La Fuerza del Trabajo

El manifiesto comunista de Marx y Engels, donde se lanza el grito de ¡proletarios del mundo uníos!, va mucho más lejos que el Capital, la obra clásica de Marx. El interés individual y el social no coinciden, y ésta es, la razón de las crisis económicas, el que la producción esté regida por el valor de cambio. El capitalismo se basa en la compra venta de fuerza de trabajo, siendo ésta la fuerza del trabajo la mercancía fundamental. En la sobreestructura jurídica creada por el modo de producción capitalista, el papel relevante lo desempeña la fuerza del trabajo por eso el individuo es tanto más rico cuanto más lo es el ámbito en que vive. El capitalismo se resiste a la baja del interés y el rendimiento que su pura posesión da, y con este fin destruye real y verdaderamente riqueza, producción de cosas superfluas, socialmente menos útiles o inútiles porque le dan más.

Es, sobre todo, la hegemonía de una trinidad con todos sus adherentes. Es el satisfacer, y mantener al trabajador de que vive el burgués, no tan débil que no dé frutos y por el exceso del mal se exaspere, ni tan fuerte que se liberte; a la vez que los intereses de estos señorones se acumulan hechos piña apretada, y su soberbia y su amor propio heridos, por la resistencia de los que no hacen las tres comidas diarias y no tienen venda en los ojos. El individuo es un producto; pero la sociedad no es producto de cada uno de nosotros, si no de todo. No hay más individualismo racional que el predicado por el socialismo.

Es preciso que vea el pueblo que si se sostiene tanta fabricación de artículos de lujo es porque, aplicadas esas fuerzas, y con ellas las que se consumen en labor improductiva, a la producción de artículos de mayor necesidad y más extenso consumo, darían menor beneficio a empresarios, y dividendo menor a accionistas; es preciso que comprendan que es un disparate creer que lo que produce más rendimiento en el mercado del capitalismo individualista sea lo que más falta hace, y que es una simpleza que dan de comer ciertos industriales. Todo el mundo sabe que en el dinero hay la masa y el curso, o sea, la velocidad. Un bolívar que cambia veinte veces al día de posesor da más empleo que veinte bolívares que sólo cambian una sola vez. En pretendida respuesta a la propaganda socialista se han tomado el trabajo no pocos publicistas de trazar el cuadro de los progresos que la clase trabajadora ha cumplido bajo el régimen “democrático representativo” de “libertad condicional” en que vivíamos. Su labor no ha sido ciertamente estéril, y hay que agradecerles sus estudios, por más que la estadística sea una cosa muy delicada. Es uno de los temas favoritos de los economistas puestos al servicio de la burguesía, el de repetir un día y otro que el pueblo iba ganando en bienestar, y no se fijan precisamente por ello es por lo que pide justicia. Por lo que pide justicia, no mejoramiento precisamente.

Poco a poco irán haciéndose los grandes capitales propiedades colectivas. Y añadir que el derecho mercantil es el precursor de lo que podría llamarse derecho socialista. Desde el momento en que no rinda beneficio alguno la posesión del medio productivo, sí no que tiene que aplicarlo su poseedor mismo, conviene más a todos, la producción colectiva que la individual. Los progresos del trabajo suelen ser lentos, pero constantes y fecundos; el agiotismo, por el contrario, sacude, produce alzas enormes y luego trae el ramalazo de reacción, que dejan tras de sí ruinas y daños. Creo, por el contrario, en la eficacia de la fe política, creo que toda cuestión es política y se debe separar de esta la administración, y porque creo así deseo que los comerciantes sean ejércitos de un ideal y no mesnadas de un general de fortuna, instrumentos de agiotistas o guardias pretorianos. He aquí uno de los efectos de ese progreso que ha enriquecido a los agiotistas, y ese efecto, cuyas consecuencias son atajables aún, es más que nada un síntoma. Un síntoma de lo que puede llegar a ser nuestra querida Venezuela, si se deja seducir por himnos al progreso, entonados en cifras y estados numéricos, un síntoma de la enfermedad que aqueja a la clase media venezolana mientras se pasean por las calles y parques o en el “suntuoso centro comercial” y contemplando los magníficos edificios de los bancos y de las grandes oficinas empresariales; discurriendo melancólicamente acerca de aquellos animosos mercaderes, de su bienestar y riqueza, y de los esplendores que ellos gozan. Mientras las mayorías carecen de una vivienda donde se puedan abrigar y guarecer humanamente. Y estos tranquilos filósofos simplistas podrán ser molestados por un pobre que no tiene ni para comprar el alimento o las medicinas que necesita para su grupo familiar. Ahora juzgue el pueblo, juzgue y diga: ¿Quiénes son más fieles, ellos o nosotros; el capitalismo o el socialismo?, ¿quiénes más progresistas, verdaderamente progresistas?

El pueblo tiene que estrechar más íntimamente sus lazos en base a la lucha por su auto preservación y desarrollo.

SALUD CAMARADAS.

HASTA LA VICTORIA SIEMPRE.


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Manuel Taibo


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