Trabajo, Rentismo y Socialismo Bolivariano

El proceso de cambio social que actualmente tiene lugar en nuestro país, conducido por el liderazgo indiscutido del Comandante Chávez, ha venido derrotando de manera persistente, al bloque de enemigos integrado por la oligarquía representada por FEDECAMARAS, los viejos partidos del puntofijismo, la jerarquía eclesiástica, la alta burocracia sindical, los medios de comunicación privados, y en el plano externo, el imperialismo encabezado por los Estados Unidos. Sin embargo, si bien estos enemigos acérrimos de este proceso van a seguir en su faena contrarrevolucionaria, podemos afirmar que el pueblo venezolano les tomó el pulso, lo que permite avizorar nuevas victorias en el futuro inmediato.

Empero, a nuestro juicio, existe otro enemigo solapado del proceso revolucionario que desde los primero momentos del gobierno bolivariano, ha comenzado a manifestarse con fuerza ancestral e incluso podría contribuir a abortar el cambio estructural propuesto: nos referimos la bastarda concepción del trabajo que tiene el sujeto histórico beneficiario de esta revolución, o sea el pueblo venezolano. Este enemigo enquistado en la psiquis del venezolano corriente, puede ser un lastre mortal para el cambio en proceso, por la sencilla razón de que el socialismo bolivariano tendrá como uno de sus objetivos capitales, la creación de riqueza material y espiritual, y esto se logrará, solamente con una mano de obra disciplinada y creyente en las posibilidades de liberación social que contiene la praxis del trabajo.

Decíamos antes que nuestro pueblo tiene una idea bastarda del trabajo, queriendo significar que para todo venezolano dueño sólo de su fuerza de trabajo, no concibe que mediante un desgaste productivo de sus facultades física y mentales pueda mejorar su condición humana de existencia, es decir, para el venezolano común, el trabajo no se percibe como creador de riqueza tal como sucede en el capitalismo desarrollado. La ecuación trabajo igual a riqueza en Venezuela no se ha hecho cultura y mucho menos conciencia nacional. En estas latitudes, el trabajo es concebido como una maldición , menos por una minoría a la que un famoso literato de esta tierra llamó pendejos.

Esta bastarda concepción del trabajo anidada en las masas venezolanas tiene sus raíces explicativas en el proceso histórico formativo de la nacionalidad. En la etapa agraria de nuestra formación social que se inició en la colonia y culminó aproximadamente hacia 1920, se dieron procesos sociales que incubaron en la mente del venezolano la idea que venimos comentando.

Durante la colonia, el español que vino a América, sacado de los bajos fondos de la península Ibérica y de una nobleza segundona, no fue portador de una idea optimista del trabajo, al contrario, trajo el ideal noble–medieval de que el trabajo degradaba la condición humana; por consiguiente, este actor social vino al nuevo continente en busca del trabajo ajeno, es decir, a expropiar a la indiada. Por otra parte, el indio americano, que ser encontraba a medio camino entre la caza, la pesca, la recolección y los inicios del trabajo organizado, fue sometido por el conquistador español a un régimen de trabajo en condiciones muy parecidas a la esclavitud. Esta situación desde luego, no podía dejar en la mente de nuestro aborigen, la idea de que el trabajo era una actividad reconfortante y liberadora. Luego, cuando la indiada fue diezmada por las condiciones de trabajo a las que fue expuesta, al colonizador español no le quedó otra alternativa que importar mano de obra negra del África Occidental en condiciones esclavistas, apareciendo así el tercer actor social de nuestra nacionalidad; por supuesto que para este nuevo actor social, el trabajo era una maldición que sabía a diablo. En consecuencia, las tres raíces socio históricas de nuestro pueblo tuvieron razones de peso para odiar el trabajo como actividad humana apropiadora de la naturaleza. Durante trescientos años, la Venezuela colonial fue escenario de la más cruda explotación del trabajo indígena y afrodescendiente por una minoría blanca española, profundamente refractaria a la idea de trabajar.

