En medio de la discusión sobre la crisis de natalidad en Chile —un tema que ha estado notablemente ausente en los debates presidenciales, centrados principalmente en delincuencia, migración y empleo—, considero que debería ocupar un lugar central en la agenda del próximo presidente o presidenta que se elija el 14 de diciembre de 2025. Se trata de un problema estructural y de largo plazo que requiere atención urgente ante los datos actuales.
La tasa de fecundidad en Chile cayó a 1,03 hijos por mujer, la más baja de América Latina y una de las más bajas del mundo. A esto se suma el acelerado envejecimiento de la población: según proyecciones, en 2050 uno de cada cuatro habitantes tendrá más de 65 años. Las consecuencias de este fenómeno serán profundas en todos los ámbitos: pensiones, salud, mercado laboral y sostenibilidad del modelo de desarrollo.
Frente a esto, los candidatos presidenciales han ofrecido respuestas parciales. Algunos proponen sala cuna universal; la candidata Jeannette Jara ofrece una mirada más integral al plantear la necesidad de avanzar hacia una sociedad del cuidado y una mayor corresponsabilidad parental. Por su parte, José Antonio Kast ha sugerido incentivos económicos y bonos para las mujeres con el objetivo de aumentar la natalidad, una propuesta que parece anclada en el retorno a la familia tradicional y que, nuevamente, deja a los hombres fuera de la ecuación.
En otras palabras, Jeannette Jara aborda la crisis de natalidad desde una perspectiva de género, visibilizando que la inmensa mayoría de los hombres sigue ausente en las tareas de cuidado y que estas recaen de manera desproporcionada en las mujeres, al igual que el trabajo doméstico no remunerado. Kast, en cambio, parece reforzar roles de género tradicionales que precisamente obstaculizan cualquier transformación.
Sin embargo, aunque la mirada de Jeannette Jara es mucho más amplia y acorde a los tiempos actuales que la de José Antonio Kast, la crisis de natalidad no es solo una crisis del cuidado: es también consecuencia de una construcción histórica de la masculinidad que yo llamo "masculinidad de la muerte". Este modelo vuelve a los hombres no solo incapaces de participar en el cuidado de sus hijos, sino también del autocuidado y del cuidado de la vida en el planeta.
Se podrán implementar políticas de cuidado y corresponsabilidad ambiciosas —como las de Suecia, Francia, Finlandia, Noruega o Islandia, con posnatales masculinos largos y obligatorios, conciliación real entre vida laboral y familiar, y un modelo integral de bienestar social—, pero no serán suficientes si no se cuestiona y transforma el mandato cultural que presenta el cuidado como "cosa de mujeres" y como algo contrario al progreso y al desarrollo.
Basta observar quiénes cuidan hoy a niños, personas mayores, personas en situación de discapacidad, enfermos crónicos, animales y la naturaleza: en su enorme mayoría, mujeres. Los hombres, en cambio, hemos sido educados para creer que ser "más hombre" implica ser racional, arriesgado, independiente, exitoso y acumulador de riqueza a cualquier costo.
Por eso no basta con incentivar que los hombres participen más en las labores domésticas y el cuidado de los hijos si no se vincula esa participación con una crítica profunda al modelo económico social y ambientalmente insostenible que ha sido construido precisamente desde esa masculinidad de la muerte: una masculinidad desconectada de lo emocional, de lo corporal y de lo natural, y que nos tiene sumidos en una crisis climática sin precedentes.
Dicho de otro modo, más allá de políticas de corresponsabilidad parental para enfrentar la crisis de natalidad y de cuidados en Chile, lo que realmente necesitamos —tanto en el país como en el mundo— son políticas de masculinidades. Políticas explícitas a nivel político, familiar, escolar, laboral, social y mediático (tradicional y digital) que ofrezcan alternativas y cuestionen abiertamente un modelo de ser hombre que genera daños en tantos ámbitos.
Habrá resistencias, claro está. Habrá quienes quieran mantener el statu quo o incluso retroceder a roles de género tradicionales, como propone José Antonio Kast. Pero no podemos seguir naturalizando la violencia, las guerras, el extractivismo depredador, las violaciones, los homicidios y los suicidios masculinos argumentando que "así son los hombres" o que "está en su ADN". Esa naturalización es parte del problema, no la solución.
Es hora de construir masculinidades que cuiden la vida en todas sus formas.