Cacería de brujas

Es común escuchar dentro de cualquier organización, verbigracia en las de tipo político, que cuando hay problemas y se busca un responsable y no se dispone de certezas suficientes, se diga "aquí se va a desatar una cacería de brujas"Así ha ocurrido desde hace más de 300 años y al parecer no existen suficientes razones para que deje de ser de esta manera.

Pero la verdadera cacería de brujas ocurrió entre el siglo XVI y XVIII cuando en Europa y en una parte de la América anglosajona empezó un misterioso desencadenamiento de situaciones que llevó a todos los poderes de la época a emprender una feroz e inhumana guerra contra quienes suponían, sin mayores pruebas, eran aficionados a la práctica de la hechicería y la magia, recayendo las máximas responsabilidades en las mujeres, quienes fueron víctimas en un 90% de las decisiones de los tribunales que se encargaron de tan atroz vejamen.

Se cuenta por cientos, miles y hay autores menos conservadores que hablan de millones de mujeres que murieron en la horca o quemadas en la hoguera víctimas de tribunales inquisidores que sin ningún rigor científico y con muchas deficiencias en las pruebas condenaron a muerte a damas de estratos sociales bajos, mayormente, quienes poseían una muy pobre elocuencia como para defenderse.

La auténtica cacería de brujas comenzaría en Europa por allá por el año 1610, contradictoriamente en pleno Renacimiento y no durante la grisácea Edad Media. La Ilustración coexistió con un período lúgubre cuando se produce en Longroño, España, el Acto de Fe contra las brujas de Zugarramundi, evento en el que más de 50 personas fueron procesadas y una docena de ellas terminaron ardiendo en las piras, mas otras ni siquiera llegaron a la hoguera porque murieron durante los interrogatorios que contemplaban la tortura como una forma de persuasión.

En su empeño por obtener una confesión las acusadas de herejía eran desnudadas, rapados el cabello ya que se decía que allí se escondía el diablo. Además los verdugos buscaban ese demonio en las partes íntimas de las mujeres, por lo mismo que eran sometidas a violaciones en el loco afán de demostrar que una eventual falta de virginidad era prueba más que fehaciente del carácter lascivo de la mujer y de aquí a la práctica de la hechicería solo había un paso. Era la lógica cómoda de la época.

Nada de esto hubiera sido posible sin la creencia que se tenía de que la mujer como género se caracterizaba por su desenfreno sexual, de tal manera que no se concebían en las mujeres códigos morales, sino más bien que era una condición natural en ellas el libertinaje, el cual practicaban, especulaban, con otras brujas en reuniones llamadas aquelarres en las que, suponían, se daba rienda suelta a todo tipo de desbordamiento sexual.

Se creía que las mujeres eran débiles, por otro lado, siendo víctimas de los súcubos o representaciones hermosas del demonio que habían sido enviados para tentarlas e introducirlas en los placeres de la prostitución. De esta manera la contrafigura del diablo hubo de aparecer para lograr el sometimiento que la novicia doctrina cristiana necesitaba para arrear feligreses a su religión, en su enfrentamiento con las creencias religiosas paganas con las que competía. En este sentido hay que recordar que el Cristianismo fue tenido como religión oficial del Imperio Romano a partir del año 380 por el emperador Teodosio, solo que al declararse el por fin triunfo del Cristianismo en el Imperio, aquellas persecuciones de que habían sido objeto los cristianos ahora se trasladarían a los que profesaban una religión distinta, por lo que el paganismo y su correlato encarnado en el diablo fue la contrafigura que necesitaba la Iglesia para ejercer su hegemonía con mayor autoridad y rigidez. Por eso solo en el Sacro Imperio Romano se cuenta más de la mitad de las víctimas que murieron en la hoguera, mientras que en menor medida también hubo víctimas en Alemania, Polonia Suiza, Francia, Inglaterra, Escocia, España e Italia.

El Continente Americano no estuvo exento de la cacería de brujas. En lo que es hoy los EEUU se practicó intensivamente estas persecuciones, siendo el caso del poblado de Salem el ejemplo más macabro. En Salem en un juicio carente de pruebas indiscutibles y en cambio sí lleno de fantasías y dramatizaciones, al menos 10 personas fueron declaradas culpables de herejía y de posesión de pactos con el demonio, la mayor parte de ellas eran mujeres pobres, indigentes que al no declararse culpables fueron sentenciadas sin pruebas sustanciales. Tiempo después, en el año 1692, los tribunales declararon que los juicios llevados a cabo en Salem fueron bastante irregulares. En Europa, incluso, fue un inquisidor quien declara terminada la cacería de brujas al considerar como insulsas y fantasiosas todas las pruebas presentadas en los juicios. Alonso Salazar y Frías, el inquisidor, terminaría declarando que el tema de las brujas quedaría resuelto cuando ya no se hablara más de ellas. Así de simple. Sin embargo todos los crímenes cometidos en las llamadas cacerías de brujas quedarían impunes, lo que en alguna medida explicaría que en América se instalara la expresión popular de "no creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan", en la que se mixtura lo mágico y real de esos fatales acontecimientos.

Con una multiplicidad de intereses, en las cacerías de brujas participaron todas las fuerzas del momento histórico que se vivía, fue una verdadera cayapa, destacándose entre otros la participación de la Iglesia Católica, de la Inquisición, de la Iglesia Protestante, de los tribunales, de las clases altas y del poder económico representado en la incipiente burguesía, la que se garantizó una división del trabajo desigual basada en el sexo. En efecto, la crueldad de la cacería de brujas rindió sus frutos en el adoctrinamiento en la sumisión de la nueva sociedad que se levantaba con la llamada Edad Moderna.

Si de algo podemos estar seguros, ya para finalizar, es que la cacería de brujas representa un caso de feminicidio de proporciones holocáusticas jamás conocido en la historia de la humanidad, ni antes ni después, que debe ser reconocido como el gran martirio con el que las mujeres pagaron la misoginia de la sociedad patriarcal y androcéntrica cuyos últimos estertores presenciamos. El olvido ex pofeso y la invisibilización deliberada como se ha tratado el tema de la cacería de brujas ha redundado en que en la contemporaneidad el término brujas haya caído en una suerte de moda del momento, haciendo de su tratamiento algo tan trivial que es usado con la misma fashonería como Occidente trata los temas que le son incómodos, habiendo en los EEUU, incluso, un día dedicado a ellas y cuyo motivo es vivificarlas alegremente … o sea _bruuuu …_



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Héctor Acosta Martínez

Profesor Universitario jubilado. Graduado en Historia. Especialista en Programación Neuro-Lingüística.

 elecoeco@gmail.com

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