El País de Comiquita

La Clase Media Exquisita

Lo primero que puedo decir sobre la Clase Media es que no es posible hacer generalizaciones definitorias y definitivas, ya que si algo la caracteriza es su carácter heterogéneo. Por ello no podemos decir que es cómoda, que lo es; que es floja, que la hay; que es arribista, que existe como tal; que es trabajadora, que la hay y por cipotazos; que es revolucionaria, que también lo es; que es involucionaria, que la hay en cantidades; que es impronosticable, que por lo mismo lo es y que es putrefacta, que también hay muchos por ahí. Haciendo símil con un experto en PNL, a la clase media no se le puede meter en una carretilla, porque es tan variada que por variada se desparrama. Lo único que sabemos de la clase media es que está en el medio entre la Clase Pobre, abajo, y la Clase Rica, arriba, por eso es media.

Sin embargo en ese mundo clase mediano se encuentra un grueso sector, bueno no sé si el adjetivo será grueso, pero en todo caso es cuando menos importante, está el que llamo para el oficio que me ocupa “La Clase Media Exquisita”, que como he venido hilvanando, la hay en importantes cantidades.

La Clase Media Exquisita la constituye un sector de la misma que está empeñada en ir pa´rriba, que intenta copiar los usos y costumbres de la gente de arriba, que asume los valores de la gente de arriba, que camina como la gente de arriba, que asume el vocabulario de la gente de arriba. Esta Clase media Exquisita se preocupa por proyectar una imagen que sea percibida dentro de su comunidad como de digno representante de la clase a la cual aspira pertenecer algún día; aunque para ello adopte modelos muchas veces reñidos con sus costumbres. Por cierto que un ejemplo de modelo a seguir lo constituye un artista venezolano que exportamos hacia Europa, concretamente a España –paradójicamente, este país se ha convertido en el último descubrimiento o el Nuevo Mundo de la Clase Media Exquisita – que dice “me gustan los ricos, porque los ricos son exquisitos”. Sí, es el mismo que cuando le preguntaron cuál era su más caro deseo respondió que algún día lo coronaran Miss Venezuela.

Sí, ese discreto encanto de la Clase Media Exquisita es lo que hace que ésta no quiera nada con la ordinariez, con lo chavacano, así ella tras bastidores lo sea y con creces; lo popular, porque le huele a populacho; odia sus orígenes y trata a todo evento de olvidarlo. Esa clase que vive el momento y de momento se siente rica; ella olvida que a más de un representante de su élite le ha tocado tocar suelos con tan sólo un mes en terapia intensiva en una clínica, de esas creadas especialmente para su status social. Pero cuando los seguros se les agotan y los amigotes se le voltean es cuando comienzan a comprender la miseria de su condición y en voz baja indagan “tú no sabes si en Cuba tratan la uña encarnada”?

Asimismo, su afán por diferenciarse del lumpen la lleva a tomar infelices decisiones, como esta de ponerse lo más lejos posible del candidato negro, zambo, ordinario, verrugoso, marginal, llanero de a pie y que, no contento con serlo, también se preocupa por aparentarlo.

Las consecuencias no han podido ser más funestas.

Aquel candidato que tenía todo para representarla, ya que poseía muchos de los atributos por ella buscados – sonrisa indescifrable, buena dosis de panqué y silicón en su rostro, precavido al hablar lo que para su entender era un tipo exquisito de inteligencia y de educación, pero que a la postre resultó más parecida a aquella experimentada por Juan Peña, el muchacho del libro El Diente Roto, de Pedro Emilio Coll “ Lo que sí es indiscutible es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.”

Lo malo fue que a este Juan Peña candidato presidencial le dio por hablar y allí mismo fue cuando el mato se cagó en la cueva, porque, en lugar de seguir acariciando en silencio el diente partido en forma de sierra, que lo hacía más interesante, por enigmático, el filósofo devenido en candidato ha tenido que hacer uso de un malhadado verbo que lo ha metido en problemas y que ha puesto a dudar a esa Clase Media Exquisita en si esa fue realmente la mejor opción.

Su ignorancia por la conjugación de los verbos – “las misiones siempre las hubieron” (sic) - le impide dar una disertación acerca de Andrés Bello y hay que ver cómo a esta Clase Media Exquisita le encanta darse bomba con sus aparentes y esqueléticos conocimientos. Este rey volvió a quedar desnudo al tratar de confundirse con el soberano al usar un refrán de popular uso, pero como no es ducho en la materia, la metió hasta la rodilla. Y es que hasta razón tiene si a ver vamos, ya que al decir que “no se le puede pedir peras al horno”, lo que quiso decir fue que al horno se le podía pedir pollo asado, o pernil, o un pastillo, pero nunca peras, a menos que se tratara de las compotas caseras que mandaban los pediatras para los niños con disentería. Ahora bien, eso no es como para que ya estén pensando en crear la Misión Luis Herrera Campins para enseñarle al granuja Rosales los refranes que se escuchan por estas tierras.

Claro, visto el desarrollo gnoseológico del candidato, la Clase Media Exquisita hubiese preferido que éste no abriera la boca para así mantener el misterio de su mundo interior en privado y preferir vivir de las especulaciones que sobre su pensar profundo se podían conjeturar. Aunque al final, el cuento se repita: “Pasaron los años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua”.


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Héctor Acosta Martínez

Profesor Universitario jubilado. Graduado en Historia. Especialista en Programación Neuro-Lingüística.

 elecoeco@gmail.com

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