Pero aquí queda esto, y sea de su suerte lo que fuere

—Todo el mundo sabe de sobra, que un pueblo es el producto de una civilización, flor de un proceso histórico el sentimiento de patria, que se corrobora y vivifica a la par que el de cosmopolitismo.

Lo mismo que tantos pueblos han proyectado en sus orígenes, su ideal social, Rousseau proyectó en los orígenes del género humano el término ideal de la sociedad de los hombres: el contrato social. Porque hay en formación, tal vez inacabable, un pacto inmanente, un verdadero contrato social intra-histórico, no formulado, que es la efectiva constitución interna de cada pueblo. Este contrato libre, hondamente libre, será la base de las patrias chicas cuando éstas, individualizándose al máximo por su subordinación a la patria humana universal, sean otra cosa que limitaciones del espacio y del tiempo, del suelo y de la Historia.

En el mundo de los vivientes, la lucha por la vida, "the struggle for life, establece una asociación, y estrechísima, no ya entre los que se unen para combatir a otro, sino entre los que se combaten mutuamente. ¿Y hay, acaso, asociación más íntima que la que se traba entre el animal que se come a otro y éste que es por él comido, entre el devorador y devorado? Y si esto se ve claro en la lucha de los individuos entre sí, más claro aún se ve en la de los pueblos. La guerra ha sido siempre el más complejo factor de progreso, más aún que el comercio. Por la guerra es como aprenden a conocerse y, como consecuencia de ello, a quererse vencedores y vencidos.

Toda posición de acuerdo y armonía persistentes entre la razón y la vida, entre la filosofía y la religión, se hace imposible. Y la trágica historia del pensamiento humano no es sino la de una lucha entre la razón y la vida, aquella empeñada en racionalizar a ésta haciéndola que se resigne a lo inevitable, a la mortalidad; y ésta, la vida, empeñada en vitalizar a la razón obligándola a que sirva de apoyo a sus anhelos vitales. Y ésta es la historia de la filosofía, inseparable de la historia de la religión.

Como el pensador no deja, a pesar de todo, de ser hombre, pone la razón al servicio de la vida. La vida engaña a la razón. La filosofía escolástica-aristotélica, al servicio de la vida, fraguó un sistema teleológico-evolucionista de metafísica, al parecer racional, que sirviese de apoyo a nuestro anhelo vital. Esa filosofía, base del sobrenaturalismo ortodoxo cristiano, sea católico o sea protestante, no era, en el fondo, sino una astucia de la vida para obligar a la razón a que la apoyase. Pero tanto la apoyó ésta que acabó por pulverizarla.

El sentimiento del mundo, de la realidad objetiva, es necesariamente subjetivo, humano, siempre se levantará frente al racionalismo se erguirá frente a la razón. Ni la razón ni la vida se dan por vencidas nunca. La consecuencia vital del racionalismo sería el suicidio. "El suicidio es la consecuencia de existencia del pensamiento puro… El pensador, por el contrario, es un curioso animal, que es muy inteligente a ciertos ratos del día, pero que, por lo demás, nada tiene de común con el hombre".

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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