¿El número de los asesinos?

Veamos esta sórdida historia de Los Conspiradores del Pentágono. A través de una agencia menor, y utilizando el procedimiento de rigor, los tecnócratas encargados de la seguridad del Estado norteamericano, introdujeron en lo que ellos consideraron territorio enemigo, a dos asesinos a sueldo, por supuesto formados por sus especializadas escuelas para homicidas. Cada uno con una misión por separado. El primero tenía que matar a un hombre (sobre cuya humanidad reposaba la esperanza del mundo nuevo), y tenía que presentar como prueba, la cabeza de éste. El segundo tenía que hacer exactamente lo mismo, al mismo tiempo. La intención era asegurar el éxito. Ambos desconocían la existencia el uno del otro, y mucho menos la existencia de un tercero, el cual debía cumplir con la misión encomendada a los dos primeros, además de no dejar testigos de la misma, o sea, debía acabar con ellos. Éste, el tercero, previendo la existencia de un cuarto hombre, que lo eliminaría a él también, contrató a dos mas, uno para que buscara a ese cuarto hombre y lo neutralizara, y otro para que lo sustituyera en la macabra operación, mientras él, al final, actuaría como el exterminador, desapareciéndolos a todos.

Otra agencia de más alto nivel de inteligencia, del mismísimo Pentágono, esperando esta reacción, como en un laboratorio, escogió del anillo de mercenarios más cercano a su confianza, al autentico último exterminador; criminal infalible y despiadado. No sin antes darle vida al hipotético cuarto hombre, con el fin de aguachinar la información. Y por añadidura, y como guinda de aquella macabra torta, dejaron filtrar la información de los movimientos de la agencia menor. De tal manera que las fuerzas de seguridad del territorio en donde se ejecutaría el magnicidio, no solo estarían distraídas con los dos primeros asesinos, sino que le facilitarían el trabajo a los restantes, como resultado de la acción disgregatoria de tal estratagema. Sin incluir al sin número de abyectos que se sumarían a la celada, producto de la desconfianza reinante en el medio. Cada cual aseguraría su vida, contratando a otros asesinos para que acabaran con los exterminadores que iban al acecho. Esta táctica no solo diluía la relación entre los autores materiales y los autores intelectuales, sino que la misión adquiría una autonomía desquiciante, convirtiéndola en una pieza suelta, generando bulla para que el disparo fatal no se escuchara.

Los narcotraficantes, ya sean de la DEA, o de cualquier otro cartel, lanzan un señuelo, el cual consiste en dejar sin la debida protección, a cientos de kilos de droga que hacen rodar por una ruta cualquiera. Dejan filtrar la información. Se caen con ese cargamento, pero por otra ruta, no solo triplican el tráfico, sino que recuperan los kilos arriesgados. Quienes pierden son todos aquellos que no están en la jugada, las mulas, los funcionarios, los transeúntes; los cuales son registrados como daños colaterales.

Recientemente se ha tenido noticias de la existencia de dos equipos de alta tecnología, introducidos al país por fuerzas terroristas, con la misión de interferir el funcionamiento electrónico de algunas aeronaves, en especial de helicópteros. Objetivo final: el magnicidio. Por fortuna, la inteligencia de los cuerpos de seguridad del Estado, la inteligencia social, la investigación periodística, como la ejercida por el brillante compatriota José Vicente Rangel, quien dio la premisa de tales acontecimientos, alertan (cantan, espantan lejos la maldición). Pero habría que tener cuidado con los números, no sea que resulten ser los números de las informaciones filtradas, y por otras rutas avancen las huestes asesinas capaces de engullirse a ellas mismas: la violencia ciega.

¡Alerta pueblo! Nunca como en este momento la paranoia gozó de tanta salud.

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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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