¿Qué nos dice la narrativa de la extrema derecha?

Sólo bastan unas cuantas palabras para encubrir y justificar la crueldad y el crimen humano, incluyendo el favor de "Dios” que todo lo abarca. Si hacemos caso a la narrativa de la extrema derecha, cuya vocera principal en Venezuela repite histéricamente como propios los mismos argumentos presentados por el actual gobierno imperialista estadounidense, haciendo gala de su desmedida ambición de poder, a los venezolanos se nos viene encima una andanada de ataques de diversos calibres, incluyendo uno probable de falsa bandera con Guyana, ahora que su presidente Mohamed Irfaan Ali cuenta con el patrocinio interesado de los gringos y de sus antigüos amos coloniales. O tal vez, como lo ha asomado descaradamente el presidente Trump, un ataque directo de Estados Unidos, con el propósito de repetir la «hazaña» imperialista en Iraq, Libia y Siria. En términos simples, se trata de fomentar una psicología del miedo entre las masas que contribuya al logro de sus propósitos. Frente a este panorama de circunstancias negativas hará falta fortalecer la conciencia política de la base popular sin interferencias del sector gobernante. Es decir, habrá que revivir la mística de trabajo y el entusiasmo revolucionario que despertara Hugo Chávez al comienzo de su primera gestión de gobierno y para esto se requiere fomentar una verdadera formación teórico-ideológica revolucionaria que le permita a los sectores populares comprender el reto histórico que les corresponde asumir frente al poder imperialista yanqui y al entreguismo de sus lacayos de la extrema derecha. Se trata de abrir puertas, no de cerrarlas por conveniencias grupales o particulares. Para ello es requisito ineludible la realización de un debate libre de los sectores populares que contribuya a definir y a fortalecer los objetivos trazados hasta el momento, determinando las fallas, las deficiencias y las inconsistencias que le dejan el campo abierto a los planes desestabilizadores de los enemigos de la Revolución Socialista Bolivariana, ya que no es algo que sólo atañe al futuro de nuestra soberanía como nación sino que va más allá de nuestras fronteras, repercutiendo también en el futuro común de las naciones hermanas de Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina.
 
La historia nos da numerosos ejemplos de cómo la manipulación y la sumisión de las conciencias han convertido al lenguaje en el primer ejercicio de poder. Mucho se cita que la primera víctima en una guerra es la verdad, lo que no deja de ser cierto; teniendo un antecedente efectivo en la propaganda realizada por el partido nazi alemán para afianzarse en el poder y, más recientemente en el tiempo, en la campaña mediática iniciada por el gobierno de George Walker Bush para justificar la invasión militar a Irak, acusando falsamente a su gobierno de poseer armas químicas altamente peligrosas que representaban una seria amenaza para todo el mundo «libre». Otros ejemplos que pueden inscribirse en esta tendencia son el «conflicto armado interno» que promulgó el presidente ecuatoriano Daniel Noboa como pretexto para, aparentemente, combatir la delincuencia organizada en su país, imitando al presidente salvadoreño Nayib Bukele, y la promesa del presidente argentino Javier Milei de acabar con la «casta» que se enriqueció en las últimas décadas, pero cuya gestión, contrariamente a lo pregonado durante la campaña electoral, se ha traducido en empobrecimiento del pueblo, con manifestaciones constantes de jubilados y pensionados en defensa de sus derechos.
 
En un contexto general, es frecuente la utilización de los adjetivos con que se pretende estigmatizar a determinado gobierno: régimen, dictadura, narco-Estado, autoritario, y comunista, entre otros, que sirvan para sembrar en la mente de la gente la percepción de hallarse frente a todo lo peor que pudiera existir en el mundo político. Estos y otros más le son achacados sin ningún miramiento por los medios informativos al gobierno de Nicolás Maduro, repitiendo, sin atenuarlo de ninguna forma, el mismo discurso manejado por los grupos de la derecha reaccionaria y del imperialismo yanqui; lo que ha influido en el trato indigno y discriminatorio a los inmigrantes venezolanos en Estados Unidos y en otras naciones del continente a donde han arribado en búsqueda de un mejor nivel de vida. De ese modo, atribuirle la condición de delincuentes a inmigrantes venezolanos, supuestamente integrantes de la banda criminal del Tren de Aragua, actuando como hongo supranacional que se extiende por todos los países y «amenaza la seguridad hemisférica», resulta apropiado para naturalizar cualquier tentativa de cerco, hostigamiento y desestabilización aplicada en contra del gobierno nacional. Y esto coge forma a lo interno también cuando se quiere establecer un auge descontrolado de la acción delictiva como efecto de la vuelta a Venezuela de aquellos que se fueron, instigados y glorificados de alguna manera por la dirigencia ultraderechista, pero ahora crucificados por esta misma, en un cambio de discurso con que pretende mantenerse a flote en la preferencia de quien ocupa la Casa Blanca.
 
Según lo anticiparon estudiosos de las ciencias sociales y autores de novelas y cuentos de ciencia ficción, nos encontramos en una época de idiotización masiva. Esto lo han estado comprobando otros autores y analistas contemporáneos al verificar que la utilidad de las tecnologías de la información y la informática no se ha manifestado en la adquisición de un mayor grado de concienciación de las personas sobre sí mismas y respecto al entorno que les rodea. Asunto que resulta conveniente para quienes dedican tiempo y esfuerzo para alcanzar el poder, de manera que no se les hace difícil entramar un mensaje simplificado que explote la sensibilidad y las emociones de aquellos que, por cualquier razón, están disconformes con las actuaciones del régimen actual. De este modo buscan establecer estereotipos mediante una lucha simbólica entre el bien y el mal, entre comunismo y democracia, y entre «gente de bien» (preferiblemente, la sociedad «civil» y «cristiana») y «hordas» o «chusmas» (chavistas). Y en ello incluyen la dependencia de Estados Unidos (los buenos) o la dependencia de China y Rusia (marcados como los malos de la película). Empero, esto no acaba acá. En medio de su fantasía, la extrema derecha alucina con asesinar a los chavistas. No importa su rango, sexo o edad. Ni esconde sus malas intenciones, siendo representativo lo hecho cuando optaron por el golpe de Estado, las güarimbas, la arrechera, la salida y el vandalismo que quisieron causar (y causaron) tras su denuncia no comprobada de fraude electoral del 28 de julio de 2024. En todos esos sucesos, la narrativa de la extrema derecha ha sido siempre la misma. Su reiterado fracaso, sin embargo, hace que su disociación se acreciente, en forma cada vez más primitiva, producto de los márgenes ideológicos muy estrechos que posee; exponiendo a todos los ciudadanos venezolanos al estallido (no deseado) de una violencia social que apenas pudimos percibir, en su exacta dimensión, el 27 de febrero de 1989. 


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Homar Garcés


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