Presencia cultural y pensamiento

La cultura luce, casi siempre como una poderosa huérfana, que invade e impregna como el aire, las palabras, que al decir de Homero se "escapan del cerco de los dientes"; es como un flujo de adherencia, al pensamiento que condiciona, y pervierte. Pero la cultura no es una inocente aparición, sin linaje, y sin origen, más allá de los ropajes retóricos del lenguaje, o de la representación polifónica o figurativa; la cultura es la anónima, y predilecta hija de la historia.

La cultura es el sumun, la máxima abstracción de las relaciones sociales de producción; cuando las palabras echan a volar más allá del "cerco de los dientes" expresan las ideas de un pensamiento, atado irremisiblemente al entramado cultural que ha construido la manera de vivir de cualquier sociedad, dividida en clases, y sometida por la dominación superestructural del modo de producción, configurado como formación económico-social, desde la cual, la clase, dueña la realidad económica, y del poder político, ejerce la dominación en la salvaguarda de sus intereses más allá de las formas de gobernar a la clase sometida, que estime darse.

La cultura es un inventario general de los productos del conocimiento, científicos o no, y que la humanidad ha producido, a lo largo de sus sucesivas fases históricas. Ningún pensamiento es inocente de sus arraigadas vinculaciones con la cultura, en la que ha nacido, crecido, y conforme a la cual, se comporta y actúa.

En la Venezuela republicana, nosotros nacimos en el capitalismo; nos dio la teta el capitalismo, crecimos en el capitalismo, procreamos los hijos en el capitalismo, y al tenor de esta realidad, ¿Es posible no pensar como capitalistas? "Así los quería ver", como dice la humorística mexicana.

En el 2005, en el marco del Foro Social Mundial, el comandante de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, anuncia que vamos al Socialismo, después nos dijeron que ese Socialismo se apellidaba, del siglo XXI. Íbamos a este mentado socialismo crítico, del criticismo de la Escuela de Fráncfort, aun siendo capitalistas del capitalismo real, en la ética, en la moral, y sobre todo, en el pensamiento; el resultado, ––lamentablemente a pesar de los esfuerzos de un hombre revolucionario y antiimperialista, como Chávez, y de más 10 millones de venezolanos que lo seguimos acompañando, siempre––, es que el imperialismo, ha logrado el afianzamiento en Venezuela, de un capitalismo ultraliberal, donde los productos son revendidos por ladrones con licencia comercial a precios que en muchísimos casos superan el 100.000% del irrisorio costo, en el que fueron importados.

Reiteramos que éste no es el mismo capitalismo de hacen 3 años, y mucho menos, el de hace apenas tres meses hasta la fecha. La liberación de precios frente a la regulación de los salarios; más claro, los empresarios y comerciantes parásitos, asignaban, hace 90 días, sólo un 9% de sus astronómicas ganancias netas, al pago de salarios a sus trabajadores, mientras que en la actualidad sólo pagan el 3%; esto modifica sustancialmente la composición orgánica del capital, estudiado científicamente por Marx en su obra cumbre, lo cual altera también las relaciones sociales de producción, o el vientre que incuba la cultura. A consecuencia de todo esto, los bachaqueros se creen empresarios de la dignidad parásita, y en suma el pensamiento de la propia clase obrera, desclasada, ahora es ultracapitalista.

Es comprensible que haya una multitud de cómplices de diverso pelaje, y de variopintos uniformes, sobre todo dentro de los bancos públicos y privados, para colaborar con las mafias que intentan mediante todo tipo de soborno, canjear un poco más de 32 billones de billetes de 100 bolívares que contrabandearon, hasta más allá de este continente, para acabar con la felicidad del pueblo trabajador, y derrotar a la Revolución Bolivariana; y por supuesto, fastidiar al mundo otra vez con el supuesto fracaso del socialismo.

La corrupción no nace espontáneamente, es uno de los ejes transversales de la cultura capitalista; es una consecuencia ideológica de las relaciones sociales del modo de producción capitalista, que estimula el amor al dinero, la vanidad, el boato, el egoísmo, el fascismo, el oportunismo, el arribismo, la mentira, y otras perversiones de la personalidad adquirida en la condición privada de la vida; un mundo signado por las desigualdades, la explotación del hombre por el hombre, y la miseria física y moral.

 



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Eduardo Mármol


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