No podían cruzar las esquinas de muchas calles de Caracas por su gran tamaño, traían como piso láminas de cartón y es así como murieron varias personas al romperse el piso de cartón, caer en el pavimento y ser triturados por las ruedas del autobús. Así les sucedió a un niño y al padre de un pariente muy querido por la sociedad venezolana.
El caso mencionado es más grave aún si se considera que el chofer que manejaba ese autobús había estado preso por un incidente similar. El 31 de diciembre de 1965 cuando manejaba borracho un autobús en San Bernardino de Caracas, perdió el control del mismo tumbó la cerca de una quinta y las puertas de hierro, donde jugaban los niños Conde Quintana. Giselita murió al ser arrollada por el autobús y caerle una de las puertas de hierro. Su hermano se salvó por milagro de Dios, lo sacaran debajo del autobús. Ahora bien, ¿cómo es posible que un chofer que estuvo preso por matar a una persona por manejar borracho un autobús se le de nuevo permiso para manejar autobuses?
Pero lo más insólito de este cuento es que a las personas que mató este irresponsable chofer son familias.
Este relato es dantesco, perdonen ustedes por habérselos relatado.
¡Que Dios los tenga en su gloria!
(*) Economista
(*) Economista