La llamada piratería

roberto_marcos_castillo

 Caracas, martes 22 de marzo de 2006
(foto revista Sufragio).

—Señor agente: Llamo para denunciar que en este momento se están copiando sin autorización miles de millones de canciones por Internet. Manden patrullas y jaulas suficientes para arrestar a cientos de millones de delincuentes.

—Ya vamos para allá y gracias por esta valiosa denuncia, señor ciudadano ejemplar.

En este asunto de la llamada piratería hay puntos legales y puntos morales. Hay incluso puntos estéticos y hasta de cociente intelectual. Según una ley internacional promovida y presionada casi enteramente por los fabricantes, es ilegal casi que hasta mirar una carátula de disco en una tienda, si no lo compras. Estoy seguro de que algún fundamentalista debe estar pensando en esta prohibición. Por eso te insultan sin haber violado la ley y te ponen una intimidación del FBI antes de gozar de tu película. Pero también hay asuntos morales en la venta de chatarra por precios desmesurados.

O cobrarte cosas incobrables como el olor de una comida. Una vez Gaby, Fofó y Miliqui presentaron un contencioso: un parrillero se quejaba ante un justicia de que un viandante estaba gozando el olor de su carne asada sin pagarlo. El justicia le preguntó al cocinero el precio del olor. Pidió entonces al renuente viandante la moneda que el otro exigía. La lanzó al piso y preguntó al guisandero si había oído el tintineo de la moneda. Cuando el parrillero dijo que sí, el justicia sentenció:

—Ya está usted pagado.

Insisto: si me ofrecen un producto de alta calidad a un precio comparable a la copia ¿para qué comprar la copia? ¿Para qué copiárselo a un amigo? Hay un hermoso disco, por ejemplo, de Jesús Soto y Paco Ibáñez hecho en España, la cubierta es una obra de Soto, imposible de copiar. Puedes copiar la música, pero no la cubierta. Yo no quiero una copia del álbum  Sgt. Peppers de los Beatles. Quiero incluso el disco de pasta original, esa Capilla Sixtina del LP. Las versiones en CD me lucen como copias de buhonero, porque en todo esto hay grados variables de fetichismo.

El Seniat  promovió en Venezuela hace unos meses en el Hotel Hilton una exposición de productos copiados sin autorización, ropa, lápices, relojes, calculadoras, etc. En algunos casos la versión copiada era mejor que la original. O no había diferencia alguna. Es tal vez ilegal copiar, pero ¿es inmoral?

Algunas empresas relojeras suizas bien conocidas producen deliberadamente relojes para el mercado negro... ¿Es legal? ¿Es moral? ¿Tiene esa empresa derecho moral a combatir la llamada «piratería» que ella misma practica? ¿Tiene derecho moral a tratarme de ladrón potencial e intimidarme con el FBI para satisfacer la hipocresía industrial? ¿Tiene derecho moral a cobrar el precio exorbitante que cobra por el producto «original» solo porque tiene un serial que lo distingue? ¿La gente me ve el serial cuando fanfarroneo con el reloj «original»? ¿No están estafándome si compro el «original» puesto que lo que en realidad me están vendiendo es una marca de status social? ¿Qué pasa con las disqueras que copian a granel y colocan esta copia no autorizada entre los buhoneros? ¿Qué pasa con las disqueras que venden más de lo que declaran? Roban al artista y roban al fisco.

En el caso de la moda se presenta algo que podría ser modelo para otras industrias. Un modisto lanza una colección e inmediatamente vienen los copiones y sacan imitaciones. No es moral pero tampoco ilegal, porque no se puede patentar un feeling, un estilo. ¿Cómo notariar el «tumbao» BCBG? Lo que queda al modisto es ganar con la primera generación de diseños y luego que vengan los arroceros. Beau Brummel, el padre de los lechuguinos, petimetres y pisaverdes, que en inglés llaman dandies, iba a una fiesta vestido de cierta manera. A la fiesta siguiente los dandies copiones le imitaban el estilo, pero ya Brummel lo había cambiado y así vivieron un buen tiempo, persiguiendo inútilmente los diseños del Dandy Mayor, quien tenía un sastre para el saco, otro para el pantalón y otro para el chaleco; un peluquero para el copete y otro para el occipucio. Y se hacía planchar la ropa ya puesta. Todo, decía, para pasar desapercibido. Invertía una tarde entera haciendo el nudo de la corbata, para que pareciera hecho al descuido.

La primera camada será la que valga, pero sobre todo la de los productos que valgan la pena, que no estén valorados de modo desmesurado en relación con la copia, que no valga la pena copiar o no sea posible, como el disco Soto-Ibáñez o una Macintosh.

Otro punto es que se puede. Antes había que fotocopiar un libro o copiar un disco en open reel o carrete abierto (¿te acuerdas?) o en casete. La calidad disminuía radicalmente. Hoy copias el texto de un libro en forma electrónica o el sonido de un disco. En el caso del disco la cubierta es generalmente tan deleznable que no pierdes nada copiando solo el sonido. Es más, probablemente ganas. Ahora copias bit por bit y la copia es virtualmente idéntica al original.

¿Por qué una disquera no me da acceso total a su colección por un precio mensual o anual? Podría ofrecerme u ofrendarme un valor adicional: información enviada por correo electrónico, acceso a descuentos para asistir a conciertos del artista, si vive. Información sobre artistas similares. Un curso completo de bolero feeling o de bebop o de chanson française o de samba o de salsa. O soporte técnico en el caso del software. ¿Para qué copiar en ese caso? El producto se desplaza, ya no es la música, la película ni el software, sino el valor agregado lo que se vende. Lo otro podrían hasta regalarlo como prospecto de venta. Ya la cosa comenzó: iTunes te regala canciones. Amazon te regala información sobre los productos que vende. Hacen falta empresarios con imaginación y no simplemente con mentalidad policial. Si el problema fuera solo policial ya no habría ni drogas ni copias no autorizadas en la calle. «Si la limosna se diera solo por caridad, ya habrían desaparecido los mendigos», decía Nietzsche. Es imposible impedir que la gente cultive marihuana en su jardín o elabore LSD en un laboratorio escolar. La clave está en combatir las motivaciones de la copia no autorizada o del consumo de drogas. No es fácil, pero es el único camino. Una vez encontraron a un tonto buscando una moneda debajo de un farol. Le preguntaron dónde se le había perdido y respondió:

—Allá, en lo oscuro, pero aquí puedo buscar porque hay luz.

Otro caso simpático: el diskette con la novela de García Márquez, Memoria de mis putas tristes, llegó a Colombia en una caja sellada, con mil protecciones. Una semana antes de que entrara en circulación ya estaba en la calle una copia no autorizada. Es que basta que se pueda para que se haga. García Márquez, para combatir esa copia, cambió el final y corrigió algunos errores. Aquí se presenta un problema de estética literaria: hay lectores a quienes puede gustar más el final de la copia que el modificado. ¿Cuál es el original y cuál la copia? El error puede dar valor a la novela, como los errores que valorizan una colección de sellos de correo. Hay gente a quien gusta la primera edición de Star Wars; no la corregida por George Lucas. Ese original solo se consigue en copias no autorizadas... Paradojas que hay en este empeño tonto de parar el Orinoco con una mano. Es decir, llamar a la policía para meter presa a la humanidad copiona.

¿Verdad que es tonto?



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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

 roberto.hernandez.montoya@gmail.com      @rhm1947

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