Rafael Dudamel ¿¿¿Qué hiciste papaíto??? A lo Lázaro Candal

Vi el gol de empatar a Inglaterra desmenuzándose en las botas de Adalberto Peñaranda antes que tocase el balón frente aquel solitario arquero.

Después de haber jugado primores, correteado el campo durante unos cinco juegos, retomando balones en el medio campo, lanzarse en carrera con la esférica como amarrada a los zapatos, bailoteado a quienes intentaban detenerle ya en lo zona de ataque, perforar el arco contario en por lo menos dos oportunidades, facilitar jugadas de primores para que sus compañeros rompiesen los guarales de la red, meterle un gol con estudiada facilidad al portero uruguayo en la ronda de penales, falló en aquel crucial momento de empatarle el juego a los ingleses.

Vi aquel gol disolverse en los pies de Adalberto Peñaranda. Era demasiada gloria, responsabilidad y angustia depositada en aquel jovencito. Cuando se paró frente al portero, todos nosotros, los venezolanos, esta Venezuela partida en dos, pusimos sobre los hombros de aquel muchacho, menor de 20 años, casi un niño, demasiada carga, incluso de la frustración por vernos divididos en dos bandos y él la sintió, en el mismo momento que el portero inglés saltaba y movía los brazos intentando distraerle. Sabía bien lo del rol que ese momento le tocaba desempeñar. Sintió el vocerío nacional que le llegó desde acá lejos, la respiración angustiada de cada uno de nosotros, el latir apresurado de nuestros corazones y sus pies cansados, golpeados, su mente atrapada en aquel instante glorioso, se negaron a que ejecutase una simple rutina. La Venezuela que ama estaba allí, con sus dolores, en ese propicio momento para repetir la hazaña de dos días antes frente Uruguay y agigantar el sueño de la copa mundial.

Pero aun así, lo que sucedió, Peñaranda y los demás muchachos pueden estar tranquilos. Les vimos jugar con talento, creatividad y entrega durante varios partidos. Incluso ante Inglaterra, pese no jugar, durante el primer tiempo, de la manera brillante que lo venían haciendo, aquella selección tampoco pudo someterlos fácilmente. El único gol del partido se produjo en circunstancias que se podría decir que la fortuna jugó un poco a favor de quien lo ejecutó. Para la segunda mitad de la contienda, con la entrada del pequeño pero inmenso jugador, Jeferson Soteldo, a nuestra manera de ver lo acontecido, tomó ritmo y rasgos diferentes. Pudimos haber ganado y anotarle un par de goles al duro rival, pero eso no fue posible. Perdimos, pero los muchachos, es lo que resulta al hacer el balance del partido y la jornada toda, jugaron como para sentirse felices, haber cumplido a cabalidad y dejarnos a todos satisfechos. Se perdió la copa apenas por la mínima diferencia y quien ganó tuvo que sudar la gota gorda.

Por eso, cuando aquel gol, que un penal casi lo es, se desmenuzó en la punta de la bota derecha de un Peñaranda con una carga demasiado agobiante, si Lázaro "Papaíto" Candal, hubiese estado transmitiendo el juego no hubiese gritado, sosteniendo su cabeza con las dos manos:

"¿Peñaranda, qué hiciste papaíto?".

Pero si podríamos decirlo nosotros todos, quienes mantenemos el equilibrio, como Lázaro Candal, por las imprudentes declaraciones de Rafael Dudamel, apenas 24 horas antes del partido final.

Advierto que, como aficionado al deporte suelo tener mucho respeto y admiración por nuestras glorias deportivas. Y sin duda alguna, para quien esto escribe, Rafael Dudamel es una de esas. Lo es por su larga y destacada participación en defensa del arco de los goles en distintos equipos y en la selección Vinotinto de mayores. Tiene admiradores en una muy buena cantidad de venezolanos, como quien ésto escribe, partidarios o no del gobierno y eso lo merece. Y esta expresión de "partidarios o no", incluye espacios más allá que eso que solemos llamar "oficialistas y opositores". La coyuntura venezolana de hoy es muy compleja.

