Son verdades

—"Ni, pues, el anhelo vital de inmortalidad. Más he aquí que en el fondo del abismo se encuentran la desesperación sentimental y volitiva y el escepticismo racional frente a frente, y se abrazan como hermanos. El escepticismo, la incertidumbre, última posición a que llega la razón ejerciendo su análisis sobre sí misma, sobre su propia validez, es el fundamento sobre que la desesperación del sentimiento vital de fundar su esperanza".

Ni cabe aquí tampoco ese expediente repugnante y grosero que han inventado los políticos parlamentarios y a que llaman una fórmula de concordia, de que no resulten ni vencedores ni vencidos. Tal vez una razón degenerada y cobarde llegase a proponer tal fórmula; de arreglo, porque en rigor la razón vive de fórmulas; pero la vida, que es informulable; la vida, que vive y quiere vivir siempre, no acepta fórmulas. Su única fórmula es: o todo o nada.

La duda metódica de Descartes es una duda cómica, una duda puramente teórica, provisoria; es decir, la duda de uno que hace como que duda sin dudar. Y porque era una duda destufa, el hombre que concluyó que existía de que pensaba, no aprobaba "esos humores turbulentos (brouillones) e inquietos que, no siendo llamados no por su nacimiento ni por su fortuna al manejo de los negocios públicos, no dejan de hacer siempre en idea alguna nueva reforma", y se dolía der que pudiera haber algo de esto en su escrito. No; él, Descartes, no se propuso sino "reformar sus propiós pensamientos y edificar sobre un cimiento suyo propio"

Pero no se puede emprender este trabajo titánico sin destrozarse en él completamente. No se puede penetrar en el fuego sin quemarse, no se puede subir a las alturas de la atmósfera sin congelarse; no se puede acercar el cuerpo a la nube tonante sin recibir en tan fácil conductor de la electricidad el latigazo del rayo. Esos seres, que desde el barro de la tierra se elevan tanto, que llegan a convertirse en seres transparentes como los ángeles, en seres luminosos como las estrellas, para desde el escollo de sus naufragios tender su luz sobre generaciones, han tenido que alimentar ese resplandor que se alza en la milagrosa lámpara de su cerebro. Han tenido que alimentarlo y sangre de sus corazones.

Suiza, esta tierra se halla sembrada por doquier de recuerdos históricos. Los grandes hombres han ido allí a respirar el aire de las montañas y el aire de la libertad. Especialmente las riberas del Leman, donde los protagonistas del siglo décimooctavo, de ese siglo cuya filosofía fue una revolución y cuya revolución será la clave de toda nuestra filosofía de la historia.

Por aquellas orillas se refugiaron muchos genios que han dejado en la humanidad inextinguibles huellas. Cada piedra habla allí de Rousseau, de ese escritor melancólico y sombrío que prestaba a la realidad sus propias tristezas; de ese profeta elocuentísimo que transformó la realidad con sus esperanzas. Allí Voltaire trabajo largos años, contemplando un pequeño segmento del lago que se descubre entre el follaje oscuro y la alta cúspide del Mont-Blanc, que se dibuja en el celeste horizonte. Por allí concluyó Gibbon su historia de la decadencia de Roma, empezada a la vista de la cima del Imperio y terminada a la vista de las regiones por donde los bárbaros asaltaron el Imperio.

Y es que, si la fe, la vida, no se puede sostener sino sobre razón que la haga transmisible, la razón a su vez no puede sostenerse sino sobre fe, sobre la vida, siquiera fe en la razón, fe en que ésta sirve para algo más que para conocer, sirve para vivir. Y, sin embargo, ni la fe es transmisible o racional, ni la razón es vital.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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