carácter internacional les son adversas en múltiples sentidos y direcciones. De allí que el golpe de Estado no sea al estilo Pinochet en Chile ni se caracterice por el asesinato inmediato de los fundamentales dirigentes que lo rechacen. Tratará de dar la mayor prueba de respeto a las libertades públicas y a los derechos humanos, pero irá progresivamente justificando su represión alegando y acusando a sus opositores de alteradores del orden constitucional, de la democracia y fomentadores de desorden público inspiradores de los perversos ideales del comunismo al estilo cubano.

Las crisis actuales del capitalismo, como la que se ha manifestado en Estados Unidos, desde los primeros días del último trimestre del año 2008, no hace más que poner en evidencia que la dirección histórica del mundo debe pasar a manos del proletariado, única clase que lleva en su entraña la condición de posesionarse de las fuerzas productivas que escapan a las manos de la burguesía y llevarlas por el mundo sin fronteras para que cada integrante del planeta participe en la producción, en la distribución y en la administración de las riquezas sociales, por una parte, y, por la otra, facilite el nuevo desarrollo de las fuerzas productivas, acreciente su rendimiento garantizándole a la humanidad –en general- y a la persona –en lo particular- la satisfacción de todas sus necesidades razonables, como lo decía Engels. El proletariado tiene la palabra y también la acción. Nadie, por mucho poder “sobrenatural” o “milagroso” que tenga, podrá hacer lo que sólo al proletariado está permitido hacer. Esto no significa que quien no sea proletario deje por ello de luchar por la revolución. No, más bien es su deber luchar, pero la producción como el mejor escenario de la lucha de clases pertenece al proletariado y no a un maestro y un alumno, a un intelectual o artista, a un artesano individual o un campesino, aunque éstos jueguen un papel importante en la lucha política de una determinada nación.

Las grandes crisis del capitalismo si no concluyen en estallidos revolucionarios, si el proletariado no se decide a cumplir con su papel de redentor de la humanidad, suelen –por lo general- ocasionar serios trastornos sociales en aquellas naciones –esencialmente- del campo subdesarrollado, en ese contexto en que el control y manejo de fuerzas productivas depende de los dictámenes técnicos o científicos del capitalismo altamente desarrollado. Mientras este campo perdure y siga manteniendo la hegemonía del mercado mundial, gozando de influencia política en estados o gobiernos que obedecen a los designios del imperialismo, dominando el control y saqueo de materias primas de otros países, las crisis pueden estar a la vuelta de la esquina, pero de allí a la revolución –esa que le echa el guante al poder político- existe un trecho que no lo decide la objetividad, sino el elemento subjetivo, ese que se caracteriza por la existencia de un verdadero partido político de vanguardia clasista, de una parte importante del proletariado capaz de rebelarse para llevar su lucha hasta las últimas consecuencias y, además, de un sentido consciente de solidaridad internacionalista que vulnere cimientos imperialistas en muchas regiones del mundo al mismo tiempo. Una o dos o hasta diez grandes bolsas de valores pueden temblar y cerrar sus lujosas oficinas por unos días; unos bancos pueden declararse en ruina y robarse el dinero de los ahorristas; unas cuantas fábricas de alimentos pueden alegar haber entrado en quiebra y clausurar sus portones. Eso refleja una crisis, pero si los ahorristas, si los trabajadores, si los consumidores no hacen nada por darle la vuelta a la tortilla y se deciden por esperar que sea el mismo capitalismo quien le busque solución a la gravedad de su mal, éste continuará de una u otra forma pero no caerá en el foso de la muerte eterna. Mejor dicho: estamos en el tiempo en que las crisis del capitalismo exigen que el factor subjetivo haga explosión para que se pueda romper la cadena que mantiene a casi toda la humanidad prisionera de las atrocidades de ese último régimen de explotación y opresión del hombre por el hombre o de unas clases por otras, que ya se encuentra en su fase más dantesca y más diabólica.

