Mi palabra

¡El dólar, una daga!

El ejemplo tiene más fuerza que las reglas.

Nikolái Gógol

Un amable lector, me hizo llegar su preocupación por la grave situación del país; sin ningún tapujo me hizo una serie de explicaciones sobre el futuro de los jóvenes y especialmente los niños, sin dejar a un lado la enorme preocupación del gobierno. En una parte del escrito me hace dos preguntas, buscando la respuesta sobre la escasez de los últimos meses y las interminables colas ¿Por qué el país se ha enredado tanto? ¿Dónde está la solución? He leído varias veces su misiva, coincidiendo en algunas partes con él; en otras no estoy de acuerdo, pero me ha servido para buscarle explicación a su inquietud, en la antesala a las elecciones parlamentarias, esperada por propios y extraños con mucha ansiedad, más cuando el concepto de patria, parece no importarle a un sector importante de la población.

El amigo no ve solución por ninguna parte, se encuentra refugiado en el grupo de los pesimistas o derrotados, por esa razón le hice llegar este pensamiento de Francois Guizot: “Los pesimistas no son sino espectadores. Son los optimistas los que transforman el mundo.” una sencilla respuesta a su desatada impaciencia, y no es para menos, casi todas las noticias, lanzadas por la derecha con la ayuda norteamericana, son para crear confusión y desesperación. A medida que nos acercamos al 6 de diciembre, se han intensificado los ataques al gobierno venezolano, utilizando como principal arma contra nuestra economía: el dólar, arruinando los sueños y esperanzas de millares de personas

Nadie quiere decir la verdad, por lo cruda y preocupante situación; parece imposible atacar sus raíces, salvo algunas excepciones, la mayoría busca el beneficio personal; sigo con el ejemplo del papa Francisco, quien está poniendo el pellejo en el fuego, enfrentando los vicios del capitalismo, como un valiente guerrero; hace poco, en un pueblo napolitano atacó la corrupción con un lenguaje muy sencillo, muy apartado de las homilías religiosas: “La corrupción apesta, la sociedad corrupta apesta, como apesta un animal muerto”, está firme decisión del jefe de la iglesia católica ha desatado los demonios, al extremo de filtrar documentos, sobre la podredumbre, respondiendo de manera muy firme: “Quiero decirles también que este triste hecho no me desvía ciertamente del trabajo de reforma que estamos llevando adelante con mis colaboradores y con la ayuda de todos ustedes”. En todas partes, están presentes las grandes lacras de una sociedad enfermiza por la vanidad y la ambición, haciendo más daño en una país, como el nuestro, atormentado por la envolvente sociedad de consumo; cuántas veces le escuchamos al comandante Chávez, utilizar la palabra ahorro y prudencia, sobre todo en esta época del año, cuando el pueblo trabajador recibe sus aguinaldos, fruto de un año de esfuerzo; ahora parece imposible la inflación se traga todo.

Estamos sumergidos en una situación muy conflictiva, algo propio del capitalismo, con la salvedad, que en nuestro país, tierra heroica de grandes libertadores, tenemos un ejército atento, como si estuvieran escuchando al fallecido comandante Chávez; los halcones no dejan de volar sobre nuestro territorio, buscando amedrentar a un pueblo, que a pesar de todos los grandes problemas, sigue con las banderas de la liberación, marchando hacía adelante, sin mirar hacia atrás, porque bien lo decía Argimiro Gabaldón: “El camino es duro, pero no hay otro”.

La buena intención del gobierno, no basta para hacerle frente a la cantidad de problemas, muchos han surgidos en los últimos años, productos en parte por la improvisación y otros por depender exclusivamente de la moneda norteamericana. Mientras el dólar, sea el punto de referencia de nuestra economía, seguiremos subiendo esa empinada cuesta, un verdadero calvario para el pueblo trabajador. El ejemplo de Europa, es muy claro, crearon su propio signo monetario, a pesar de todas las amenazas y presiones, sin embargo la crisis del capitalismo, por todas partes aflora, con solamente ver el drama de los emigrantes, podemos sacar nuestras propias conclusiones.



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Narciso Torrealba


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