Respuesta a la respuesta a la estatización polémica de Dieterich

Saludo camarada y hermano: Luis Raúl Cornieles Díaz

Créeme que sentí una enorme satisfacción al encontrarme con tu artículo “Respuesta a la estatización polémica de Dieterich” en aporrea. Todo indica que estamos entrando a una polémica que nos conduce a la reflexión, y de ésta a la conquista de importantes conocimientos para que lleguemos a esa fase del pensamiento, en que nos hallemos en disposición de tomar decisiones en base a la convicción que la realidad nos dicte a la conciencia. Reflexionemos, pues, polemizando.

Leí una y otra vez cuidadosamente tu opinión. La desmenucé por partes sin arrancarle nada que pudiera quedar por fuera y me conduzca a olvidar un detalle trascendental que luego dificulte el entendimiento de la globalidad. La batalla en el campo de las ideas es tan compleja, por ejemplo, que estando usted y yo en desacuerdo –por un lado- con el Nuevo Proyecto Histórico, no coincidimos –por el otro- en un elemento esencial para la interpretación del socialismo. Cuando Dieterich dice que el socialismo no se puede consolidar sin contar con la tecnología y el proletariado occidental industrializado, creo que tiene razón, y que esa razón o -mejor dicho- verdad histórica está dicha desde tiempo de Marx.

Me explico: el marxismo expresa –científicamente demostrable- que el desarrollo de la técnica es el resorte primordial del progreso, y por eso se elabora un programa socialista o comunista sobre la dinámica de las fuerzas productivas y no sobre las voluntades de los revolucionarios. Marx, además, señalaba o interpretaba el socialismo como la etapa inferior del comunismo, pero cuyo desarrollo económico fuese, desde un comienzo, superior al del capitalismo avanzado o desarrollado. Por supuesto que no debemos dejar de lado que Marx creía que la revolución socialista la empezarían los franceses, los alemanes la seguirían y los ingleses la terminarían. Si hubiese sido así, el mundo entero hubiera entrado facilito a la órbita del socialismo sin tantos sacrificios humanos de los de abajo y sin tanta violencia social entre las clases. Pero tampoco olvidemos que Marx planteaba un período de transición entre el capitalismo y el socialismo, donde los elementos del primero se resisten a ser vencidos y los segundos pujan por imponer completamente su victoria. La transición es un período de lucha frontal entre la burguesía y el proletariado. Allí se decide todo. Pero, además, Marx nunca concibió que el socialismo pudiera construirse en un solo país y, muchísimo menos, en una nación atrasada o subdesarrollada. Es vital que entendamos que el capitalismo altamente desarrollado ha preparado las condiciones materiales para el socialismo: la técnica y la ciencia, y también a la fuerza social de la revolución: el proletariado. Sin embargo, cosa curiosa pero real, en los países altamente avanzados del capitalismo, la clase obrera ha adquirido preparación técnica pero ha carecido de la voluntad política o doctrinaria para plantearse el asalto al poder político, mientras que en las naciones atrasadas ha sido lo contrario. Creo que esa dualidad no la precisó Marx, seguramente, por haber muerto antes del capitalismo haber comenzado su fase imperialista de producción y de dominación. Lenin y Trotsky sí se percataron de eso, lo cual los llevó a entender que el proletariado podía tomar el poder primero en un país atrasado que el proletariado de un país de capitalismo altamente desarrollado. La historia les dio la razón, pero igual sabían que si la revolución no se producía en los países avanzados del capitalismo, la revolución rusa corría el riesgo de fracasar. ¿Acaso no fue así? Nos podrán argumentar mil y más elementos del fracaso de la revolución en la extinta Unión Soviética, pero si la revolución hubiese triunfado en Alemania, Francia e Inglaterra, el mundo fuera completamente distinto al actual y no anduviera caminando patas arriba sino patas abajo.

Si dijeras que para tomar el poder político en un país no es necesario que las fuerzas productivas estén desarrolladas al nivel de un capitalismo desarrollado, y que la transición del capitalismo al socialismo requiere de cambios revolucionarios, tienes razón, pero eso nunca puede confundirse con el socialismo propiamente dicho, ese que es superior al capitalismo más avanzado. Esa experiencia la vivió el conocido y derrumbado campo socialista del Este, donde –aunque nos duela reconocerlo- si bien se lograron importantes cambios revolucionarios, no llegó a superarse la técnica, los bienes y la cultura del capitalismo altamente desarrollado.

Luego, refutando lo que dije de mitad verdad y mitad mentira, y que tu crees son dos mitades verdades, señalas: “Cuando el sistema productivo está en manos del Estado, nos encontramos con un sinnúmeros de problemas, que de una u otra manera contribuyeron a la caída de la Unión Soviética, por ejemplo: las grandes mayorías son excluidas de todas las decisiones, comenzando desde la discusión sobre el aborto hasta el pago de la deuda pública, pasando por las emisiones de bonos, presupuesto nacional, educación, constituyente universitaria y pare ud. amigo, de contar cuantas decisiones se pueden toman sin la intervención de las mayorías”. Empecemos por el comienzo sin negar todo cuanto de verdad expresas en ese párrafo, pero que una revolución verdaderamente marxista no haría esas cosas: no existe una sola luz teórica ni una sola experiencia práctica de que se pueda saltar del capitalismo al socialismo sin pasar por la estatalización de los medios de producción, sin la nacionalización de la tierra y de la banca, sin que los obreros aprendan y se eduquen en el manejo de la técnica más avanzada de su tiempo, sin que la sociedad aprenda y se eduque en el arte y la ciencia de administrarse por sí misma, sin que la gente del pueblo adquiera un respetable nivel de cultura que sólo se conquista asimilando lo más avanzado del legado cultural del capitalismo, sin que el Estado –al expropiar a los expropiadores- suprima la necesidad de un aparato burocrático que domine a la sociedad, es decir, un Estado que empiece a agonizar jugando la última oportunidad de su existencia, que no es otra que la de empezar –con su propia extinción- a dejar de ser una máquina para obligar al pueblo a obedecerle, pero sí evitar que la burguesía reconquiste los espacios perdidos. En fin, lo dice Trotsky y hay que creerle, que: “Para que la propiedad privada pueda llegar a ser social, tiene que pasar ineludiblemente por la estatalización, del mismo modo que la oruga para transformarse en mariposa tiene que pasar por la crisálida”.

