Dios y Satanás versus el día del juicio final

En la Venezuela actual, los evangélicos y los testigos de Jehová caminan lugares por donde, muy rarísima vez, se observan a católicos, musulmanes, judíos, budistas y hasta políticos. De esa forma, en sus frecuentes visitas los testigos de Jehová nos dejan –de manera gratuita- su revista “Despertad”, la cual leemos porque no pocas veces inserta uno que otro artículo muy interesante, sin que eso signifique que nos ganen un milímetro para profesar su creencia religiosa. Acá todos invocan el marxismo como doctrina de redención social. Por ejemplo, fue en esa revista donde leímos la denuncia sobre la construcción de un arma de guerra en Estados Unidos que quien la dispare no tiene necesidad alguna de mirar hacia el objetivo, porque la tecnología le permite que la bala se encargue de buscarlo y liquidarlo.

Hace pocos días nos regalaron la del mes de enero del presente año. Nos dijo un testigo de Jehová que leyéramos el artículo sobre la interrogante: “¿Qué es el día del juicio?”. Nuestra opinión, sobre el mismo, contiene, en primer lugar, respeto por la creencia de los testigos de Jehová en relación con la respuesta que dan a la interrogante pero, al mismo tiempo, es nuestro deber expresar que entre las cosas más anticientíficas y fantasiosas que hayamos podido leer, se encuentra la misma. Nos limitaremos, no a criticar ni negar la creencia de los testigos de Jehová, simplemente a expresar nuestro criterio partiendo de lo poco que hemos aprendido de marxismo y de las ciencias.

Los misterios del Papado han sido muchos y, tal vez, pocos estudiados por la sociología. Recordemos que hubo un tiempo en que expresar una teoría científica significaba un pasaporte al sufrimiento o a la muerte. Quiera Dios que un día, si las almas son pensantes después de abandonar el cuerpo, nos llegue una opinión de Galileo o de Server explicándonos sus vicisitudes: uno, por haber sido obligado a abjurar de sus resultados científicos y el otro, porque sus aportes al conocimiento de la circulación de la sangre hizo que le achicharraran su piel. Si Dios existe ni el uno ni el otro debe estar en el Infierno sino en el Cielo.

Hace, no lo recuerdo con exactitud, algunos años que el extinto Papa Juan Pablo II le dijo al mundo o reconoció la verdad científica que el hombre no había sido hecho por Dios. Sin embargo, la aplastante mayoría de personas humildes y creyentes en la Iglesia católica y cristiana siguen afirmando que Dios sí hizo al hombre. Para esa multitud de creyentes de nada han valido los aportes científicos, por ejemplo, de Darwin, quien con su explicación de la evolución de las especies por medio de saltos cualitativos conquistó la mayor victoria de la dialéctica en el escenario de las ciencias, y de Marx que lo hizo en la ciencia social con su descubrimiento de los fundamentos para la clasificación de la sociedad humana en el desarrollo de las fuerzas productivas y de la estructura de sus relaciones de propiedad. ¿Quién podría ser capaz de adivinar cuándo llegará ese día en que la humanidad entera, culta y abrazada para siempre con las ciencias, entenderá definitivamente que el ser humano nació de las entrañas de la propia naturaleza?

Por otra parte el mismo Papa Juan Pablo II sostuvo que el Infierno –terror para las almas de los ricos según los apóstoles del Señor Jesucristo- como el Purgatorio no eran espacios físicos. Eso quiere decir que sólo estaban en la mente de las personas o en otros términos, no eran más que un problema de la moralidad. Es de suponer, entonces, que los ricos sintieron la profunda alegría de la impunidad para explotar y oprimir pueblos casi enteros sin tener que temer a aquello que, según los apóstoles, salió de la boca de Jesús al decir: primero entra un kamelo (una soga o mecate grueso y no el animal) que un rico al reino de los Cielos. Sin embargo, la aplastante mayoría de los creyentes en Dios continúan perseverando en la idea de la existencia del Infierno y, especialmente, acrecentada desde que el Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), para fortalecer la metafísica, rechazó la opinión del Papa Juan Pablo II y afirmó que el Infierno sí existe como entidad física con el posible atributo de ser eterno. Pero lo cierto es que esa afirmación metafísica y anticientífica en nada hace temblar el alma de los ricos que hoy, bajo la égida de la globalización de la pobreza y el sufrimiento y la desglobalización de la riqueza y el privilegio, explotan más que nunca la fuerza de trabajo. Ya no necesitan a Dios. Si alguien está plenamente consciente que debe disfrutar su vida en la Tierra es el rico, porque millones y millones de pobres continúan aferrados a la resignación de que mientras más sufran en este “paraíso” más derecho se ganan de subir al Cielo a vivir su alma de las bondades maravillosas del Creador. El rico sigue creyendo que con sólo dar una buena limosna en una Iglesia es suficiente para el perdón de sus pecados. Limosna, por cierto, que sale del plustrabajo de los obreros en forma de plusvalía cosa que, seguramente por desinformación, el Señor Dios sigue desconociendo, aunque sí sabe que en este mundo terrenal él vive clandestino sólo de puros milagros.

