Una Revolución en medio del desconcierto y las contradicciones



Hasta la fecha, Hugo Chávez ha seguido un esquema un tanto heterodoxo, pero efectivo, para implantar la idea de la revolución en la mente de millones de personas en Venezuela y, más allá, en toda la América nuestra, justamente en momentos que suponían el triunfo y la supremacía del liberalismo, tanto político como económico, a nivel planetario. Habría que recordar que la última década del siglo XXI fue aceptada de modo casi unánime como la del fin de la historia. Todo comenzaba a girar inevitablemente, como orden de Dios, alrededor de la doctrina excluyente del mercado capitalista y de la hegemonía indiscutible de la potencia industrial-militar de Estados Unidos, la cual –para demostrarlo de forma convincente- preparó su nuevo escenario de dominación imperialista atacando a Irak, contando en ese entonces papá Bush con la bendición de la ONU. En el ínterin ocurrieron dos hechos que conmovieron a América Latina y continúan dando qué hablar: 1) la sublevación cívico-militar del 4 de febrero de 1992 en Venezuela, la cual trastocó para siempre los cimientos de la corrompida democracia representativa, y 2) la insurgencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) al sur de México, en 1994, el mismo día que marcó la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio que el gobierno suscribiera con Canadá y Estados unidos en su empeño (fracasado) por alcanzar el mismo desarrollo capitalista de éstos. Para muchos, fueron dos intentos desfasados del eterno romanticismo latinoamericano por revivir la revolución postergada en nuestro Continente; no obstante, se convirtieron –de uno u otro modo- en las referencias revolucionarias de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, generando toda suerte de explicaciones dispares dentro de la izquierda latinoamericana.


Todo esto provocó, ciertamente, una situación de desconcierto. En el caso de Venezuela, se habla abiertamente de revolución y de socialismo mientras se acelera una fase de industrialización y crecimiento económico aplicando las reglas del capitalismo que pareciera favorecer más bien a una nueva burguesía y no al pueblo. Lo que sí se ha manifestado es la irrupción de una nueva estructura de clase en reemplazo de la existente en el pasado, pero que no provoca, a su vez, el reemplazo del viejo Estado de la democracia representativa por uno más ajustado a los nuevos tiempos y situaciones, lo mismo que a las exigencias y expectativas populares. Ello explica, aparte de otros factores, el por qué es tan común la conflictividad social actual en nuestra América.


En Venezuela, observamos cómo, a pesar de constituir el principal soporte del proceso bolivariano, las masas populares se encuentran en unas condiciones aún silvestres de organización y de inefectiva incidencia sobre los distintos órganos del Estado, lo que representa el punto más débil de este proceso, ya que pudiera favorecer la usurpación de la soberanía popular por la nueva estructura de clase que comienza a rodear al Presidente Chávez. En este sentido, ya los principales partidos políticos que medran a la sombra de Chávez iniciaron un proyecto de tendencia hegemonizante que subordina la escogencia de candidatos a cargos de elección popular a lo que determinen sus cúpulas nacionales, negando con ello el ejercicio de la democracia directa de sus mismas bases militantes. Frente a ello, el resto de organizaciones no han sabido encontrar la fórmula que les permita enfrentarlos con éxito, contentándose algunas de ellas con ser nada más que colas de león, mientras otras se desgastan inútilmente en cada elección celebrada, olvidándose del trabajo esencialmente organizativo y formativo por realizar en el seno de las masas; reproduciendo lo practicado por AD y COPEI, lo que los condujera, primero, a un desgaste creciente y, posteriormente, a su sustitución. De persistir tales elementos contradictorios, el proyecto revolucionario bolivariano se vería forzosamente sometido a duras pruebas que harían necesario, incluso, el recurso de la represión para mantener el poder, lo que podría aprovechar la oposición interna para corroborar sus constantes denuncias en contra de Chávez y su gobierno en el ámbito internacional.


No resulta nada fácil, por consiguiente, instaurar la Revolución sin conflictos ni contradicciones. Lo que se requiere, básicamente, es saber que el viejo orden establecido tiene que demolerse por completo para que surja en su lugar otro totalmente nuevo. Asimismo, laborar en ello cada día, de manera que la praxis sea producto de la ideología revolucionaria –en este caso, el socialismo que propone Chávez- siendo ésta, al mismo tiempo, reflejo fiel de aquella, en un proceso de retroalimentación y de revisión constante que allane el camino definitivo a la Revolución, impulsada por el pueblo en su conjunto y con una verdadera vanguardia revolucionaria.-


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Homar Garcés


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