La Revolución de Septiembre de 1868

Y llegó el mes de setiembre. Ruíz Zorrilla y Sagasta se reunieron en Londres con Prim y allí se embarcaron en el vapor Delta hacia la gran aventura, mejor dicho, hacia Gibraltar, donde pasaron horas difíciles hasta que los sacó de allí el republicano Paúl y Angulo. Otro barco, el San Buenaventura, fu fletado en Inglaterra para ir a Canarias y recoger a los allí desterrados.

Al fin, todo está previsto para el día 19. La escuadra concentrada en la bahía de Cádiz se subleva al grito de “¡Viva España con honra!”. Topete recibe a Prim a bordo de la fragata almirante Zaragoza. El pueblo de Cádiz se suma al movimiento y se hace dueño de la ciudad. Prim, con tres fragatas, va sublevando sucesivamente Málaga, Almería y Cartagena. Las juntas revolucionarias organizan el alzamiento por doquier y lanzan llamamientos al pueblo. El de Sevilla reclama las libertades democráticas más importantes, el sufragio universal, la abolición de los derechos de puertas y consumos y la elección de Cortes constituyentes. La Junta revolucionaria de Barcelona se dirige al pueblo y a los soldados, en una proclama de tonos muy líricos en que la exaltación del general Prim va unida a los vítores ya clásicos a la Libertad, al Pueblo y a la Soberanía nacional. El general Pezuela, conde de Cheste, que acaba de ser nombrado capitán general de Cataluña, resulta impotente para contener el desbordamiento popular.

La Reina despidió a González Brabo y nombró jefe de Gobierno a D. José de la Concha, marqués de la Habana. Demasiado tarde. Lo mismo que la designación del general D. Manuel Pavía, marqués de Novaliches, para hacer Andalucía. Ordenes todas dadas telegráficamente por Isabel II desde San Sebastián, donde Marfori era su consejero preferido, mientras que la mayoría de los cortesanos sólo tenían puestos sus ojos en la frontera.

Gobierno y trono estaban completamente aislados de la nación. El 28 de setiembre, las fuerzas de Serrano forzaban el paso del Puente de Alcolea, después de caer herido Novaliches. Bastó este mínimo acontecimiento militar para que el régimen terminara de desplomarse. Al día siguiente, el pueblo de Madrid estaba en la calle dando vivas a la revolución, mueras a los Borbones y entonando el Himno de Riego. Los “Voluntarios de la Libertad”, mandados por el teniente coronel Escalante –que acaba de salir de Prisiones militares--, asaltaron el parque militar para armarse. Poco después el propio Escalante ocupaba el ministerio de la Gobernación. Una Junta de Gobierno compuesta por Madoz, Jovellar, Nicolás María Rivero, Amable y el general Ros de Olano –que lo mismo era “revolucionario” que participaba en los Consejos de administración de sociedades a nominas—se hizo cargo provisionalmente del Poder en Madrid. Los “Voluntarios de la Libertad” custodiaron el Palacio Real, Banco de España, Casa de la Moneda, Ministerio de Hacienda y algunos palacios particulares en que se veía ostensiblemente un cartel diciendo “Pena de muerte al ladrón”. Mientras esto sucedía en Madrid, y en Barcelona estallaba una verdadera revolución popular, Isabel II pasaba la frontera del Bidasoa y era acogida en Biarritz por Napoleón III y su esposa Eugenia de Montijo.

El 3 de octubre hizo Prim su entrada triunfal en una Barcelona en plena efervescencia revolucionaria. Ese mismo día, los vencedores de Alcolea desfilaban en triunfo por las calles de Madrid, acaudillados por Serrano. La Junta (que había nombrado a Madoz gobernador civil y a Ros de Olano capitán general) recibió a Serrano como a un héroe nacional. Después que éste pronunció una alocución –harto escurridiza, por otra parte—desde el balcón del ministerio de la Gobernación, Nicolás María Rivero lo abrazó y, en nombre de la Junta, le encargó de formar gobierno no sin antes nombrarle jefe supremo del Ejército. ¡No hubiera esperado tanto Serrano cuando lo del 27 de junio de 1866!

Mientras tanto, el entusiasmo popular se desbordaba en ingenuas manifestaciones a los acordes del Himno de Riego, del himno de Garibaldi e incluso de La Marsellesa. Los “Voluntarios de la Libertad” montaban aún guardia en los edificios públicos, pero el Ejército ya estaba ahí. Nada había cambiado.