Bueno, ahora, vayamos al día del juicio final.

Lo primero sorprendente que nos dicen los testigos de Jehová del día del juicio es que se trata de un período de mil años, es decir, diez siglos para dar chance al ser humano de recuperar lo que Adán y Eva perdieron al pecar cuando la culebra que hablaba los hizo comer la manzana. Dicen los testigos de Jehová que Dios se ha fijado un día en que se propone juzgar la tierra habitada, aunque ya, quienes han detentado poder de riqueza económica venida de la explotación al trabajo ajeno, han juzgado y condenado a Dios ha vivir de puros milagros. Sin embargo, para cualquier buen entendedor, pocas palabras son suficientes. El diluvio, según los que creen en él, ¿fue o no un juzgamiento colectivo que hizo Dios a los habitantes en la Tierra?

El juez para el juicio que hará Dios es, nada más y nada menos, Jesucristo, quien juzgará a los vivos y a los muertos. Se supone, esto es una hipótesis, que los ricos (salvo pocas excepciones) no pasarán la prueba, porque tenemos entendido que Jesús inspiró sus luchas en la liberación del pobre. Pero sigamos con el juicio. Los testigos de Jehová sostienen que Dios acabará con todos los elementos que componen la sociedad humana corrupta y eliminará a los malvados. En esto último Dios coincide con Marx, pero les diferencia que éste no habla –como principio- de eliminación física sino de la transformación de la sociedad bajo las normas del humanismo y la solidaridad que regirán a la sociedad comunista. Si el principio del capitalismo es la explotación de la mano de obra y por ello se recibe un salario, en el comunismo cada quien trabaja en base a su capacidad y recibe en base a su necesidad desapareciendo para siempre el salario y todo fetiche capitalista.

Nos dicen los testigos de Jehová que sólo ciento cuarenta y cuatro mil (144.000) hombres y mujeres resucitados para vivir en el Cielo gobernarán, bajo el liderazgo de Jesucristo, la Tierra. Serán coronados como reyes y sacerdotes, pero la experiencia demuestra, lo contrario, que precisamente Jesucristo luchó por derrocar reyes y emperadores y liberar de la esclavitud a los pobres. Los mismos testigos de Jehová sostienen que sólo los muertos que hicieron cosas buenas en la Tierra resucitarán a la vida, pero los que hicieron cosas malas resucitarán para ser sometidos a juicio. Sin embargo, los mismos testigos de Jehová dicen, que no se juzgará a los resucitados por lo que hicieron antes de morir, ya que todo muerto es absuelto de sus pecados., pero serán juzgados según sus hechos, por las obras que realicen durante el día del Juicio, es decir, en el período de mil años.

Nos dicen los testigos de Jehová que el Día del Juicio desempeña un papel importante en el cumplimiento del propósito de Dios de anular los efectos de la rebelión en el jardín del Edén. Para Marx, la revolución proletaria que viene siendo el juicio al capitalismo explotador y opresor del ser humano, a diferencia de Dios, anula las causas de la rebelión creando una cultura y un arte universales.

De otra parte, nos dicen los testigos de Jehová, que en ese período de mil años se le impedirá a Satanás influir en los asuntos humanos, pero si se le facilitará que a final del juicio haga de las suyas para probar la lealtad de toda persona viva. Si permanecen fieles a Dios, habrán superado la prueba que Adán y Eva no aprobaron, por lo cual obtendrán la vida eterna Dejará de existir la muerte y la sentencia de Goethe, de que todo lo que nace es digno de morir, pasará al museo de las antigüedades dormidas para siempre. Y, los testigos de Jehová, nos dicen que entonces, los rebeldes y el propio Satanás con sus demonios serán aniquilados y, en sociología y en psicología, eso significa: muertos. Si eso fuese así, quiere decir que el Papa Benedicto XVI no tiene razón al decir que el Infierno es eterno.

Mientras llega ese Día de Juicio final prometido por Dios, sería de suma importancia que el Papa, los obispos y sacerdotes que creen en Jesucristo, invoquen los postulados de liberación del pobre para que venga ese momento de verdadera felicidad del ser humano en que no sea necesario la presencia de Satanás para poner a prueba la lealtad del hombre y la mujer por la solidaridad, el humanismo, la justicia, la libertad, la equidad, la ternura; es decir, el amor al prójimo como a sí mismo.



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Freddy Yépez


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