Además, Dudamel en Corea no era el portero de un equipo. Un individuo, un venezolano solo. No. Era el "capitán", guía y portavoz de una selección que representaba el alma nacional. No era la selección del gobierno, tampoco de quienes a este se oponen y menos aún de esa multitud que aparece en el medio, que se podría decir no apuesta a favor de uno u otro. Era el responsable del alma, emblema, nacional. Debió cuidar las formas, por lo menos en ese momento y mientras estuviese a cargo de esa responsabilidad y fuese el portador del estandarte de todos.

Dudamel tiene el derecho de asumir políticamente el rol que se le ocurra. Nadie puede negarle se asuma partidario de la causa que valore pertinente, justa o acorde con su manera de mirar el mundo y abordar la sociedad y sus conflictos. Es falsa la idea difundida en los momentos que los muchachos por él dirigidos alcanzaron la gloria, porque sin duda la alcanzaron y en eso tiene mucho mérito el entrenador yaracuyano, que esa Vinotinto tiene un color político. Quizás en fortalecer esa percepción y hasta propaganda estuvo centrada la debilidad o dislate de Rafael Dudamel. Lo que los muchachos estaban logrando, unir a los venezolanos todos aunque fuese por unas horas y pocos días, el entrenador destruyó con pocas palabras. No se trata del presidente, ni de gente de gobierno, sino de una enorme multitud de venezolanos que les apoyan, aunque muchos no les guste o no sean capaces de percibir.

Parece cierto que figuras como él y hasta los propios jóvenes que forman la selección pudieran ser víctimas del acecho de factores de poder a nivel nacional e internacional. Y en ese afán y práctica engañosa se valen de varias artimañas. Es también verdad que en la actual coyuntura nacional, de un país que como por desgracia atesora riquezas codiciadas en las entrañas de la tierra, factores internacionales intentan aprovechar cualquier circunstancia para deteriorar las relaciones entre los venezolanos.

Eso pudiera explicar, pudiera haber otra, cual la mala información acerca de lo que aquí ocurre, que no es exactamente como cierta narrativa cuenta al público nacional e internacional, sin negar las graves dificultades que atravesamos, donde gobierno y opositores cargan responsabilidades, la "pifia" cometida por Dudamel.

¿Por qué, siendo él, no simplemente Rafael Dudamel, sino en ese instante el entrenador de la selección Sub-20 de los venezolanos, habló como si lo fuese de una parcialidad? ¿Por qué olvidó que en ese momento era él Venezuela toda, el aliento nacional, la esperanza de una gloria que podría ayudar a avanzar al espacio donde encontrarnos y optó por hablar como un combatiente más dispuesto contra los otros? ¿Por qué ignoró que era el momento de hablarle al país como figura deportiva en pos de la paz y optó por hacer de político y plegarse a una versión de los hechos?

Es cierto, vi el gol de empatar a Inglaterra desmenuzándose en la punta de la bota derecha del agotado pero brillante futbolista venezolano Adalberto Peñaranda y no sólo entendí todo aquello, sino que al finalizar del partido aplaudí a toda aquella muchachada porque seguí pensando lo que antes de iniciarse la última contienda; los muchachos habían alcanzado la gloria, cumplido y eran dignos de nuestro aplauso. Había sobrados motivos para estar orgullosos y felices por su hazaña.

Por eso, creo como ya dije, que Lázaro Candal no hubiese lanzado aquel grito suyo que se hizo famoso al ver fallara a Peñaranda. No obstante, nosotros, que estamos obligados a reconocer el trabajo de Dudamel al frente de esa selección y hasta de la de mayores, sí, ante el desliz que cometió al opinar imprudentemente y parcializado sobre la política actual de Venezuela, con todo el respeto que nos merece y hasta con tristeza, si gritamos:

-"¿Rafael Dudamel, qué hiciste papaíto?"



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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