La historia secuestrada por el positivismo oligarca

La historiografía oligarca siempre robando el protagonismo del pueblo y nosotros como cándidos compinches con la excepción de Radio Nacional de Venezuela.

La clase dominante sabe bien que para garantizar el dominio de un sector explotador tan minoritario de población sobre las inmensas mayorías de trabajadores y campesinos explotados, masacrados y agredidos sin compasión, necesita ganar la batalla en la mente de los explotados. Debe lograr que el explotado sienta que su rol es justo. Debe apropiarse de la figuración y protagonismo de todos los hechos de profunda significación espiritual y emocional en el alma del pueblo. Este es precisamente el macabro y miserable rol que juega a su favor la disciplina de la historia positivista. Este Bicentenario lucía (aún luce) como una oportunidad histórica para reivindicar el marco de lucha de clases y protagonismo de las masas siempre invisibilizadas de pardos, mulatos, mestizos, negros, zambos e indígenas en la lucha de cinco siglos por la libertad, por la igualdad y la justicia.

Algún esfuerzo se ha hecho en este sentido, De todos nuestros medios ha sido Radio Nacional de Venezuela y sus compatriotas dirigentes: Helena Salcedo, Heida Salcedo, Manuel Lazo, Armando Carías y Marlyn Dalila Cavaniel quienes con más fuerza han impedido este secuestro, pero siento con dolor que la historia oligarca ha vuelto a ganarnos la batalla. Lo hicieron el 19 de abril de 2010 y ha vuelto a hacerlo en esta oportunidad. A pesar de disponer de material suficiente de la mano del materialismo histórico la mayoría de los trabajos han tenido la huella descafeinada, centrada en personajes y fechas, que caracteriza a la historiografía oligarca. Se cuelan, se filtran, se apropian del protagonismo, caemos en la trampa, nos siguen contando la historia que siempre nos han contado, la historia que hicieron “ellos”, la historia en la que el pueblo apenas puso gritos y ruidos. ¡Una Pena!

¡A ver cuando terminamos de entender! La historia de la humanidad, desde la aparición de la explotación del hombre por el hombre, es la historia de la lucha de clases. Todo cuanto acontece está inscrito en este marco. Esa lucha perenne, unas veces transcurre subterránea, casi silente y en ocasiones emerge como un volcán irresistible arrojando el fuego transformador. En forma muy parecida a como ocurre con los sismos: la tierra está en constante movimiento, roces y apretamientos de placas contra placas, de fallas que se mueven, y no las sentimos. La mayoría de las veces las percibimos cuando se produce el rompimiento, el salto cualitativo.

El 5 de julio de 1811, día que debe ser reconocido y declarado como el de la DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA, es uno de esos terremotos. No se llega a los acontecimientos del 5 de julio ni en forma casual ni en forma gratuita. El 5 de julio recoge y reúne un proceso de enfrentamientos y contradicciones alrededor de lo que palabras y conceptos como “Patria”, “Libertad” o “Soberanía” significaba para los distintos estamentos en que estaba dividida la sociedad venezolana de su tiempo. Para unos, patria, libertad o soberanía significaba entonces –como significa hoy, significará mañana y significará siempre- espacio físico donde “progresar” y hacer negocios; libertad para comerciar y producir sin ataduras éticas, o derecho a decidir que hacer y como hacer con lo que es “mío”, con el egoísmo y la avaricia de primero ; para otros, algunos mantuanos progresistas y revolucionarios, pero especialmente para el hombre y la mujer excluidos, explotados, sin derechos… la patria, la libertad y la soberanía significaba el hombre, la mujer, el niño y la niña, con derecho al trabajo, con derecho a la tierra, al cielo, al mar y a los ríos; libertad para no ser esclavizados; soberanía para decidir su destino. En ese mar encrespado de contradicciones se llega al 5 de julio de 1811. Las contradicciones hicieron metástasis. Durante los catorce meses y unos pocos días que van desde el 19 de abril de 1810 hasta el 5 de julio de 1811 las contradicciones se fueron haciendo presente con fuerza irresistible. De un lado, la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, empeñada en cerrarle el paso a toda forma de independencia que pudiera significar la pérdida de sus groseros privilegios y del otro quienes reclamaban y exigen derechos, libertad y soberanía plena. La pretensión de los sectores privilegiados, ayer como hoy, puede verse en algunos números de la Gazeta de Caracas, medio al servicio del mantuanaje –ayer como hoy: una prensa al servicio de una causa antipatria publicando reclamos y sentencias de muerte contra la “chusma” que se atrevía a pintar en las calles de Caracas reclamos de Igualdad, Libertad y Soberanía.

