Todos los seres humanos compartimos, aunque con diferencias culturales, históricas o geográficas, ciertos rasgos universales, son aportes que surgen de antropólogos y biólogos evolutivos, quienes identifican al menos unos veinticinco caracteres, comunes en cualquier sociedad. Desde los inuit hasta los tuaregs se esclarecen algunas revelaciones, todos hablamos una lengua si bien distinta en cada comunidad, hay una conciencia del yo y del otro, se distingue entre un sujeto y un objeto; yo la vi, ella me vio. Expresamos felicidad, tristeza, ira, miedo, sorpresa, repugnancia y desprecio, reconocidos en cualquier cultura, o el uso de herramientas empleadas, con las cuales se crean o fabrican otras. No vivimos aislados entre nosotros sino formando grupos, una familia, una comunidad, donde los adultos socializan con los niños y niñas. Nos organizamos jerárquicamente a partir del parentesco, donde el estatus y las normas son producto de la organización tribal basado en la edad, el género y otros criterios; valoramos la cooperación y la reciprocidad, en cayapa o mano vuelta, y se ejerce justicia ante los agravios. Practicamos el trueque, el intercambio, el comercio, la economía más compleja. Imaginamos, siendo capaces de predecir al planificar y proyectarnos a futuro. Aun siendo efímeras, siempre aparecen normas, leyes, los líderes y los rituales; las religiones, lo espiritual, prácticas que nos conectan con lo trascendente. Cuidamos el cuerpo, el entorno, hacemos música, bailamos, creamos arte y la estética, y en los momentos de ocio podemos soñar despiertos, haciendo juegos para no aburrirnos. Desarrollamos la sexualidad más allá de la reproducción como dimensiones sociales y simbólicas. El soñar nos hace rememorar la vigilia, siendo capaces de narrar lo que recordamos del sueño.
Lo interesante es que tales universales son rasgos biológicos, estructuras narrativas y simbólicas que nos permiten reconocernos como especie, y sobre estos relatos y como bases, se sostienen lo legal, político, cultural e ideológico que compartimos sobre lo que hemos expuesto sobre los ritos, la memoria y los sueños. En definitiva, son las dimensiones que se han explorado desde la filosofía y las ciencias humanas y sociales, encarnados en todas las culturas por distintas que parezcan de entrada pues es común que expresen lo diverso en cuanto a la pronunciación y los vocablos en cada lengua. Por ejemplo, entre los pueblos inuit existen múltiples palabras para distintos tipos de nieve que refleja su entorno vital, y en el sánscrito védico la raíz dhṛ, sostener, se despliega en significados que van desde la ley cósmica, el dharma, hasta el soporte físico. Entre un niño venezolano y uno japonés según sus expresiones faciales, se puede reconocer la sonrisa como signo de alegría, si bien los códigos sociales difieren sobre en qué momento se muestre. En el uso de herramientas, tanto la fabricación de los arcos y la flechas con veneno natural entre los san del Kalahari, como los diseños de algoritmos para navegar la información desde Silicon Valley, hablamos de las mismas extensiones de la capacidad humana. En las comunidades andinas, la minka o trabajo colectivo, es enseñado a los niños para que cooperen desde pequeños, es la vida grupal y la socialización; pasa lo mismo con la escuela en las sociedades urbanas, pues cumplen las mismas funciones de socialización.
