Renovación, o, una canción desesperada

"El blanquismo —dice Lenin— espera la liberación de la Humanidad de la esclavitud asalariada, no mediante la lucha de clases del proletariado, sino mediante la cooperación de una pequeña minoría de intelectuales…"

Lenin enarboló la victoriosa bandera de la revolución socialista, de la lucha por el socialismo, la libertad y la igualdad, por la justicia y el progreso social, contra la opresión y la explotación, contra la miseria y la discriminación nacional.

Muchas veces se hacía caso omiso de las palabras de Lenin respecto a que el valor de la teoría radica en que represente exactamente "todas las contradicciones que existen en la realidad". Las nociones teóricas sobre el socialismo, permanecieron en muchos sentidos al nivel de los años 30 y 40, cuando el pueblo cumplía tareas muy diferentes. El socialismo en desarrollo, la dialéctica de sus fuerzas motrices y sus contradicciones, así como el estado realista del pueblo, no fueron objetivo de profundas investigaciones científicas.

Los planteamientos leninianos sobre el socialismo, se interpretaban fe manera muy simplista, disminuyendo con frecuencia su profundidad e importancia teóricas. Esto se refiere a problemas tan importantes como son la propiedad social, las relaciones entre clases y entre las nacionales, la cantidad del trabajo y la del consumo, la producción cooperativa, los métodos de gestión económica, la democracia y el autogobierno, la lucha contra el burocratismo, la esencia revolucionaria y transformadora de la ideología socialista, los principios de la enseñanza y la educación, las garantías de un sano desarrollo del Gobierno y el pueblo.

Es preciso decir unas palabras sobre la propiedad socialista. Se ha debilitado bastante el control sobre quienes gobiernan esta propiedad y sobre los métodos que utilizan para ello. Con frecuencia se veía roída por el departamentalismo y el localismo, era una "propiedad de nadie", gratuita, sin dueño, y con frecuencia se la utilizaba para extraer ingresos ilegales.

Desafiar el poder era, necesariamente, colocarse enfrente de aquellos a los que desafiaba. La confrontación política entre derecha e izquierda, como es bien sabido, nace de la discusión en los comienzos de la Revolución francesa, especialmente del momento en donde había que decidir si el rey mantenía algunas prerrogativas de veto durante el verano de 1789. Esa división espacial se consolidaría después en la Asamblea Nacional. Los grupos favorables a que el rey siquiera siendo la piedra angular del sistema —nobles, clérigos reaccionarios, comerciantes, abogados de la aristocracia y de la alta burguesía— se situaron, de la misma manera que el buen ladrón estaba a la diestra del Padre, a la derecha del rey. Serían los futuros girondinos. Enfrente, a la izquierda, los jacobinos, que veían en Luis XVI algo no muy diferente de Luis XIV y querían extender la revolución. Eran los futuros jacobinos o la Montaña. En medio, en el centro, se colocaron los indecisos, llamados la "llanura". Tenía sentido que los que compartían ideas estuvieran cerca unos de otros para intercambiar argumentos y discutir su voto. Y tenía sentido que los que estaban cuestionando la monarquía —en nombre de la república—, la Iglesia —en nombre de la razón—, y el ejército aristocrático —en nombre del "pueblo en armas"— se situaran enfrente de donde estaban aquellos a los que querían mandar al b aurero de la historia. Lo que en aquel entonces fueron girondinos, jacobinos y la llanura se convirtió en izquierdas y derechas (el tiempo del centro aún no había llegado). Y lo que en aquel entonces fue una ventaja —representar físicamente la oposición al Antiguo Régimen— vino con el precio de cargar con la connotación semántica negativa que tenía lo siniestro frente a lo diestro.

La derecha nace del lado del orden, de lo moral, de la ley y las costumbres. La izquierda, de la desobediencia. Por eso la idea de progreso es consustancial a la izquierda. Porque apostar por la izquierda implica asumir que se van logrando avances y que son las luchas las que los logran. La discusión en la Asamblea francesa establecía un criterio de la "izquierda" válido para el futuro: abrir siempre vetas en lo existente hacia caminos más emancipadores. Por eso su función crítica. La izquierda es Heráclito, es movimiento continuo que entiende la política como conflicto y, por tanto, permanentemente en peligro. A la derecha le gustan los dioses que han estado ahí desde siempre, justificando el orden inmutable de las cosas.

"Esta simplificación entre derechas e izquierdas seguramente es el brochazo más burdo en la historia de las ideologías. Pero quizá por eso es también el más eficaz. El mundo occidental está marcado en su lenguaje por pares dicotómicos, con la clara influencia del marco platónico que diferencio todo lo existente entre el campo de la opinión (la doxa) y el campo de la verdad. Este planteamiento de Platón en el mito de la caverna lo retomaría la patrística católica, especialmente San Agustín, que sentaría las bases para pensar el mundo según términos opuestos, enfrentados, donde uno siempre era positivo y el otro negativo (la ciudad de Dios y la ciudad del pecado)".

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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