Sobre la caída de la Unión Soviética se pudieran escribir tomos completos señalando las causas verdaderas de la misma, pero ninguno –desde mi punto de vista- se ajustaría a la verdad si se le echa la culpa a la estatización de los medios de producción. Baste con decir que cuando el termidor soviético –como burocracia- impuso su triunfo sobre el pueblo y desplazó a éste de todas sus funciones primordiales, no sólo negó al marxismo, sino que abrazó el fabianismo inglés como la doctrina del socialismo, destruyó los soviéts, se convirtió en una casta inmensamente rica económicamente, expropió políticamente al proletariado y defendió la propiedad del Estado como fuente de su poder y sus rentas en perjuicio de la revolución y de las masas, se situó por encima de la clase obrera dándole la espalda a sus necesidades y derechos, asimiló las costumbres burguesas, se autoconvenció que se podía construir el socialismo en un solo país independiente de todo lo que sucediera en el mundo que le rodeaba y –especialmente- en el mercado mundial. En fin, no era posible –en esas condiciones- que triunfara el socialismo, porque éste dependía no sólo de una verdadera dirección revolucionaria y de los soviéts resteados con la revolución tratando de ejercer su propio gobierno, de los medios estatalizados pasando a manos de la propiedad social, sino –primordialmente- de lo que aconteciera revolucionariamente en el resto del mundo y, especialmente, en los países más desarrollados del capitalismo y de un elevado desarrollo industrial interno más cualitativo que cuantitativo.

¿Cómo sería una revolución que proponiéndose el socialismo, al tomar el poder político en una nación capitalista plena de contradicciones antagónicas, sea desarrollada o subdesarrollada, inmediatamente entregue todos los medios de producción a la propiedad social, es decir, a la sociedad que es la definición exacta del socialismo propiamente dicho? Eso no ha sido soñado ni siquiera por los anarquistas que niegan el papel del Estado una vez derrocada la burguesía políticamente, aunque no lo esté en lo económico ni totalmente en lo ideológico. Ni siquiera sería posible desapareciendo las clases y extinguiendo el Estado por decreto, porque tendría que haber una institución de Estado nuevo que elabore y proclame el decreto, porque el viejo no lo haría jamás.

Dices en tu artículo que: “En otras palabras la propiedad productiva debe estar en manos de las grandes mayorías. Estatizada tiene un dueño que es el Estado. Debe además ser percibida como algo propio, no como algo del estado y no debe ser pensada como algo ajeno que éste otorga a quien crea conveniente sin que esa mayoría intervenga. No podremos avanzar hacia el socialismo mientras una sola propiedad productiva esté en manos ajenas, bien en manos del estado, bien en manos ajenas. La mayoría y sólo la mayoría debe ser dueño de esas propiedades”. Avancemos en la reflexión, porque ya antes la comenzamos: el socialismo no es que la propiedad productiva esté en manos de las grandes mayorías, sino que todos los medios de producción pasen a manos de la propiedad social, es decir, de toda la sociedad sin clases, sin explotadores ni explotados, sin opresores ni oprimidos. Precisamente, hasta ahora así lo dice la teoría y lo demuestra la práctica, es la estatización de los medios de producción, la nacionalización de la tierra y de la banca y de los servicios públicos, el cooperativismo sin las manos de la propiedad privada, el único método de organización que garantiza que todos los factores de producción o de la economía vayan a manos de la propiedad social. Y eso necesita, obligatoriamente, un nivel elevado de conocimientos y técnica del pueblo, es decir, de cultura, sin lo cual se corre el riesgo de depender de direcciones conformadas por agentes o funcionarios de la burguesía. Esta terrible experiencia igualmente la vivió la Revolución Rusa tan pronto chocó con la realidad que sus obreros no estaban en capacidad de ponerse al frente de importantes medios de producción asumidos o estatizados por la Revolución. ¿Qué tal si los hubiese declarado de propiedad social? Precisamente, el Estado agonizante si pretende realmente construir socialismo, al expropiar a los expropiadores, al nacionalizar todo lo que deba nacionalizar, debe igualmente –organizando al pueblo- ir traspasándole el poder sobre los medios de producción tan pronto esté la sociedad en capacidad de corresponder a esa gran tarea indispensable del socialismo. Para eso, repito, se necesita un nivel de cultura que se nutre de la savia de la economía. Sin esto, el socialismo nos parecerá muy cerca de la vista pero no de la realidad. Pero, al mismo tiempo, para que el Estado y todos sus aditamentos se extingan tiene que producirse la revolución a nivel mundial, porque sería terrible que una revolución en una nación –creyendo ciegamente que se puede construir el socialismo en un solo país- se desarme y quede totalmente indefensa ante los ataques de sus enemigos. El capitalismo vivirá mientras la revolución socialista no sea capaz de derrocarlo completamente en toda la faz de la Tierra. Un abrazo.



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Freddy Yépez


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