Durante el periodo que transcurrió entre la Independencia y el advenimiento de la hegemonía andina, las masa explotadas en condiciones de esclavitud y servidumbre no encontraron en el proceso productivo esperanzas de mejorar su condición social y siguieron viendo al trabajo con las mismas miras de sus generaciones precedentes, por lo que el única posibilidad de cambiar la ficha de la hacienda que lo esclavizaba y la ataba a la tierra por la morocota apetecida, fue la montonera y la guerra civil. Durante este período entonces, para la masa trabajadora de los latifundios, la esperanza de revertir su situación económica estaba representada por los entierros de morocotas, un pacto satánico con María Lionza y la montonera secular.

A partir de 1920, la sociedad venezolana experimentó un cambio radical en su base económico-material, cuando el petróleo hizo su aparición en el escenario nacional barriendo con las estructuras de la Venezuela agraria. A partir de la tercera década de la pasada centuria comenzó a drenar hacia nuestro país una inmensa riqueza en petrodólares que provocó cambios de todo tipo en la sociedad receptora. Sin embargo, con respecto a la concepción del trabajo que tenía el venezolano, el maná petrolero lo que hizo fue acrecentar más la idea bastarda que ya tenía la sociedad que recibió al imperialismo petrolero. Ello fue así, porque la riqueza material objetivada en la renta petrolera, no fue el producto del trabajo criollo, sino un excedente externo obtenido a través de la comercialización internacional de nuestro petróleo. Con el petróleo, el país se ganó el premio gordo de la lotería, es decir, un ingreso no trabajado. Tal situación provocó la aparición en nuestra historia de una dualidad que todavía se proyecta con enorme fuerza en el presente, nos referimos a la existencia de un Estado enormemente rico que nada en medio de una sociedad afectada de miseria. El primer intento de corregir esta dualidad dio origen al capitalismo rentista, alfa y omega de la Cuarta Republica. El segundo intento de solucionar esta anomalía es el socialismo bolivariano en marcha.

Ahora bien, la súbita riqueza traída por el petróleo contribuyó a bastardear más la idea primigenia idea del trabajo poseída por nuestro pueblo, pues, los petrodólares comenzaron a fluir hacia este país sin mayores esfuerzos productivos; para el pueblo, el Estado se hizo rico de manera mágica. Apropiarse de esta riqueza utilizando la viveza criolla, fue la nueva esperanza de las masa excluidas. Si bien el capitalismo rentista mejoró enormemente los indicadores educativos del país, la educación impartida fue profundamente marcada por el distribucionismo, es decir, se estudiaba para lograr una tajada de la riqueza estatal, no para producir riqueza material o espiritual. Posiblemente aquí esté el carácter fraudulento que un alto funcionario de la Cuarta República le atribuyó al sistema educativo de la fenecida democracia representativa. El cargo público, el contrato con un ente estatal, o simplemente pegar el 5 y 6, devinieron en las vías para acumular riqueza para el pueblo llano. Por supuesto, una base material parasitaria como es la renta petrolera, no podía generar en el pueblo venezolano la idea de que el trabajo era igual a riqueza.

Construir una sociedad socialista productora de bienes materiales, a partir de una base material parasitaria, es el reto inédito del movimiento bolivariano, no exento de riesgos como la Enfermedad Holandesa que ya afecto a países petroleros desarrollados como Noruega. Es decir, la tentación de apoderarse de la riqueza estatal, vía la corrupción administrativa, es enorme, siendo éste uno de los demonios a someter por la nueva moral socialista. En Consecuencia, será la nueva educación que se imparta, marcada por una moralidad afincada en la producción y en la productividad, la que se debe llevar por delante la bastarda idea que sobre el trabajo ha generado el proceso histórico nacional, y al mismo tiempo sembrar en la psiquis del venezolano corriente la ecuación: trabajo igual a riqueza material y espiritual de los actores involucrados en la producción, que tan excelentes frutos ha rendido en los países del capitalismo desarrollado.

*UNEFM-UNA


trompizvalles@hotmail.com


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Humberto Tròmpiz Valles*

Historiador y profesor universitario jubilado, especializado en historia petrolera de Venezuela.

 htrompizvalles@gmail.com      @trompizpetroleo

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