El régimen de partido hegemón

¿Hacia dónde vas, madurismo? Tal vez esta sea la pregunta que se esfuerzan por responder no pocos analistas de oposición y oficialista, cada quien con sus herramientas conceptuales, sus esquemas y su perspectiva: un “bonapartismo” al estilo del Imperio malandro de Luís Bonaparte que analizó Marx a mediados del siglo XIX; otros usan la amplísima categoría de autoritarismo- Más allá habrá quien señale que estamos ante un “neofascismo neoliberal”, para lo cual mostrarán bastante señales de alarma, y hasta todavía alguien (iluso o vivazo criollo) dirá que se trata de un régimen en transición al socialismo, pero al estilo chino (aquí no aguanto la carcajada: habló un cómico). 

La respuesta puede construirse en clave del presente, con una caracterización del grupo dominante. El amigo Roberto López, en un muy buen texto reciente, toma el camino de la comparación histórica y, apoyándose en las “reyes de la baraja” de Herrera Luque, dice que Chávez fue el quinto rey, un caudillo más que marca otro período de auge y decadencia como ya habido cuatro en nuestra (corta) historia republicana. Otros tomarán el camino de la genealogía y la evolución del régimen, observando el camino recorrido y el que se abre a sus pasos: desde el arranque como movimiento populista aluvional y claramente caudillezco, desembocadura de una gran crisis de legitimación de la democracia bipartidista, llegando a un gobierno de “unidad cívico militar” con un Partido verticalista construido desde el Estado, al mismo tiempo que se transformaba al aparato de Estado y de las fuerzas armadas, en órganos de ese engendro organizativo,  más allá del Estado corporativista fascista. 

Así, hemos pasado por el espejismo de un “socialismo petrolero”, compañero de andanzas de un progresismo latinoamericano que terminó en varios países entre escándalos de corrupción y caída de la economía debido a la desaceleración del crecimiento del gigante chino. Todo ello, llegando al surgimiento y crecimiento de la boli-burguesía: nueva versión de la burguesía parasitaria de la renta petrolera que una vez denunciara Jorge Olavarría que hoy hasta tendría ramificaciones delictivas, como analiza, en dimensiones globales, Anne Applebaum en su libro, altamente recomendable: “Autocracia Inc”.

Como el conocimiento busca en sus momentos iniciales clasificar, las caracterizaciones deben apoyarse en una tipología, al estilo del Método de los tipos ideales de Weber. Estas son construcciones teóricas que aíslan y abstraen ciertos rasgos básicos de unos “tipos” con los cuales podemos clasificar lo que observamos. Hay variedad de clasificaciones. Desde la clásica triádica de monarquía, aristocracia y democracia, que luego se reformuló como autocracia, oligarquía y democracia. Hoy en día, Mires y sus seguidores ha simplificado la cosa y se habla de solo dos tipos de regímenes: la dictadura y la democracia. En realidad, la cosa es mucho más complicada. Pero los esquemas tienen alguna utilidad. Así sea para comenzar a pensar.

Con ese ánimo, podemos hablar de una variedad de regímenes oligárquicos. Ha habido teóricos que han visto al Rey desnudo y han señalado que los ejemplos de democracia no son más que competencias entre oligarquías. Es más, que los actores típicos de las democracias representativas, los partidos, tienen una tendencia metálica a convertirse en oligarquías, gobiernos de algunos pocos, de un cogollo. 

Si vemos alrededor, nos encontramos con autocracias (personales, cuasimonarquías: ver Corea del Norte: un clásico) rodeadas y/o sostenidas por oligarquías (Rusia), plutocracia tecnológica (los Estados Unidos de Trump, pero antes también; no es nada nuevo el peso de las grandes corporaciones en la política del Estado norteamericano), teocracias constitucionales como la iraní, que siguen el mismo modelo oligárquico pero con la bendición a Alá, como las monarquías enemigas de Arabia Saudita y otras. En Siria se perfila algo parecido, y hasta en Turquía, donde el rol de la religión aumenta como ideología dominante.

Pero, como después de la Segunda Guerra Mundial, todos quisieron pasar por democráticos, incluso los que desde 1917 se les arruga la nariz de asco cuando oyen hablar de eso, surgieron variedades de “democracia”: Mao planteó una “nueva democracia” o “dictadura democrática de obreros y campesinos”. También, las “democracias populares”, ejemplo del uso irónico del lenguaje o de neolengua orweliana, en que las palabras significan lo contrario. Pero aquí hay que parar la fiesta y hacer una primera distinción entre las oligarquías, que es lo que ha habido hasta ahora: hay regímenes de partido único y regímenes de partido hegemón.

Ejemplos de régimen de partido único saltan a la vista: Cuba, Corea del Norte, la URSS del siglo XX. Ejemplos de régimen con un partido hegemón y una corte de partiditos: México (con el PRI, en la época en que se le señalaba como “la dictadura perfecta”; pero tenía sus partidos de oposición y todo), los países de “democracia popular” del bloque soviético donde sobrevivían algunos partidos también. Y en el límite de estos tipos-ideales, China, donde el Partido Comunista es el partido líder, vanguardia, gobernante, faro del pueblo, novio de la madrina, pero él mismo permite algunos partiditos locales y hasta nacionales que recogen algunas demandas de la población para exigirlas ante el gran hegemón. Se dirá que aquí, en este grupo de la clasificación, hay grados de realización. Cuba sería un extremo. Muy cerca, estaría el nepotismo extremo de la parejita de la Nicaragua actual (donde, para nuestra sorpresa, sobreviven unos partiditos “de oposición”). Luego China y el México del PRI. Vale la gradación. Al final, el método de los “tipos ideales” parte de la idea de que, en realidad, no hallaremos ningún ejemplo “puro”.

Pero todo este dislate pseudosociológico era para caracterizar un rumbo posible del régimen actual o lo que se propone ser, con esas elecciones robadas, con la convocatoria a otros comicios a niveles locales, con esa insistencia en reformar la Constitución (lo cual merece otra extensa consideración), con unos partidos que desean seguir “dialogando” y “participando” con el hegemón a ver qué consiguen, a pesar de que saben muy bien de que, si se pasan de la raya (o sea, logren hacer valer una victoria electoral), serán bloqueados, detenidos, presos, desaparecidos, censurados, execrados, judicializados, inhabilitados, etc. Incluso si ganan algún puestico por ahí, unas alcaldías o hasta una gobernación, serán intervenidos, imposibilitados sin presupuesto, con unos “padrinos” que hagan lo que ellos no pueden hacer, obligados a hacer lo que el hegemón diga. 

Pero, bueno, qué le vamos a hacer. Una vez me decía un amigo que la política era un vicio. Una ludopatía. Quizás. Hasta conozco gente que vive de “eso” y no les va mal si observamos sus vehículos y sus casas. Quiero decir, hacer política en esas condiciones se puede convertir hasta en una forma de ganarse la vida, todo un estilo de vida, por lo que todo el problema de la política, más allá de hacer chapuzas de sociología política, se reduce a eso: seguir vivos, sobrevivir. 

 


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Jesús Puerta


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