Los curas le llamaron, “el hijo del diablo”

“La mayor parte de los hombres reflejan en su carácter los impactos de su cultura y peculiar circunstancia. Son mudos efectores de su ambiente, que nacen y mueren cuando deben hacerlo, y entre tanto viven una existencia sin aristas o degradada. Hay hombres, por lo contrario, que vienen a sacudir al mundo de su ruin suceder predecible. Cuando este sacudimiento se traduce en cambios definitivos y favorables para los pueblos, se dice que el apóstata es un arquetipo. Este fue el caso del asturiano José Tomás Rodríguez de la Iglesia (Boves)”.

¿Por qué Boves? Primero: lo que me enseñaron en la escuela y después por haber leído la opinión de varios escritores entre ellos Don Francisco Herrera Luque, Juan Uslar, Madariaga, Valdivieso Montaño, Eduardo Blanco, Juan Vicente González y otros, sobre este personaje: Boves.
Por allá, a principios del lejano año 1960, y estando laborando en el Alto Llano, oyendo a los ancianos de todos esos pueblos, conocer los escenarios que lo contuvieron, me interesé por este “capitán de bandoleros” según me enseñó la historiografía oficial; al advertir las muchas contradicciones de que está llena la Historia de Venezuela, y cómo, por debajo del esfuerzo de la crónica oficial por condenar a este antihéroe venezolano por excelencia, se notaba la existencia de una personalidad que parecía expresar significados diferentes. Sigamos analizando las circunstancias de este hombre que fue llamado por  los curas de su época: “el hijo del diablo”.

Sabemos que nació en Oviedo España allá por el año de 1782, que era hijo de un hidalgo de gotera, esto es, noble de tercera clase “de los de mucha adarga y nada en el puchero”, y de una mujer de origen muy humilde, ya que era inclusera, es decir, recogida en el atrio de la iglesia y criada de caridad en el convento. Y aquí tenemos una primera observación para cavilar, ya que la experiencia demuestra que una diferencia social tan marcada como la que envuelve a los padres de Boves, suele engendrar conflictos, pues enfrenta al hombre a una yuxtaposición de realidades antagónicas, que le impide una clara conciencia de su ubicación social. “Quien al nacer se encuentra a mitad de camino entre los privilegiados y los desposeídos, tiene dos posibilidades: o profesa de arribista o se destaca retaliativo”. Boves, en sus primeros tiempos, se identifica con la clase del padre. En la Academia de Oviedo quiso ser aceptado por sus compañeros, sin lograrlo, como trató de hacer otro tanto con la oligarquía calaboceña, la que brutalmente lo rechazó. Por eso que a consecuencia de la injusticia de que fue víctima, creemos que Boves sucumbió al resentimiento, a esa trágica pasión del alma que impide borrar las afrentas, remontar la esperanza y comprender que la vida humana es un largo camino donde el dolor y la tragedia preceden y suceden inevitablemente a la alegría.       

Boves fue hijo amantísimo, lo que supone una actitud efectiva recíproca por parte de su madre. Durante toda su vida, aun en los peores momentos, vive obsesionado porque a su madre le llegue la pensión que le otorga. Por eso cabe preguntarse: ¿Qué sentiría aquel niño de 15 años al tener que separarse una vez más de la madre, a quien idolatra, para venir a sentar plaza en un sórdido puerto amurallado y cuartelario? Llega a Venezuela, como pilotín de una compañía naviera. Puerto Cabello es, en esa época uno de los lugares más insalubres del país. El hecho de que se haya hecho contrabandista o pirata demuestra que quería hacer dinero rápido, lo que lo llevó a ser condenado a ocho años de presidio cuando apenas tenía veinte años de edad. El Dr. Juan Germán Roscio, el célebre ideólogo, asume su defensa y logra que se le transfiera la pena de presidio a confinamiento en la población de Calabozo, a donde llega a comienzos de 1805. Cuando estalla la revolución de 1810 es uno de los comerciantes más prósperos de los llanos centrales.

Sí atendemos el relato con fría objetividad, caeremos en cuenta de que la vida del Caudillo está llena de altibajos. Si quedó huérfano y en la miseria a los cinco años, también la compensación de ingresar a la Academia de Oviedo. Es condenado a presidio por una falta grave, y logra que un abogado tan célebre y respetable, como Roscio, lo defienda y obtenga, su libertad. Pasa miserias de niño, pero termina siendo rico. Si los mantuanos lo despreciaron, los llaneros le adoraron. No pesa el bien con el mal, las gratificaciones y las frustraciones, la repulsión y la simpatía; por eso piensa que la vida ha sido injusta con él; que un fatum, un destino aciago lo persigue.

