Guaidó como subproducto del chavismo

Lo primero que voy a dejar en claro es que estoy rodilla en tierra en defensa de la Revolución Bolivariana, de la Dirección revolucionaria, del Presidente Constitucional Nicolás Maduro y -last but not least- de mi Patria amenazada por las fuerzas oscuras. Soy un patriota antiimperialista, que nadie se equivoque. Pero recordaré también a los lectores lo que he sido y seguiré siendo: una ladilla china.

No voy a llamar a Juan Guaidó "títere", porque los títeres son una vaina demasiado bella. Lo llamaré "pelele" (una acepción de títere que no acepto). Pues bien ¿de dónde salió este pelele? Por supuesto, todo debe ser adjudicado al golpe de Estado continuado promovido por el imperialismo desde 1999, cuando el presidente Chávez dejó en claro que no iba ceder ni a presiones ni a halagos en su empeño por conducir la transformación del país, cuya primera gran prefiguración fue la aprobación popular de la nueva Constitución, el 15 de diciembre de aquel año. Pero me refiero a este episodio en particular ¿por qué se produce?

Vamos a retrotraernos al año 2015, cuando el chavismo sufrió una contundente derrota en las elecciones parlamentarias. Desde ese momento la Asamblea Nacional, finalmente en desacato, se convirtió en la más importante y permanente ventana política de la oposición, por encima de la desaparecida MUD, de esa rara entelequia que se llama Frente Amplio Venezuela Libre y de los partidos opositores. Es su mayoría en ese organismo lo que la ha permitido a la derecha crear su nuevo espejismo: la "presidencia interina" del pelele.

A estas alturas me pregunto: ¿Por qué una Revolución que promovió tantos logros para la mayoría, no solo materiales, que los hubo y muchos, en alimentación, en salud, en educación, en vivienda, sino también en la inclusión política, en darle al pueblo trabajador un protagonismo cotidiano del que había carecido a lo largo de nuestra historia republicana, recibió tan abultada paliza en aquellas elecciones fundamentales? El análisis simplista y circunstancial tiende achacarlo todo a la guerra económica, que sin duda tuvo entonces un momento álgido, con la inenarrable escasez inducida de bienes de primera necesidad, sobre todo de alimentos. Tal análisis ignora el papel de los grandes errores económicos cometidos (saludos a Giordani) y que nos hicieron enteramente vulnerables a aquellos ataques. En 15 años, con recursos y gran apoyo popular, no fuimos capaces de garantizar la mínima soberanía alimentaria, atrapados en los límites de la improvisación, el inmediatismo y el dogmatismo, que nos hundieron en el pantano de la improductividad, y señaladamente en lo que es la base de toda economía nacional sustentable, el sector agropecuario. Llegamos desarmados y desnudos al campo de batalla, y fuimos pasto del fuego enemigo.

Pero no fueron los únicos errores. Hubo también notables fallas de gestión en infraestructura. Hoy somos vulnerables en el sector eléctrico, en la distribución de agua, en el transporte público, en las telecomunicaciones, en la industria petrolera. Por supuesto, muchos han sido naturales errores de aprendizaje, pero quien no oye consejos no llega a viejo y el que solo tiene oídos para la lisonja tarda en reconocer sus pecados, si es que alguna vez lo hace, y por lo tanto se condena a sí mismo a seguir repitiéndolos. Por eso Chávez alguna vez instruyó las 3R: revisión, rectificación y reimpulso. En ese sentido, lamento creer que el Comandante aró en el mar.

Hubo igualmente errores de gerencia, como la mala selección de ejecutores de políticas públicas, con una rotación de personal demasiado alta como para darle mínima estabilidad al aparato del Estado. Me bastará con citar el emblemático caso de PDVSA. La principal industria del país ha tenido en estos veinte años nueve presidentes (¡!). No hablemos del actual, al cual hay que darle el beneficio de la duda. De los otros ocho, uno se quedó a vivir una vida de comodidades en Estados Unidos, otro terminó hablando pestes de Chávez, otro fue un connotado golpista en la aventura derechista de 2002, dos están presos por presuntos delitos de corrupción y finalmente anda otro por ahí, en fuga y compitiendo con Henrique Capriles por ver quién muestra mayor ambición de ser Presidente. Al ingeniero Ramírez parece ocurrirle lo que a Douglas Bravo, que si va a un entierro se arrecha porque el muerto no es él ¿Delirio de grandeza, megalomanía como lo llaman quienes saben mucho más que yo de las complejidades de la mente humana? En fin, de los ocho, apenas se salvan los fallecidos Alí Rodríguez Araque y Gastón Parra Luzardo ¿Qué pasó ahí?

