La postmodernidad capitalista

Desde la Revolución francesa y la inteligencia crítica enciclopedista, pasando por el romanticismo, los innumerables “ismos” de los siglos XIX y XX, hasta la ridícula y plagiaria postmodernidad y el pretencioso desconstructivismo postestructuralista, lo que ha prevalecido en la cultura occidental son, en extraño connubio, la obsesión pueril por la novedad de la renovación cíclica y la voluntad de ruptura con lo establecido.
El nacionalsocialismo, empujado por razones políticas e históricas, se replegó hacia sus tradiciones antiguas y tomó fuerzas para acabar con un mundo al que juzgó senil y degenerado, reiterando la guerra en que se hundió. El nazismo interpretó el asco y la iconoclastia de la esfera pensante de una manera inesperada, contraria al marxismo filosófico, al dejar hacer democrático, capitalista, burgués, para crear una estructura implacablemente jerárquica y totalitaria, que controló todas las actividades de la población.

Las devastaciones espirituales de la tecnociencia en su pragmatismo utilitarista; el hedonismo corrupto de las clases pudientes y el resentimiento de las clases pobres menos afortunadas; el individualismo egoísta y autosuficiente; las perversiones de toda índole cultivadas como refinamientos de la personalidad; el satanismo, los magos diabólicos, la contrainiciación y el reino de la cantidad desvirtuador de la calidad. En ese mundo corrompido, el único dios es el dinero, y la verdad, el absurdo.

Las criaturas empiezan a existir, viven de la muerte de otras, mueren y se convierten en el alimento de otras, perpetuando así a través de las transformaciones del tiempo, el arquetipo inmemorial del principio mitológico; y el individuo no es más importante que una hoja caída. De modo que, por una parte, se aceptaba la prepotencia de unos y por otra, se celebraba la vida. Pero, desgraciadamente, a los dos mil años de cristianismo, lo que impera es el hedonismo, el narcisismo, la indiferencia, la confusión, el personalismo, el desbastador bombardeo de los “medios” y la exterioridad engañosa.

El desenlace más atroz de ese inmenso desarrollo material tuvo sus primeros presagios en el siglo XX con las dos guerras mundiales, y en la mañana del 6 de agosto de 1945, a las 8:15 a.m., con la primera bomba atómica arrojada por la fortaleza volante Enola Gay, sobre el puerto de Hiroshima. La luz es lo inalcanzable, es Dios, es el cosmos viviente, la energía propagada sin medio material alguno, cuyos aspectos se multiplican sin apresar su forma en la teoría Cuántica: ondas electromagnéticas, rayos infrarrojos, luz visible, rayos X, rayos ultravioletas, rayos gamma… Sólo se conoce el poder de emisión del cuerpo negro que absorbió las radiaciones, en el experimento más decisivo de la ciencia contemporánea. Dios no es persona sino energía y la muerte no es sino dispersión en esa irradiación enorme, porque la nada no existe pues sería ser el no ser.

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!


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Manuel Taibo


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