Hay núcleos de vida individual de gran proyección social, como es el caso de los héroes, en que el individuo casi no se pertenece, pues su personalidad y conducta, en lo sucesivo, está al servicio de una gran realización social. Eso es un arquetipo. Y eso, le sucedió a José Tomás Boves y explica también lo que lo aquejó en su tiempo como líder y conductor de la guerra civil de los años 13 y 14. Boves, en un instante determinado de su vida, siendo blanco rubio y acaudalado comerciante, se pone al frente de las masas pardas desposeídas e insurge contra el régimen de castas que lo favorece. Se erige en defensor de aquellos intereses y enemigo jurado de su propia casta, a quien comienza a inmolar cruelmente desde su primera salida de Guayabal.

Se advierte la voluntad de invertir los valores, el afán de destruir un sistema, la obsesión por exterminar a los que lo humillaron y a sus próximos, a sus semejantes y, finalmente, hasta a los que son diferentes de ellos, pues, los mantuanos son seres “maléficos y esclavistas” que merecen la muerte. Su tesis política es muy simple, pero eficaz: liquidar físicamente a los blancos poseedores de la riqueza y distribuir todo entre el pardaje pobre, que era el resto del país. Suprimir un grupo privilegiado, de rasgos físicos indelebles, para que cese la heterogeneidad, para que todo se iguale, pues en Venezuela el problema de las clases sociales se complicó al confundirlo con los grupos étnicos.

José Tomás Boves busca a través de la vía expeditiva y sangrienta la igualación que, desde sus orígenes, exige el país y que le impide operar la necesaria síntesis socio-histórica. El cabalgamiento de grupos humanos, como en el régimen de castas, sólo produce un sistema incoherente. La represión y el malestar existentes entre los diversos estratos sociales, implicaba terribles tensiones. Venezuela, estába urgida de la desaparición del régimen de castas. (Toda vía hoy) Boves, porque tenía maná y prestigio, estuvo a la altura de ese arquetipo, y las masas pardas venezolanas lo acogieron como a su héroe y a su libertador.   

Así era Boves inicialmente: un hombre de rasgo fuerte y definido, justiciero, generoso y magnánimo con sus incondicionales; con sus singularidades, sus fachadas positivas y sus oquedades, silentes, donde dormitaba la tragedia. ¿Cuántos hombres, como José Tomás Boves, llevan una existencia anodina y, sin embargo, pueden florear semillas fecundas que esperaban tan sólo el contacto vivificador?. Después de aquella brutal afrenta en que se le azotó en la plaza mayor de Calabozo, luego de hacérsele víctima de un proceso falaz.

Lo que en otros tiempos no hubiese pasado de ser un cavilar sombrío o, a lo sumo, un insignificante drama político, se tornó en un espantoso holocausto que, consumió la vida de más de un tercio de la población venezolana. Pero no hay que creer que la tragedia colectiva suscitada por José Tomás Boves sea una simple concatenación de hechos y posibilidades factibles de suceder en cualquier persona en situación similar, que se desbordaron en el momento de su ascenso motivado por lo graves y calcinantes que fueron los vejámenes a que fue sometido y por la injusticia de que fue víctima. En la guerra encontró la oportunidad de dar rienda suelta a su naturaleza atormentada.

La particular saña con que trató después a los mantuanos calaboceños y al viejo Zarrasqueta, muestra la huella de su sufrimiento y de su resentimiento. Es el momento en que rompe definitivamente con la imagen del padre e insurge sistemático y destructivo contra todo aquello que se lo recuerde, tal la clase dirigente colonial. Y así, de aldea en aldea y de pueblo en pueblo, va destruyendo sistemáticamente todo cuanto encuentra a su paso como un verdadero ángel exterminador. Odia al sistema social en que ha nacido y los valores que lo rodean.

Los héroes y antihéroes, los caudillos, las figuras proceras son efectores de un proceso social obligante. Pero pocos hombres resisten ser acogidos como arquetipo del héroe, “la segunda y verdadera emancipación del padre”, su individualidad se funde, pierde la noción de la realidad y su yo estalla en delirio. A Boves lo envolvió el arquetipo del héroe que lo dominaba. El, tan buen conocedor de caballos, monta temerariamente sobre un corcel al que no conoce y deliberadamente camina hacia el suicidio. Otra explicación pudiera ser, que habiendo terminado su ciclo heroico, como el Cid Campeador que tomó a Valencia después de muerto.

Boves, (el cinco de diciembre de mil ochocientos catorce) como todos los héroes, puso fin a su vida en el momento de su máximo esplendor y por eso vive y pervive en nuestra historia como un luminoso arquetipo a quien los historiadores oficiales no lograron arrebatarle sus laureles.
Boves ha podido ser una personalidad psicopática, un timópata, un paranoide sanguinario y todo cuanto se quiera; de la misma forma que pueden hallarse en ciertos episodios de su vida factores tentadores, sin que nada nos sirva para comprender, “que es sentir”, al primer caudillo de la democracia venezolana.

“Si tomamos a los hombres tal como son ellos, los haremos peores de lo que son. En cambio, si los tratamos como si fuesen lo que debieran ser, los llevaremos allí, a donde tienen que ser llevados”.   

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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