Huevos

Es tema viejo.  Lo dijo el viejo Uslar Pietri cuando habló de sembrar el petróleo.  Pero no hemos sembrado nada.  Sigue siendo el petróleo el rey del ingreso venezolano.  Riqueza fácil que mana de la tierra y que nos pone en situación de abrir nomás la boca para comer, apuntando bien al chorro.  Flojos.

Uslar no dijo nada de los huevos.  Pero los decimos nosotros.  El petróleo mata al huevo.  Esto es, no hay huevos, ni yema…, ni vida.  O los hay, pero voladores, hecho por demás insólito acostumbrados como estamos al vuelo de las aves.  Pero de que vuelan, vuelan.  Si no lo cree, váyase al mercado y ahora mismo pida un cartón de 30 yemitas y oiga el precio.

Flojos o cómodos con el ingreso petrolero, hecho que impide la atención a la cría y el agro nacionales.  Es una revolución pendiente.  Conscientes estamos de los esfuerzos del gobierno (especialmente con Hugo Chávez) de virar el rostro a la cría y siembra, pero también hemos dicho que no es fácil cambiar hábitos históricos arraigados, paradigmas existenciales, vidas, mentes, mundos.  Es la lucha.

Lucha que no se hecho.  Se ha propuesto, se ha pensado, se ha pospuesto.  Mas, oiga usted, cuando los empresarios ovoproductores se dan cuenta de la falta de políticas definidas en la materia, migran hacia Caracas, por nombrar un lugar, para abrir la boca también de manera que les caiga el chorro de petróleo, con todos sus nutrientes, suponemos huevo también incluido. Es cómodo y rentable. Apaga el músculo y enciende el fogón de la grasa en la barriga.

En noviembre de 2013 el cartón costaba BsF. 120; hoy, noviembre 2014, 240.  La semana pasada me fui a al Mercado Quinta Crespo y compré uno en 220, pero la cosa se actualizó ya y, junto a una señora que compraba a mi lado, abrí la boca desmesuradamente para digerir los 250 que me dijo el vendedor.  Me dije, explicándome la vaina, que se trataba del aumento respectivo que nuestro pueblo, nuestros comerciantes, nuestros buhoneros y bachaqueros, por esta época se autodecretan automáticamente con miras en las utilidades de los consumidores. Vivos y pendejos.

─¡Don, si no le gusta el precio, vaya a hacer una cola al supermercado, si es que los consigue! ─suelen responder los vendedores más jocosos si insistes con tu rostro cuadriculado.

Las empresas avícolas se la pasan chillando de fallas con el suministro, todos gritos alusivos a problemas con la importación, sea ya desde Colombia o Argentina.  ¡Porque sí, porque importamos, hijo!  Hay una producción nacional por ahí, pero ya sabe usted, pichacosa, acezante, flotante, desuniformada, saltimbanqui; y es hecho que a trechos, para compensarla, se importa.  Llevamos ñema de otros países.  Compramos pollos, por ejemplo, a Colombia, para mantener el ritmo ponedor del culito de la gallina.  Se requiere una materia prima para generar la eclosión maravillosa de clara, concha y yema desde las profundidades de la gallina, y hay rezagos en el suministro de la materia prima para ese sector huevero.

¿Miento yo?  A finales del año pasado la industria nacional se quejó de un rezago en la producción nacional por causa del faltante de 1,7 millones de pollitos que no terminaban de volar desde Colombia, así como 32 mil cajas de huevos fértiles.  ¿Qué necesidad tenemos de andar en semejantes trotes, importando buche y pluma cuando acá sopla un aire a veces hasta mejor para cultivar y criar?  La masa espesa del petróleo sin duda obnubila nuestras miras. ¡Vaya, mueve allá la boca hacia el chorro!

En 2012 Colombia vendió a Venezuela $ 2.000 millones y Venezuela, por su lado, apenas pudo colocar 500.  Colombia nos mandó “gas de petróleo, electricidad, medicamentos, bovinos y carne congelada”, y nosotros “aceites de petróleo, abonos, aluminio y láminas planas de hierro y acero” (http://www.el-nacional.com/economia/Colombia-exportara-polvo-huevos-Venezuela_0_263373693.html), prensa opositora, para más ñapa).  Aunque en ese año no figuró el rubro de los huevos ni leche, tema de esta letra, lo hace para el año siguiente, y la cifra es espléndida para valorar esa condición metálica proveedora de materia prima de nuestro país, pudiendo en verdad constituirse en una seria potencia económica si, como decía el difunto viejo, sembrase en la producción nacional agrícola parte de la renta petrolera.  A cambio de echar petróleo a otros, nos echan huevos, no existiendo paridad ni justicia en el asunto.

Es cierto, el huevo lo pone la gallina y no el argentino ni el colombiano, siendo la cosa igual como con el petróleo, que lo “pone” la tierra; pero ellos hacen el esfuerzo de la cría y la producción sobre un factor que no amenaza jamás con desaparecer, a menos que una innombrada peste matadora de pollos y huevos advenga. Nosotros, por nuestra parte, acopiamos máquinas y tecnologías para acondicionar y envasar el oro negro y, finalmente, venderlo, después de una industria de refinación y otros petates.  Situación casi pareja en cuanto a esfuerzo humano para que ambos rubros puedan venderse, unos encartonando huevos y otros embarrilando petróleo.  Pero sucede lo dicho, que los pollos y los huevos no se acaban, ¡y el petróleo sí!

El petróleo se va y deja en el país explotador un hueco, por no decir un vacío deprimente.  Y si no se toman medidas sembradoras de huevo, por referirnos a la cría y siembra de cualquier modo, por referirnos en elipsis al futuro, puede que el hueco sea de tal proporción que haga desaparecer en medio de su vació al país monoproductor del hidrocarburo.  Si usted quitase en estos momentos el petróleo a Venezuela, el país desaparecería como estructura de Estado organizado, quedando nomás, sobre una población desgaritada, el concepto histórico de nación, esa bizarra leyenda de tierra guerrera de libertadores, suerte de yema nuevamente prometedora de patrias, sino la repetición lamentable y amenazante de un cascarón vacío.

Sabemos que parte del problema es el venezolano mismo, ese vivaracho que no se quiere acostumbrar a la faena, ésa que conmina extinciones, ni desacostumbrarse del comodismo, ésa que aniquila futuros. Le dan dólares, por ejemplo, y montan una fiesta en nada relacionada con los objetivos propuestos, careciendo de compromiso, directriz, motivación y obligación. Pero es aquí donde ha de entrar el Estado con mano de hierro para controlar y fiscalizar si el poder popular, empresarial o como dé por denominarse, se sirva a capricho.

¿Puedo emitir tales opiniones sin que me acusen de traidor a la patria por criticar la política afecta y, presuntamente, dar argumentos a la oposición sin patria?  Claro que puedo.  Me canso.  Quiero a mi país y suelto la reflexión para evitar bancarrotas o desapariciones que nos derroten y faciliten retornos afrentosos hacia pasados políticos inhumanos.  Soy militante del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), soñador, concreto, constructor de patrias en la medida en que con la emisión de alertas llamo a la dirección nacional política al control y reflexión. Y así lo hago saber en mis intervenciones. A quien me espete que por qué no critico a la oposición, que bastante basura tiene en sus alforjas, le respondo que no soy caballero que endereza entuertos para mejorar la tumba del pasado, sino para apostar a la vida y al futuro con aquel ideal que me suena a esperanza.



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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

 camero500@hotmail.com      @animalpolis

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