Por estas fechas hace un siglo comenzó a circular un libro breve, una especie de manifiesto sobre la identidad latinoamericana, titulado "La raza cósmica". Su autor, José Vasconcelos (1882-1959), acababa de dejar su cargo de Secretario de Instrucción Pública de la más auténtica de las revoluciones latinoamericanas, quizás la única auténtica, la mexicana. Preocupado siempre por la educación, preocupado por las ideologías que hoy llamaríamos neocolonialistas, preocupado por la identidad, preocupaciones comunes a los latinoamericanos pero que en México tienen un acento especial, Vasconcelos se dispuso a elaborar su discurso que es un canto de realce del ser que nos ha tocado ser.
Como Herder en su momento en la Alemania desgarrada que clamaba por nacer, u Ortega en la España invertebrada de su tiempo, Vasconcelos no quiso hacer de la identidad una sustancia fija, una esencia a ser develada por algún aprendiz de brujo que ilumine nuestro ser puro, casto, noble. ¡No! Como Herder u Ortega vio Vasconcelos en la identidad una síntesis del devenir histórico, si bien una síntesis mayor aún que la de aquellos. Si el pueblo alemán había emergido de bárbaros, romanos, celtas y muchos más, y a la vez, cada uno de los nombrados había surgido a partir de otros pueblos que los antecedieron; si la Universidad española es, para Ortega, más universal que la inglesa o la francesa pues no está aferrada a una tradición determinada sino que las consume todas y las sintetiza creativamente, las escucha a todas, las pone en diálogo y supera sus cegueras propias; para Vasconcelos la síntesis que se ha producido históricamente en América Latina es, sencillamente, cósmica.
Vasconcelos se enfrenta cual Quijote al fiero gigante del positivismo de su época, y, vale decir, de la nuestra también. Para aquel positivismo, como para el actual, el mestizaje era el gran mal, la imposibilidad de una síntesis coherente y el gran obstáculo a vencer. Para aquel positivismo había que importar alemanes e ingleses para que nos educaran, y así se hizo en más de una ocasión, hasta unos alemanitos dejamos abandonados por tierras aragüeñas cuya semilla prendió en eso que llamamos Colonia Tovar. Nuestro positivismo actual, revestido con la blanca paloma de la paz, quiere traer a como dé lugar a los gringos como ejemplo civilizatorio (!), modelo a seguir en lo económico, lo político y lo cultural. Hasta un cantante y buen compositor como Ilan Chester padece de este positivismo tan reciente como inveterado cuando declara en conocida entrevista que nuestro problema reside en la mescolanza de razas tan disímiles como la europea, la africana y la indígena. Mientras unos producen y acumulan los otros carecen totalmente de esa vocación. Por eso, ya en un tono más intelectual, este positivismo ha justificado una y otra vez a los buenos Césares, al cesarismo. Hay césares buenos y césares malos, y eso hasta para una pretendida izquierda nuestra. Hacia la derecha el César bueno nos pondrá a trabajar productivamente, nos transformará en calvinistas de actitud. Hacia la izquierda el César bueno, Galáctico, nos organizará volviéndonos hermosamente socialistas, grandes arquitectos de falansterios modernos en el que los cultivos organopónicos urbanos coexistirán con gallineros verticales y plataformas de lanzamiento espacial muy superiores a Cabo Cañaveral. A Vasconcelos, en cambio, no se le ocurrió escribir "Cesarismo Democrático", no era amigo de los oxímora, escribió "La Raza Cósmica", la más universal de las razas, la que en su seno contiene la mayor diversidad de lo humano. La inclinación natural de su texto fue efectivamente democrática, plural y latinoamericana.
También otros pensadores se opusieron firmemente al positivismo y sus devaneos cesaristas. El venezolano Augusto Mijares lo hizo reivindicando el carácter civilista, republicano y democrático de nuestros países, especialmente Venezuela. Para Mijares el caudillo fue siempre una figura coyuntural mientras que desde la independencia lo permanente ha sido la construcción del proyecto civilista. Para nuestro pensador, el positivismo, en cambio, además de sociológicamente pesimista con relación a nuestra cultura mestiza, reivindica la mano dura de un despotismo ilustrado para disciplinar a nuestros pueblos. Mas, a diferencia de Vasconcelos, Mijares respalda la tradición española como base de lo afirmativo venezolano y su anhelo republicano. Para el mexicano la tradición española sólo adquiere toda su potencia cultural en su articulación con las bases asiáticas de nuestras razas indígenas y los aportes afrodescendientes. Precisamente por ser la unión de Asia, África y Europa en América somos la más universal de las razas.
Si los positivistas veían en el mestizaje todo lo negativo, "La raza cósmica" de Vasconcelos tiende a ver todo lo positivo. Probablemente cada uno tenga su momento de verdad, mas lo completamente cierto es que en este mundo no hay pueblos sin algún grado de mestizaje, pues herderianamente cada pueblo es una síntesis histórica de muchos otros. Lo que cada uno ha aportado a la historia ha ido construyendo la humanidad que hoy somos, para bien y para mal. Empero, el positivismo que perdura en nuestro presente sigue observando en nuestras raíces indígenas y africanas lo que debe superarse, sigue pensando que debemos seguir el camino de Europa y Estados Unidos, el camino de una modernización económica e institucional y de una modernidad cultural sustentada en una lógica individualista. El norte es el proyecto de este positivismo remozado. Vasconcelos apunta en otra dirección cuando defiende las formas comunitarias y más armónicas con la naturaleza de nuestras otras raíces culturales.
En este centenario de "La Raza Cósmica" cabe volver a sus páginas, revisitarlo como bálsamo que nos dote de las fuerzas espirituales necesarias para combatir la creciente ideología fascistoide y supremacista de las ultraderechas globalizadas, aquellas cuyo discurso y actuar se dirige primordialmente en clave xenófoba, y más que xenofóbica en clave aporofóbica. Cuando la realidad actual se parece cada vez más a la que hace un siglo condujo al siglo XX al mayor baño de sangre de la historia, el discurso cósmico de Vasconcelos puede ayudar a construir una paz auténtica y no una pax gringa. Debería leerse en nuestras escuelas para formar un ciudadano latinoamericano orgulloso de su diversidad universalizable. Si usted no lo ha leído anímese, y si ya lo leyó reléalo de nuevo. Hay mucho por ganar y otra manera de entendernos en sus breves páginas.