Luego están los errores comunicacionales. Buena comunicación cuando se dirige a la vanguardia, muy mala para convencer a los que están más allá. De ese tema he hablado bastante desde hace años.

¿Y qué decir de los errores políticos, que tuvieron tanto peso en la derrota de 2015? Sectarismo, dogmatismo, triunfalismo, acriticismo, plagas que he abordado más de una vez. Todas se juntaron entonces. No olvido cuántas veces me opuse al encierro en nuestra burbuja, con aquellos temas del "1x10" y la acción puramente electorera, mientas el pueblo sufría abandonado en las colas. Abandonado por nosotros, porque la oposición sí andaba por ahí, echándole todas las culpas a Maduro. Le entregamos el trofeo a la derecha, ellos no ganaron, nosotros perdimos. De tales cavernas políticas salió ese Frankenstein que se llama Juan Guaidó.

Afortunadamente, veo al pelele como uno de esos globos que uno infla pero no le cierra el pico. Cuando lo sueltas, vuela dando tumbos por los aires hasta dar en algún rincón, convertido en un desperdicio de plástico, vacío y arrugado ¿Y después de eso, qué?

Hoy por hoy, el gran enemigo interno parecemos ser nosotros mismos. Si no hacemos cambios reales enseguida, tendremos pronto a otro pelele amargándonos la existencia bajo las órdenes del fascismo imperial.

Eso lo ha venido exigiendo el propio presidente Maduro. A él le pasa con Chávez lo que a mí con mi padre. De Demetrio Francia heredé cosas buenas, como la costumbre del trabajo honrado y la decencia humana. Pero también heredé la diabetes, una real traba para mi vocación de hedonista. Si no fuera por eso comería más fritangas y pasteles, y bebería unos cuántos rones más que los que me acostumbre a consumir, por los límites de mi condición.

A Maduro, Chávez le dejó una vanguardia popular numerosa, consciente, bien organizada y decidida a todo; una dirección política hábil, coherente, con liderazgo y poder de convocatoria; una obra social encomiable; una Fuerza Armada comprometida con la Revolución, un claro concepto de Patria soberana, una cultura de paz que obstaculiza los planes violentos del imperialismo y sus adláteres. Pero también heredó Nicolás unas cuantas goteras en el techo de la casa, por donde intentan colarse los gusanos de la putrefacción imperial como nunca antes. No es fácil ir tapando tales goteras mientras seguimos aprendiendo el oficio de albañil. Justo es decir que Maduro ha resistido como un roble, al frente del pueblo revolucionario, el embate de los vientos huracanados de la tempestad que viene del Norte.

¿Y la Constituyente? No la voy a dejar por fuera porque tengo vela en ese entierro. Tenemos deudas pendientes, es verdad, pero creo que las pagaríamos con creces con una sola y brillante moneda, todo lo demás sería ñapa: la transformación de este Estado burgués que aun nos condiciona, esta estructura mastodóntica que favorece al burocratismo y la corrupción. En días pasados un compa me hablaba de la corrupción y yo le asomé que dejar en manos de este Estado el combate contra la corrupción es como encargar a zamuro de cuidar carne.

Chávez nos dio la llave para escapar de esa prisión política: el Estado Comunal. No olvidemos una de sus disyuntivas postreras: "¡Comuna o nada!". Conozco excelentes propuestas de la Comisión Permanente para el Fortalecimiento de la Democracia Participativa, las Comunas y los Consejos Comunales. Tendremos que debatirlas más temprano que tarde, mejorarlas, si es el caso, y dar aceleración inmediata al proceso de construcción y expansión del Estado Comunal. Se lo debemos al Comandante Eterno y al pueblo.

Por supuesto, no se crea que estoy pontificando. Puedo ser hasta irresponsable, al fin y al cabo no soy más que un viejo poeta loco. Digo como vociferaba el poeta Argenis Daza Guevara parafraseando a T.S. Elliot, "soy un par de melladas garras en el fondo del mar", en medio de sus exageradas y hermosísimas peas. A veces pienso que ni siquiera existo.



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Néstor Francia


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