Colombia: necesita urgente un cese al fuego

 No pretendemos dictarle órdenes absolutamente a nadie; no pretendemos imponerle criterios políticos a nadie y, mucho menos, más allá de las fronteras venezolanas; no pretendemos darnos de moralistas para determinarle conductas sociales a nadie; no pretendemos ser ni fiscal ni juez juzgando o condenando a nadie por sus concepciones doctrinarias; no pretendemos decirle a las organizaciones revolucionarias cuál debe ser su línea política en un específico momento de tiempo o de lugar; no pretendemos educar o dar lineamientos a nadie en cómo conseguir la paz; y no pretendemos que se crea, sin análisis ni reflexiones, los puntos de vista que exponemos sobre lo que consideramos es una materia de mucha importancia política del momento.

 Colombia vive, en este instante, una de sus peores tragedias producto de los rigores de una naturaleza encrespada que desde hace mucho tiempo ha venido siendo depredada por el ser humano y, especialmente, por quienes se han convertido en lobos y no amigos del ser humano y respetuosos de la madre naturaleza. La tragedia colombiana no es ficción, es tan real que ha costado centenas de vidas humanas, destrucciones gigantescas, éxodo y dos millones de damnificados que en su mayoría han quedado en la ruina económica. Nada tenemos que decir sobre las metodologías que se han utilizado para contrarrestar los daños de una naturaleza enfurecida, y sí valoramos en alto todos los gestos de solidaridad internos de la sociedad colombiana para aminorar el sufrimiento de las víctimas y, especialmente, de los sobrevivientes de aquellas muchas personas que han perecido en la tragedia.

 Y queremos aclarar, muy especialmente, que no pretendemos dar señales de comportamiento a una insurgencia que ya va para medio siglo de existencia acumulando conocimientos y experiencias de lucha política que nosotros no tenemos; que no hemos conquistado porque, entre otras cosas, no hemos vivido las múltiples circunstancias de un conflicto armado y político como el colombiano. Es más, tenemos mucho respeto y valoramos el infinito sacrificio de esos hombres y mujeres que han luchado y luchan por el ideal que les ilumina su pensamiento. Confesamos que no somos especialistas ni de guerra ni de moral. Cada pueblo está en su potestad de decidir su propio destino. Cada organización política está en potestad de determinar su propia línea de conducta. Eso, lo respetamos.

 Ver, por televisión, los miles y miles de dramas que está viviendo el pueblo colombiano produce excesivos sentimientos de tristeza, de impotencia en aquellos que nada tenemos para ejercer solidaridad material con los necesitados. Eso mismo podemos decirlo de lo que están viviendo muchas comunidades en nuestra querida Venezuela. Sin embargo, nuestra tragedia no es del tamaño de la colombiana y, además, no vivimos ni padecemos los rigores del conflicto interno armado y político que ya está pisando y coronando el medio siglo en Colombia.

 Son tantas las necesidades, tantos los esfuerzos, tantos los sacrificios, tantas ayudas y movilización de personas y de instituciones que requiere el pueblo colombiano para aliviar, por ahora y mientras pasa el vendaval de lluvias y de inundaciones, las pesadas cargas de dolor que deben solucionarse a favor de los miles de miles de colombianos y colombianas que claman por manos amigas y solidarias en este crítico y trágico momento de su historia. Basta con ver todo un barrio sucumbir y ser sepultado por un alud de tierra y casi todos los seres humanos perder la vida, para sentir que Colombia necesita con urgencia un momento que no sea de beligerancia bélica aunque en el fondo no sea una paz duradera. Por esas razones, por esos motivos es que creemos, sin imponérselo a nadie, que Colombia, en este momento de su historia como nunca antes, añora, implora y requiere de un cese al fuego de los bandos en conflicto armado y político. No es un momento para disparar las armas de fuego que quitan la vida y hacen de la muerte el aniquilamiento del adversario y la conservación de las fuerzas propias. No, es un momento para dar rienda suelta a la solidaridad, a todas las facilidades para el desplazamiento de las organizaciones de ayuda o de socorro para salvar la vida de miles de miles de personas, para evitar que los daños se incrementen, para salvar todo lo que sea posible de salvar y que la tragedia colectiva del pueblo colombiano se achique y se le encuentre soluciones más inmediatas y más efectivas a las muchísimas necesidades de su pueblo. Es un momento en que las plumas y las flores deben sustituir, no sabemos por cuántas semanas o meses, los fusiles y las balas de la muerte. No queremos ni deseamos que ninguno de los damnificados, de cualquier parte del mundo, se quede sin esperanza, se quede viviendo el extremo de la miseria social. Sólo queremos que brille, en este momento, una luz que guíe todos los espíritus del pueblo colombiano en el ejercicio de la solidaridad con las víctimas de la tragedia que está viviendo el pueblo hermano colombiano.

 No sabemos si estamos pecando por inocentes, no sabemos si son imprudentes nuestras palabras, no sabemos si alguien nos va a reprochar con términos descalificativos, pero lo que sí sabemos es que lo que decimos es lo que creemos justo en este momento de la historia colombiana,  y por ello es que nos hemos atrevido a manifestarlo públicamente. Si estamos equivocados, que la naturaleza y el pueblo colombiano nos perdonen, porque nuestro pronunciamiento es sincero y lleva el norte de la solidaridad por una Colombia que necesita, con urgencia, salir victoriosa de tanto enfurecimiento y de tantos daños, humanos y materiales, por una naturaleza que no ha hecho diferencias políticas y hasta cierto nivel tampoco de clases sociales.

 ¡Viva la solidaridad internacional y nacional con el pueblo colombiano!

Nota especial: A la semana de haber escrito nuestra opinión que se sintetiza en el título pero que aún no habíamos hecho pública, escuchamos que las FARC pondrán en libertad a cinco rehenes de guerra, lo cual nos parece una decisión bastante respetable como, igualmente aplaudimos, que el Presidente Santos haya decidido utilizar los buenos servicios de intermediación de la doctora Piedad Córdoba para tal fin, quien actualmente es víctima de la persecución política de unos cuantos enemigos de la paz en Colombia.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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