Existen dos regiones en el planeta que tienen una importancia capital para las naciones imperialistas y, especialmente, para palear las profundas crisis que las ponen al borde del jaque mate. Son: el Medio Oriente y América Latina. Demás está explicar las riquezas energéticas que poseen en sus senos. Claro, en el caso de América Latina existe una desventaja en relación con el Medio Oriente, y es que está mucho más cerca de Estados Unidos que de Europa, pero en el mundo árabe existen más gobiernos de resignación oprobiosa al imperialismo que en Latinoamérica en este momento histórico de comienzo del siglo XXI. Por esas dos regiones caerán los imperialistas con todos los yerros. Irak es el inicio y no el final. Las naciones imperialistas, por muchas contradicciones que tengan entre sí por la voracidad de sus ansias de dominación del mundo, procurarán entonarse en armonía a la hora en que una crisis las envuelva con la misma dimensión de destrucción con que ataca un huracán las costas de México y de Estados Unidos al mismo tiempo. Es el destino final que se juegan si se presentan fracturadas y matándose entre sí. Lo mismo vale para las naciones del Medio Oriente y de América Latina si pretenden no caer en las garras de la depredación final con que los imperialismos se jugarán su última carta en la puerta de la sala de terapia intensiva.

Para eso requerirán de cambios radicales en el timón político estatal en todo el Medio Oriente y en toda América Latina. Necesitan de gobiernos con una capacidad de servilismo que vaya más allá de la raya de la más repugnante resignación esclavista a favor del imperialismo y en contra de sus pueblos nacionales o, mejor dicho, de bonapartismo químicamente puro, ese que se gemela con lo que fue Pilsudski en la Polonia de la segunda mitad de la década de los veinte y primera de los treinta del siglo XX; más allá de Pinochet pero un poquito, sólo un poquito, más acá de lo que fue el falangismo de Franco en España durante varias décadas del siglo XX; de lo que fue el fascismo de Mussolini en Italia desde los años veinte hasta comienzo de los cuarenta del siglo XX; y de lo que fue el nazismo de Hitler en Alemania de los años treinta y parte de los cuarenta del siglo XX. No habrá ni falangismo, ni fascismo ni nazismo destilados en la pureza del racismo, pero sí unas cuantas o muchas noches de cuchillos bien largos y filosos.

Frente a las apetencias del imperialismo, de su necesidad de dar solución a sus crisis saqueando los recursos de las naciones menos desarrolladas del capitalismo, de perpetuar la desigualdad y la injusticias como la expresión más cabal de la esclavitud que fortalece a los explotadores y opresores, es imprescindible desarrollar, al máximo, la solidaridad internacional entre los países o pueblos que asumen el socialismo como la única alternativa de salvarse de los estragos y caos que son inevitables mientras perdure el predominio del capitalismo en la Tierra.

Lo dicho anteriormente impone la imperiosa necesidad de defender y profundizar revolucionariamente –no a paso de tortuga pero tampoco de jaguar- procesos como los que están viviendo –especialmente- Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay y Venezuela y, amén, de Cuba que ha sabido sobreponerse a los mafiosos avatares que le han atravesado en su camino el imperialismo y muchos de sus secuaces. Y, de otra parte, contribuir o ligar que el imperialismo salga terriblemente aplastado y derrotado en el Medio Oriente y se despierten pueblos árabes y aprovechen las circunstancias para barrer de sus geografías todos esos gobiernos de reyes y príncipes que entorpecen la marcha de la historia hacia la transición del capitalismo al socialismo. Si eso se produjera, pudiéramos decirle al capitalismo: ¡Adiós luz que te apagasteis!

¡Viva el internacionalismo revolucionario!

¡Viva el proletariado sin fronteras!

¡Viva la revolución socialista!

¡Sin justicia social, la paz será siempre una utopía!

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