Una reflexión sobre las diez tesis de Dieterich

Revolución Bolivariana: ¡Misión conciencia o nos perdemos!



Por (Caracas, 27-08-2005)




En su más reciente trabajo sobre la revolución bolivariana, Heinz Dieterich, -acucioso observador del proceso-, este pone en duda que, al mediano plazo, la revolución no se encuentre ante un callejón de muy difícil salida al estar tres de las cuatro elites en las que se apoya toda la estructura social, en poder de grupos que no poseen la cultura revolucionaria y mucho menos poseen los valores socialistas, añadiendo además que, la cuarta elite medra a la sombra del líder único prácticamente a la espera de poder conducir al proceso a sus rediles. Así, las elites económicas, militar y cultural aparecen aún impermeables a la filosofía revolucionaria y la elite política, espera, a la sombra de la poderosa personalidad de Chávez, imponiendo poco a poco sus valores en la estructura del estado. La revolución se apoya exclusivamente en el Quinto Elemento: el pueblo. Escasamente organizado, dotado apenas de su instinto y vocación, podría ser una vez más defraudado, a menos que se emprenda una intensa campaña de concientización y formación política, filosófica e histórica.


Al momento de presentar estas palabras, se impone la idea de eficacia necesaria que debe acompañar todo esfuerzo, para no convertirse así en una pieza más del decorado trasfondo sobre el cual discurre el drama de nuestra nación. Una opera prima en la cual, en un océano de formulismos, normativas y preceptos de inflamados apelativos, naufraga el mandamiento profundo del hecho educativo y cultural. De allí que la conclusión, a todo evento, deba ser una propuesta de transformación que haga de la enseñanza de la historia venezolana y latinoamericana un instrumento al servicio de la conciencia colectiva.


Lo propio de la modernidad consistió en haber entendido el progreso como un movimiento necesario hacia lo mejor, en virtud del dominio del hombre sobre su propia vida y sus interrelaciones. Que la idea de progreso no fue más que una radicalización de las concepciones profundamente humanistas, lo vio muy bien Nietzsche, F., quien con su idea del eterno retorno pretendió derribar la linealidad histórica sobre la que se apoyaba la ideología moderna del progreso y volver a la unidad del hombre y la naturaleza. Descubrió que una crítica en profundidad del mundo moderno debía comenzar desmontando los supuestos de la idea moderna de realización personal y libertad. De lo contrario, nuestros “revolucionarios” apenas son un sector emergente, presto a sustituir al decadente, pero dotado de sus mismos vicios y apetitos. Es dolorosamente común ver entre los “revolucionarios”, gente conduciendo lujosos vehículos, vistiendo indumentarias exquisitas, libando el mejor güisqui en los mejores restaurantes, dando satisfacción a hambres viejas. Revolucionarios con corazoncito burgués.


Ajenos a cualquier exceso positivista debe estructurarse una enseñanza de la memoria colectiva de modo que al comprender el pasado, el futuro no sea motivo de miedo para el colectivo, una vez que haya comprendido el secreto de su pasado. Progreso significa para esta hipótesis, por consiguiente, autoafirmación sujetiva, señorío sobre el mundo, eliminación del temor y la incertidumbre, ubicación en el mapa social con espíritu social.


El marqués de Condorcet, según recuerda en su obra Chinoy, E. (1999), formulaba de este modo dicha pretensión: si el hombre puede predecir con seguridad casi completa los fenómenos de los que conoce sus leyes; Si incluso cuando éstas le son desconocidas puede, de acuerdo con la experiencia del pasado, prever con una gran probabilidad los acontecimientos del futuro, ¿por qué habrá de considerarse quimérica la empresa de trazar, con cierta verosimilitud, el cuadro de los futuros destinos de la especie humana, según los resultados de su historia?. La ciencia que sirve de modelo a este enfoque se caracteriza por su afán de exactitud, seguridad y dominio sobre los objetos, propio del conocimiento humano. El optimismo científico se convierte en esperanza histórica que sustituye la incertidumbre de la libertad por la certeza de la previsión.


Se admite que esta manera de entender la historia ha sufrido entre tanto profundas transformaciones. Así lo vislumbraba Kant, quién decía que será siempre asombroso que las generaciones primitivas parezcan sufrir el peso de una tarea sólo en beneficio de las generaciones posteriores y que solamente estas últimas tendrán la buena fortuna de habitar en el edificio terminado. La crisis ecológica, los riesgos de la ingeniería genética la amenaza de una guerra nuclear y tantas otras amenazas colocan estas convicciones con los pies en la tierra y ajeno a las ingenuidades.


El progreso se ha extraviado, detenido o es impulsado con una mala conciencia. La fragmentación del mundo moderno en esferas autónomas gobernadas por su propia lógica se convierte en fuente de conflictos: los científicos discuten con los moralistas, los ingenieros con los ecologistas, pero el eje es siempre el mismo: si existe alguna parcela de opresión, debe hacerse todo aquello que puede ser hecho, por encima de las limitaciones que convierten en muñecos estériles, no útiles ni siquiera para ellos mismos, a tantos profesionales cuyos conocimientos habrán pasado por la elipse de sus propias vidas sin fecundar, convertir o cambiar nada.


