Dios es Revolucionario

Si “Dios es amor” como la Biblia dice, ¿Por qué deberíamos temerle? (Juan 4:16). Y de verdad, ¿por qué temer a un Dios de amor? Por el contrario, la persona cuya conciencia está limpia con deseos inmensos de construir una patria grande para los pobres, debe sentir que la fuerza de Dios está con él. Precisamente, la creencia profunda en el Ser Supremo que me inculcaron mis padres, me lleva a afirmar de manera unívoca que Dios es Revolucionario.

A riesgo de ser juzgado por algún tribunal de la inquisición opositora o que me lleven a la hoguera atizada por los fascistas y traidores de la patria, digo –como ya lo dijo Pascal a mediados del siglo XVII- que hay un Dios de la fe y de la realidad viva, que nos da la energía necesaria para no desmayar en el esfuerzo de construir un mundo de paz y de justicia.

Hasta ahora hemos vivido en la tragedia de los tiempos, del conflicto eterno de los estados que han derramado mares de sangre para preservar el privilegio de castas políticas, en detrimento de millones de seres humanos cuya única esperanza es recoger diariamente las migajas que va dejando la democracia capitalista. Se trata, sin duda, de un mundo irracional, insostenible y salvaje, que está matando a pueblos enteros diariamente, como es el caso de Afganistán, Irak, Líbano y Palestina. Y como muestra del carácter terrorista de algunas democracias, particularmente la norteamericana, queda al descubierto la presión ejercida para que recientemente Saddam Hussein fuera sentenciado a la horca. Y aquí es donde uno se pregunta: ¿Se atreverían los líderes hipócritas de las democracias del mundo a condenar a muerte al terrorista George Bush? Tarde o temprano este genocida que hoy gobierna ese país del norte tendrá que pagar por sus crímenes contra la humanidad. El Dios revolucionario tarda pero no olvida.

Tampoco olvida Dios que América Latina fue sometida y saqueada durante quinientos años de colonialismo. En nombre de Rey y con la bendición de la Iglesia Católica, estos pueblos fueron pisoteados y aniquilados casi en su totalidad, pero gracias al poder del Padre Creador, nacieron en estas tierras auténticos líderes que por amor a su patria, dieron hasta la vida para dejar sembrada la semilla de la libertad en la conciencia de las sociedades latinoamericanas. De igual manera, nosotros tampoco olvidamos el chantaje y la manipulación del imperio norteamericano para adueñarse de nuestros recursos energéticos. A través de la compra de conciencias, fueron penetrando la estructura de los sistemas políticos, que les permitía controlar las decisiones políticas, económicas, sociales y militares que se tomaban al interior de los gobierno y de los estados.

El funcionamiento de las democracias latinoamericanas se diseñaba en Washington y la operatividad de los gobiernos estaba bajo la supervisión de los gobernantes de turno de la Casa Blanca. Eran auténticas democracias tuteladas por los Estados Unidos. Los líderes de nuestros pueblos debían contar con el visto bueno del imperio, quien finalmente era el que brindaba el apoyo en su carrera política. El que era contrario a los postulados de la potencia yanqui, simplemente lo aniquilaban, lo secuestraban o lo derrocaban. Abundan claros ejemplos de estas prácticas perversas desarrolladas durante años. Así tenemos el caso de Sandino (Nicaragua), Salvador Allende (Chile), Jean-Bertrand Arístide (Haití), Noriega (Panamá) y más recientemente, Hugo Chávez (Venezuela).

Sin embargo, nuestros pueblos nunca perdieron la esperanza en Dios. En ese Dios del amor y la solidaridad, el que protege y no se olvida de su compromiso de socorrer a los más necesitados; el Dios de las letras que quiere ver a sus hijos estudiando, que tengan atención médica, que tengan su vista clara para ver y adorar la obra que se hace; el Dios que no tiene egoísmo, que proporciona el capital semilla para la prosperidad; el Dios de las misiones solidarias que dan vida, alimentan y tranquilizan el alma de las familias venezolanas. Ese precisamente, es el Dios revolucionario con el que nos hemos encontrado.

