El factor Aguilarte

Habrá que hacer una profunda reflexión sobre la estrepitosa caída del Jesús Aguilarte Gamez , porque la verdad es que el caso implanta un signo de malestar que eriza la piel de la sensatez colectiva, vuelve obligatorio un examen de sus causas y secuelas, sin aplicarle zurcidos invisibles y acicalamientos, y aviva el principio con el que nuestro Presidente ha blandido las llamadas 3R al cuadrado; esa especie de Código Rojo que al parecer cuelga como una prenda de fantasía del cuello de muchos revolucionarios. El factor Aguilarte  es de una tintura ciertamente patética si tiramos del pasado sus premisas, certificadas de un modo espléndido y casi paternal por su guía político desde los tiempos del 4F. Vaya enigma éste que acompaña a nuestro líder; que nace a su espalda, se desdobla  y a veces, sólo a veces, muere ante sus ojos.

La de JAG no es una historieta ni un género de ficción dominical para tranquilizar a la patria insomne que busca entre la madeja la punta del hilo. Hablo del país en vilo y en resistencia  ante la promiscuidad de quienes hoy se proclaman heterodoxos y envalentonados, a veces para camuflar  su sed de venganza, sus fermentos clasistas y sus intenciones golpistas. El factor Aguilarte  es un contrasentido capturado a plena luz del día, en tiempo presente, como un relato del afamado novelista inglés  Henry Fielding, tan contundentemente realista, que sus historias pueden ser cotejadas en la irrefutable y tersa cotidianidad del día a día. Nada de fascinaciones, de universos enigmáticos. Renunció y punto. Antes había abandonado su competencia de gobernador y se agenció de todo cuanto necesitaba para vivir e incluso hasta para hacerse de un certificado de defunción política que indecorosamente sepulta su estirpe zamorana y bolivariana.

El Factor Aguilarte compendia desde el síndrome del telegrafista del pueblo que se convirtió en  un insospechado gozón de la corrupción generalizada,  muy bien caracterizada por Alfredo Maneiro y Pérez Alfonzo hace más de tres décadas, hasta el estilo de un ministro que no aprueba los recursos para la ejecución de la obra sino asegura antes un bocado, su porcentajito. Compendia el del diputado raudo en adquirir ostentosas propiedades (que van desde corbatas y otras prendas, hasta yates y avioncitos lujosos o casas paradisíacas); el del portero que se vende al mejor postor; el del alcalde de pueblo que se va a vivir a un paraje solitario y blindado y baja a recorrer sus calles apeltrechado de guardaespaldas armados en medio de la basura y el caos; el del embajador lobista que vive como un príncipe en mansiones del Estado y viene al país a hacer turismo; el del policía matraquero; el del funcionario que sella y firma los certificados, en fin:  la gama existe.

Una valiente y digna decisión del Presidente Chávez ha sido la de poner los puntos sobre las íes en los llanos de Apure.

fruiztirado@gmail.com



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Federico Ruiz Tirado


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