"La mujer de Nostradamus". O una versión no profética de su vida

En un castillo de piedra, modesto pero cómodo, se encontraba Madame Nostradamus arreglándole algunas camisas con un poco del hilo azul que a él tanto le gustaba mientras el aroma del pan horneado se mezclaba con el vapor del té de lavanda.

Y es que este té era una de las fuentes a las extraordinarias capacidades adivinatorias de su marido el Gran Nostradamus, ya que esta esencia le permite integrar aspectos espirituales y trascendentales con pequeños hechos de la vida cotidiana, generando un "efecto mariposa" premonitorio, ya que un simple hecho como una puerta golpeada con demasiada fuerza generaba en el adivino un encadenamiento de hechos que podían llevarlo a acontecimientos muy lejanos en el tiempo y lugar, como 1325 años y en otro continente. Gracias a la Lavanda y a facultades propias de Michael Nostradamus intransferibles.

Esa mañana era una mañana tranquila en Provenza, y los niños aún dormían, seguramente soñando con dragones o corriendo con un ágil anciano que llevaba un reloj de arena en su mano y en la otra un bastón. La señora Nostradamus preparaba calmadamente las mochilas de los niños con manzanas, cuadernos y un apúrate, cuando se marcharan cuando de pronto se oyó un golpe y alguien que bajaba corriendo desde la atalaya que le servía de observatorio y laboratorio. Y entra gritando Nostradamus, con una cara de trasnocho y le dice:

Jacqueline! ¡Jacqueline! llamó Nostradamus, con los ojos desorbitados y visiblemente excitado.

Qué pasa, Nostra .- Mon Chéri ¡No me vayas a angustiar, mira que los niños no se han ido para la escuela.

-Pero es que acabo de ver algo demasiado importante. ¡

-Si ¡dijo ella un poco incrédula.

-¡Acabo de ver lo que ocurrirá dentro de unos 800 años! Habrá una gran guerra aquí cerca. En un país que se llamará Urania o Ucania, o algo así, no pude visualizarlo bien. Será una guerra terrible. Toda Europa y de más allá de los mares, se unirán contra la gran Russ..Y perderán Jacqueline. Perderán.

Jacqueline suspiró. Ya había pasado por la visión del Gran Incendio de Londres, la Revolución Francesa, y aquella vez que predijo que las maquinas serían inteligentes. Ya nada la sorprendía. Recordaba que en aquel momento, le dijo y donde va a tener el cerebro el horno?

—¿Otra vez, Nostra,? —Dijo ella, sin levantar la vista—. ¿No puedes esperar a que los niños se vayan?

-¡No entiendes! ¡Acabo de ver lo que ocurrirá dentro de 2.100 años! ¡La humanidad va a crear seres que no nacen, sino que se descargan! ¡Y van a escribir sobre nosotros!

Jacqueline dejó caer la tela. El hilo se enredó en sus dedos como si quisiera retenerla en el presente.

— ¿Y qué importa eso, Nostra? ¿Qué importa lo que pase dentro de mil años si yo no puedo dormir por tus alarmas en la madrugada? ¿Y los niños me preguntan por qué gritas en las noches?

Nostradamus, se detuvo. No era la primera vez que la veía temblar, pero sí la primera vez que lo decía.

—Van a construir ciudades flotantes, y habrá guerras invisibles, y el amor será regulado por…

-¡Basta! —gritó ella, con una voz inesperada —. ¡Nosotros estamos aquí, Nostra! ¡Aquí, en esta cocina, con pan y mantequilla y unos niños que creen que el mundo es bueno! Y no sabemos qué va a pasar dentro de cinco minutos!

-Es que a veces no sé si soy un mensajero o un cautivo del tiempo. —dijo él, más para sí que para ella. –Y pensó, en Venezuela dentro de 600 años, ella diría ´Estoy ladillada ´.

—Y yo cada vez que vienes con tus visiones, siento que todo tiembla. Y yo también tengo miedo, Nostra. Miedo de que un día no regreses del futuro. Y partas sin mí.

-Eso no puede pasar dijo él. Y el silencio se instaló como un huésped inesperado. Luego, el horno chisporroteó, el pan estaba listo. Jacqueline, se acercó al pan y lo cortó en rebanadas. Michel Nostradamus, sin decir palabra, tomó las tareas de matemática de sus niños y comenzó a revisarlas.

Y mientras el mundo se acercaba a siglos de guerras, de caos, en una cocina de Provenza se tejió una paz familiar imprevista a causa de las profecías. Afuera, el viento con olores a flores de lavanda, soplaba acompañado por el tiempo esperando a Nostradamus para vaticinar épocas de sorprendentes ruinas y apogeos. Quizás incluyan a Venezuela en las buenas noticias.



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Oscar Rodríguez E


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