Ese encuentro con Dios, fue lo que hizo levantar al pueblo venezolano, que hoy anda bañado en bendiciones, en discurso y acción revolucionaria, construyendo los valores de la patria nueva. El compromiso de impulsar la democracia revolucionaria en Venezuela es irreversible. Por ello, no debe haber duda que seguiremos por el camino que nos ha trazado el Dios revolucionario.

Además de un compromiso y esfuerzo, la democracia revolucionaria ha sido asumida como una práctica orientada a la construcción de un sistema político con capacidad de respuesta inmediata a las demandas de los diferentes sectores de la sociedad, particularmente de los excluidos. Avanzamos hacia otros esquemas políticos más eficientes y se dejan atrás las falsas democracias de corta visión que para no ver la realidad se encerraron en acuerdos puramente formales y burocráticos, cobijándose muchas veces en el manto perverso de la institucionalidad irracional y los liderazgos inventados.

La anatomía de las democracias que están surgiendo en América Latina muestra un rostro diferente con una clara tendencia no solo irreversible sino también de desarrollo fulgurante hacia el socialismo del siglo veintiuno. Se abren ciertos caminos para sean las mismas sociedades quienes construyan su presente y su futuro sobre verdades reales. Hoy más que nunca es importante la profundización del proyecto revolucionario y la fortaleza del sistema político, con claridad de propósitos y objetivos del gobierno en la búsqueda de soluciones a los problemas sociales que garanticen el bienestar colectivo.

La democracia revolucionaria es una realidad segura en Venezuela, y con posibilidades ciertas y posibles en otros países latinoamericanos. No obstante, para seguir avanzando seguros hacia la construcción de la patria grande, es necesario asumir y enfrentar los retos. Por ello “hay que dejar de lado la democracia boba y débil”, tal como lo ha planteado nuestro presidente Hugo Chávez. Nos identificamos plenamente con el planteamiento del comandante. De verdad, para que no sucumba en las garras de los enemigos y caiga en los espacios vacíos de la apariencia “la democracia revolucionaria tiene que ser necesariamente fuerte, poderosa, deber estar llena de fuerza. No debe ser una democracia debilucha, lánguida insulsa, ingenua”.

Es necesario y hasta profiláctico que esta democracia se distancie del modelo representativo. Debe clausurarse toda posibilidad de vuelta a esquemas políticos ya superados. Los liderazgos y democracias que se unen al tronco común de la corriente revolucionaria, deben cumplir la promesa de lograr avances políticos reales e iniciar verdaderos procesos irreversibles de cambio radical. Argentina, Brasil y Venezuela, llevan buen rato limpiando el terreno, cortando la maleza y desalojando a los buitres oligarcas que, disfrazados de demócratas, ejecutaban leyes para saquear y entregar los riquezas de la nación. Ahora con el triunfo de Daniel Ortega, Nicaragua se une a la gesta revolucionaria que se vive en América Latina.

Hay que sembrar la democracia revolucionaria en la conciencia de nuestros pueblos y sociedades, y en cada surco que se vaya abriendo también debe sembrarse el ideal revolucionario. No hay tiempo para dudar, ni mucho menos ir pausadamente. Las revoluciones son procesos para construir y Dios ha visto los grandes esfuerzos que se hacen desde el gobierno para construir la patria nueva. A pesar que las fuerzas del mal, las fuerzas opositoras no cesan en su empeño de crear el caos, Dios fortalece cada vez más a la democracia revolucionaria, llevándola de victoria en victoria. Sin duda alguna, Dios también es revolucionario.
*Politólogo.
Email: eduardojm51@Yahoo.es


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Eduardo Marapacuto*


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