El día 7 llega Prim a Madrid y el 8 de octubre se forma un gobierno provisional presidido por Serrano. Sagasta va a Gobernación; Prim, a Guerra; Romero Ortiz, a Estado; Topete, a Marina; Figuerola, a Hacienda; Ruiz Zorrilla, a Fomento, y Abelardo López de Ayala, a Ultramar. “Unionistas” y progresistas se repartían las carteras.

Al mismo tiempo el fenómeno de las Juntas, que ya hemos conocido en cada coyuntura revolucionaría del siglo, adquiere singular importancia. Es sumamente interesante comprobar la coincidencia de la mayor parte de manifiestos y proclamas de dichas Juntas provinciales en cuanto el programa político que pedían: separación de cultos, sufragio universal, libertad de imprenta en lo político; libertad de industria y comercio, supresión de la contribución de consumos, establecimiento de una contribución única directa e individual, encaminadas a suprimir las trabas a la circulación comercial y a estimular el desarrollo de las fuerzas productivas, expresando así los intereses de la burguesía industrial y comercial que, sin duda, eran también los intereses nacionales en el momento revolucionario de 1868.

El 25 de octubre, el Gobierno provisional hacía público un manifiesto (Gaceta del 26 de octubre), de contenido mucho más moderado. Si bien las diferentes libertades eran en él reconocidas (libertad de cultos, de imprenta, de enseñanza, de reunión y asociación), las cuestiones que entrañaban el quebrantamiento de las bases económicas del antiguo régimen eran omitidas, con lo cual se demostraba que las viejas clases poseedoras, únicas beneficiarias de la arcaica estructura económica del país, seguían teniendo sus representantes en el nuevo gobierno.

La revolución de setiembre había derribado la dinastía y sus primeras sacudidas quebrantaron –sin demolerlo—el aparato estatal. Era el momento propicio para que la burguesía relevase en el Poder a la nobleza terrateniente, para destruir las posiciones económicas e ideológicas de la aristocracia y de la Iglesia. La acción c reciente de las masas populares en el estallido de Setiembre era signo de mayor participación popular en la vida política. Pero para que Setiembre fuese algo más que una sacudida telúrica se precisaban fuerzas capaces, orgánicas e ideológicamente, de dirigir una verdadera revolución. La cuestión clave de España seguía siendo la de la gran propiedad agraria y, en general, la estructura agraria semimedieval.

El gobierno del 8 de octubre no parecía tener demasiada consciencia de esa empresa histórica que se llama la revolución burguesa. Sólo adoptó dos medidas anticlericales.

La temática de las Constituyentes de Cádiz había perdido su vigencia. Sus consignas de soberanía nacional, de libertad, etc., eran ya tan insuficientes que podían ser abrazadas por los moderadísimos de “Unión Liberal”, sin lastimar lo más mínimo los intereses de las castas privilegiadas: 1868 es el cambio de signo de lo revolucionario español.

Sin embargo, la preocupación del Gobierno fue muy otra. Su manifiesto ya citado del 25 de octubre –redactado por López de Ayala—disimulaba mal la preocupación de defender el carácter monárquico del futuro régimen. Las medidas contra las milicias populares, cuya tradición democrática estaba tan arraigada, la total incomprensión de las reivindicaciones cubanas –agravadas por el reaccionario general Lersundi, que saboteó las primeras gestiones conciliadoras--, así como el deseo de congraciarse con Napoleón III, criterio no compartido por Prim pese a que éste seguía sin reconocer al Gobierno provisional, fueron otros tantos síntomas de las primeras contradicciones entre el gobierno del 8 de octubre y los sectores más progresistas del país. Esta contradicción se mostraba también, en cierta medida, por una especie de dualidad de poder entre el Gobierno provisional y las Juntas. La impresionante demostración republicana organizada en Madrid el 22 de noviembre y la lucha armada del pueblo de Cádiz, en los primeros días de diciembre, resistiéndose al desarme de los “Voluntarios de la Libertad” y pidiendo aumento de jornales, cerraban el año 1868, estableciendo una línea divisoria entre los de “aquí no ha pasado nada” que pretendían limitar la revolución a un cambio de gobierno y los extensos sectores de las clases medias, burguesía nacional, trabajadores de las ciudades y del campo, empeñados en librar batalla por la efectiva democratización del país.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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