En el derecho romano la patria potestas organizaba la autoridad familiar, estableciendo el estatus y las normas, entre los maoríes el mana o prestigio espiritual y social regula las jerarquías. En Melanesia, el sistema kula intercambia collares y brazaletes en círculos de islas, reforzando alianzas a través de la reciprocidad; en Occidente durante la Navidad, los regalos cumplen una función similar de ese vínculo. Si nos referimos a la religión o lo espiritual, en el animismo amazónico se reconoce la agencia que realizan los ríos y las montañas. Los cristianos celebran la encarnación como misterio central, ambos son rituales con relación a lo trascendente. Entre los tattoo polinesio se narran las genealogías y cosmologías sobre la piel, los graffitis urbanos plasman las protestas y memorias en los muros de la ciudad. Los juegos de ulama en mesoamérica se llevaban a cabo con una pelota cargada de simbolismo cósmico, con los videojuegos globales se cumplen funciones semejantes en competencias y mitos compartidos. Entre muchas culturas aborígenes australianas, el "Tiempo del Sueño" es el origen y el mapa del mundo; los sueños en el psicoanálisis freudiano, son "la vía regia al inconsciente". Lo interesante es que cada rasgo universal es traducido en formas culturales específicas, aunque siempre responden a la misma raíz humana, la de comunicar, cooperar, simbolizar y trascender. Mirando más allá de los ejemplos citados, podemos encontrar que todas las culturas, en distintos tiempos y lugares, encarnan los mismos universales humanos con formas propias.
En un recorrido donde se pueden ir comparando estos universales entre las distintas culturas, vemos que en el Antiguo Egipto donde los jeroglíficos no solo eran una forma de escritura, sino un sistema sagrado que conectaba lo humano con lo divino. Entre los pueblos navajo, su lengua incorpora verbos para describir procesos en lugar de objetos fijos, reflejando una visión dinámica del mundo. Igualmente se hace referencia a los rituales y a la espiritualidad practicada en la Grecia clásica en misterios celestiales celebrando el ciclo de la vida y la muerte, también del renacimiento, que se ejecutan a través de rituales colectivos. Los Yoruba, en África occidental, sus rituales orichas integran danza, música y trance como mediación con lo sagrado. El juego del go, weichi, de la Antigua China, simboliza la estrategia y el equilibrio del cosmos. En Escandinavia los vikingos realizan el hnefatafl, un juego de mesa representando la defensa de un rey rodeado de enemigos. Arte y estética como expresan el ikebana, arte floral en Japón, expresión de la armonía entre lo humano y lo natural. Lo vemos en las culturas precolombinas de los andes, donde los tejidos eran portadores de cosmología, como identidad y memoria colectiva. Por su parte la reciprocidad y economía, en Polinesia, simbolizada en el potlatch; en Melanesia, costa noroeste de América el kulak, muestra cómo el prestigio se construye dando, no acumulando. Entre los antiguos romanos el clientelismo fue un sistema de intercambio de favores y protección, con lo cual se estructuraba la vida política. Sueños y visiones en el Islam sufí, se consideran mensajes espirituales para guiar el camino interior, y entre los Mapuche, los pewmas orientan decisiones comunitarias y rituales de sanación.
Es muy revelador como entre culturas los universales se traducen en símbolos propios con una raíz compartida, donde las narraciones, los sueños, los juegos, los rituales, la cooperación, son comunes, y pese a que no borra la diferencia, sí los hace inteligible, donde podemos reconocernos en el otro al compartir las estructuras, si bien cambia la forma. Es como una gramática profunda de lo humano, donde cada sociedad escribe su propio relato. La gran cuestión aquí, lo interesante, es que al estudiar las culturas aborígenes con las clásicas y modernas en paralelo, notamos que todas comulgan con los universales humanos, aunque el énfasis sea distinto. Veamos algunas claves que se han planteado aquí, los aborígenes subraya la interdependencia con la naturaleza y la comunidad; los clásicos buscan orden cósmico y racionalidad, con su fuerte carga ritual; en la modernidad privilegia la individualidad, la tecnología y globalización, pero mantienen rituales seculares y nuevas formas de remitologización. Por lo que no cambia la estructura universal, lenguaje, ritual, juego, arte, reciprocidad, sueños, sino su traducción cultural, en la que cada sociedad escribe su propio relato en la misma gramática humana.
Si esto es así, dónde podríamos ubicar a quienes en la actualidad cometen genocidios y holocaustos homicidas.