El conocimiento de si mismo, de su propia historia debe liberar al venezolano del peor de los males: el miedo al atrevimiento.


El sistema ha sembrado una razón confundida en el enredo de normas y preceptos, que calcula y ordena, que cierra las puertas al descubrimiento de novedades significativas, que se ve obligada a silenciar cuanto es motivo de sorpresa y admiración, precisamente aquello que podría hacer progresar al conocimiento, en muchos casos con el desesperante argumento de que como no se tiene el nivel tal, no se debe opinar, es lo que hasta ahora se ha hecho.. Este carácter reiterativo y tautológico presente en los más altos exponentes del Magisterio, -especialmente entre los formadores de docentes- pone en marcha una circularidad esterilizante que detiene el progreso al hacer imposible la comparecencia de la novedad.


La seguridad subjetiva, entendida como anulación total de incertidumbre y neutralización de la capacidad de asombro, conduce a la inmovilidad. En esta limitación de la capacidad de atender a cuanto no confirma las propias previsiones y convencimientos puede encontrarse una explicación para algunas de las patologías del hombre contemporáneo. Como lo imprevisto termina siempre por presentarse, la subjetividad normativa reacciona con agresividad o intolerancia, en lugar de acoger la idea, la propuesta, la pasión y la emoción como un verdadero descubrimiento.


Para superar las limitaciones de una conciencia meramente reflexiva, Gadamer, H. (1956), ha propuesto la revisión del concepto moderno de experiencia. La verdadera experiencia abre al individuo más allá de su estrecho horizonte vivencial y le permite aprender lo que le habría resultado inmediatamente extraño. Un hombre experimentado no es aquel que ha tenido muchas experiencias, sino el que puede tenerlas. La experiencia no tiene su culminación en un saber conclusivo, sino en la posibilidad de nuevas experiencias. El proyecto de la Ilustración no podía haber sido despedido de manera más brusca.


Frente a una libertad entendida como vivir de acuerdo con la costumbre o sujeción incondicionada a las normas, algunos filósofos griegos y, principalmente la corriente neoplatónica desarrolló una concepción de la libertad como autodeterminación, de acuerdo con la cual existen costumbres o leyes buenas o malas; y, en todo caso, de estas últimas es preciso emanciparse. El valor y sentido de esta emancipación no se agota en el mero concepto teleológico de una vida buena. Para Hobbes, H., por ejemplo, la libertad es únicamente carencia de impedimentos. Se debe, pues, instrumentar una enseñanza en general y un conocimiento de la memoria colectiva en particular que propicie la progresiva liquidación de limitaciones y restricciones, de tabúes y prohibiciones.


El gran enigma de la libertad es su distensión en el tiempo: La emancipación, convertida en ideología, sólo puede ser acto, un proceso de separación de finalidad incierta, un proceso inducido, una grave responsabilidad de quién por encima de todo se sepa educador. Engels, F., lo entendió adecuadamente, cuando decía que la comunicación de una pasión es el comienzo de la libertad, la autodeterminación subjetiva, el poder liberador de la propia decisión no determinado por una instancia previa. Cuando el hombre comprende que él es mucho más que sus lazos sociales, adquiere una conciencia de sí como distinto de lo que le rodea. Descubre que sólo de él puede decirse que es el fin en sí mismo. Pero la libertad lograda no es sin más ese momento de indeterminación; es la concreción de sus posibilidades, el paso de la independencia al compromiso ejercido.


Los responsables de la educación deben asumir que en esta Venezuela y ahora es donde el venezolano debe, creativamente, lograr su formación. El hombre, es un ser arriesgado en la medida proporcional a su nobleza. No recibe su figura terminada; debe configurarla, y de ahí su dramatismo ineludible, que la filosofía actual ha sabido describir con ejemplar claridad.


Con la capacidad de entender, querer y sentir, irrumpe la libertad en el mundo confiado y seguro del animal. El animal se siente a salvo en su mundo; tiene instintos seguros. El niño sin la inteligencia de la madre o de los tutores, perecería irremisiblemente. Es mucho más débil, más quebradizo, biológicamente hablando, que el animal.


Cuando la educación comunique apasionante verdad en el hombre irrumpirá con fuerza la libertad, despertará del sueño y asumirá los riesgos. El hombre es un ser constitutivamente dramático y arriesgado. Vive constantemente en situación de encrucijada; se ve instado a optar. Debe constantemente poner en juego su inteligencia para saber a que atenerse ante las diversas posibilidades que le ofrece el entorno y orientar su acción, la misión de llevar esa luz hasta su naturaleza es propia de la educación.


Estas poca ideas de un sábado cualquiera, no tiene más pretensión que la de servir de asterisco en la plana lisa y horizontal en la cual discurre el hacer de los educadores. Quiere ser propuesta, atrevimiento, y desde luego disponibilidad voluntaria para agregar un granito de arena en la formación de el bienestar, el progreso y la libertad del país al que rabiosamente amamos.




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Martín Guédez


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