26 de julio de 1810: “La Junta Conservadora de los derechos de Fernando VII decreta la pena de muerte para los que propaguen rumores sediciosos en contra de la Junta Conservadora o de su amado Fernando VII.

Está claro que los “sediciosos propagadores de rumores”, eran aquellos y aquellas que no podían concebir la independencia patria sin la libertad, sin la igualdad y sin la soberanía plenas. Algunos sectores mantuanos, entre los que destacan Bolívar, Roscio, Ribas, Muñoz Tébar, etc., y especialmente la clase de los pardos ofrecen dura resistencia a las pretensiones conservadoras. El Congreso, en el cual se hacen presente estas contradicciones, se ve forzado, progresiva e indeclinablemente, a tomar posiciones consecuentes con los valores de soberanía absoluta, libertad, justicia e igualdad. No fueron “cambios de opinión” de algunos de estos oligarcas sino un paso atrás ante la presión ejercida por los sectores populares.

El 21 de octubre de 1810, en medio de las cada vez más tensas contradicciones entre la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII y su claro apego a los intereses del mantuanaje oligárquico contra los sectores revolucionarios, llegan a Caracas las noticias de los graves acontecimientos de Quito en donde las fuerzas realistas apresaron a los patriotas y cuando el pueblo intentó liberarlos, veintiocho patriotas fueron asesinados en los propios calabozos, los soldados se ensañaron con los cadáveres, saqueando luego la ciudad y asesinando 80 personas del pueblo, entre ellas tres mujeres y unos trece niños, la población de Caracas se conmovió generando entre los revolucionarios patriotas la inquietud, porque ante tantas vacilaciones y dilaciones aquí pudiera pasar algo similar. El 22 de octubre, ante la presión popular, la Junta Suprema se reunió de urgencia. Al momento de comenzar la reunión faltaban dos connotados miembros: José Félix Ribas y su hermano Francisco José. ¡No podían estar en este espacio dominado por la oligarquía estos dos grandes patriotas! No lo estaban porque encabezaban una manifestación pacífica que se dirigía a la sede de la Junta Suprema y que no por pacífica dejaba de infundir pavor a los mantuanos oligarcas. Cuando llega la manifestación al local de la Junta tomó la palabra Francisco José Ribas, exigiendo a la Junta resoluciones enérgicas. Los miembros de la Junta oyen al fogoso y radical orador y prometen adoptar medidas en defensa de los intereses públicos. Como demostración de sus buenas intenciones decretan honras fúnebres para las víctimas populares en Quito, las cuales tuvieron lugar en la Iglesia de Altagracia. La manifestación continuó por las calles de Caracas gritando sus consignas de independencia, libertad e igualdad y criticando fogosamente la indecisión de la Junta en medio de fogosos discursos de los líderes revolucionarios.

La respuesta de la Oligarquía mantuana presente en el gobierno no se hizo esperar. Considerando que la manifestación había generado un “peligroso escándalo público”, la Corte Suprema en reunión secreta acuerda la expulsión del territorio nacional de José Félix Ribas y de su hermano Francisco José. También se acordó la expulsión del territorio nacional de otro hermano de los Ribas, Juan Nepomuceno y del médico cirujano José María Gallegos. Los cuatro fueron expulsados por “los mantuanos defensores de los derechos de su amado Rey Fernando VII” a Jamaica, aunque todo indica que nunca pasaron de Curazao. Este era el clima de la época entre aquellos para quienes la patria es negocio y los otros para quienes la Patria es humanidad. Las calles de Caracas amanecían con pintas (hoy los llamaríamos “grafittis” para estar en la onda con la semántica delolast) realizadas por los pardos y en general los excluidos exigiendo “Independencia con justicia, igualdad y libertad” Así fue entonces, así es hoy y así será en tanto exista la explotación del hombre por el hombre y la lucha de clases.

Cuando al cumplirse el primer centenario de estos acontecimientos los miembros de la Academia Nacional de la Historia (Esa misma que hoy preside una joya montada al aire de la burguesía apátrida de nuestros días de nombre Elías Pino Iturrieta y quien considera que “El patriota fue Páez y Bolívar un ambicioso aventurero”) debieron dar justificación que lavase la cara a la oligarquía mantuana de modo que ante la historia que se imparte en las escuelas ellos –a pesar de su posición nauseabunda- emitieron una especie de sentencia que cerrase para siempre la discusión según la cual los mantuanos que propiciaban en la Junta Suprema los derechos de “nuestro amado Rey Fernando VII”, no lo hicieron por falta de patriotismo sino por abnegada prudencia, como una estrategia para no escandalizar al pueblo ¡Faltaría más!, en otras palabras el mantuanaje actuó como lo hizo, de espaldas a la patria, pero “estaban preñados de buenas intenciones” La historia no se repite mecánicamente pero…¡cómo guardan parecido los hechos de un tiempo y otro!

Ante semejante exabrupto al castigar –como se hizo- el fuego patrio de los “revoltosos”, el historiador Juan Vicente González dice “Condenándolos sin oírlos, en nombre de la salud pública, ¿no lanzaban al acaso de nuevas revueltas su impopular autoridad? Los que celebran como energía esta medida impolítica, ignoran que la violencia es la energía de los débiles”

Cuando el 5 de julio de 1810 Bolívar regresa de Inglaterra a donde había sido enviado junto a López Méndez y Andrés Bello a gestionar el reconocimiento del nuevo gobierno y solicitar ayuda, anuncia la llegada de Francisco de Miranda. Hacía unos cuatro años que había desembarcado en Coro donde fue repelido, condenado y expulsado por el mantuanaje y la Iglesia Católica en la persona del Obispo de Mérida quien alertó al pueblo de no recibir y rechazar a este “mensajero del demonio”. A lo largo de todo ese tiempo el mantuanaje dominante había sembrado una leyenda de horror sobre su persona. La Junta Suprema se apresuró a decretar su no admisión en el país, pues al estar el país gobernado por una Junta que lo hacía en nombre de Fernando VII, resultaba una contradicción insalvable dejar entrar al país a un venezolano enemigo declarado de la Corona y del Rey Fernando VII. El comandante de la Guaira recibió órdenes estrictas de no dejarlo desembarcar e incluso hubo quienes propusieron darle un cargo diplomático en Inglaterra (eran los más benévolos) a fin de deshacerse de tan inoportuna presencia. Sin embargo, cuando el día 10 de diciembre de 1810 arribó al puerto de la Guaira el bergantín inglés Avón, trayendo a Miranda, una verdadera multitud de pueblo salió a recibirlo. Bajó a tierra patria, Miranda, en medio de vítores, aclamaciones y consignas patrióticas y libertarias. El pueblo humilde lo aclamaba como Padre y Redentor de la Patria verdadera. Ante estos hechos consumados a la Junta no le quedó otra alternativa que aceptar la presencia de Miranda, de modo que en nombre de la Junta el día 12 del mismo mes, dos días después de su arribo arropado por el fervor popular, el Dr. Juan Germán Roscio le envió la autorización para subir a Caracas. Además de “agradecerle” sus servicios soterradamente se le recomendaba al gran Miranda, “permanecer tranquilo, de modo que desvaneciera con su conducta (¿podríamos decir “buena conducta”?) cualquier prevención que hubiese contra su persona. Simón Bolívar junto a uno de los hermanos Tovar lo recibió en su Caracas. El padre Madariaga, quien se había manifestado fogosa y violentamente contra Miranda, ante el hecho consumado de su presencia, fue el único miembro del gobierno que fue a recibirlo en la bajada de la cumbre, recordemos que era ese el camino que unía la Guaira con Caracas en ese tiempo. Bolívar lo albergó en su propia casa y lo puso en contacto de inmediato con los más fogosos patriotas.

Con su presencia Miranda había logrado, al menos por el momento, neutralizar la demonizadora campaña que se había tejido en su contra. La Junta Suprema lo nombró Teniente General y le asignó un sueldo de unos tres mil pesos, mandando a quitar toda la abundantísima referencia que en su contra existía en los archivos públicos. La derecha es sabia a la hora de dar un paso al costado para preparar el siguiente zarpazo. Todo alrededor de Miranda cambia y su prestigio va meteóricamente en ascenso. Él mismo le escribe a Lord Wellesley y le dice “El gobierno y el pueblo de Venezuela me han recibido con grandes aplausos, amistad y afecto, dándome al mismo tiempo compensas cívicas y militares” Todos daban muestras de alegría y afecto hacia el héroe. Sin embargo, fueron los jóvenes revolucionarios los que demostraron más entusiasmo viendo en él un héroe que trabajaría sin descanso por la ansiada independencia absoluta sin tantas dilaciones, dudas y remilgos. Con los jóvenes revolucionarios fue Miranda a la Sociedad Patriótica donde exaltó la necesidad de la independencia absoluta de la patria, noticia tenebrosa para la clase mantuana.

La Revolución de la Independencia primera –la segunda y definitiva se está pariendo- nació bajo el signo inexorable de la justicia y la igualdad. Del mismo modo como los pequeños pasos que se dan en la vida –en los estudios diarios, por ejemplo- conducen al momento de magnífico de la profesionalización de la persona, así los pequeños acontecimientos son imprescindibles para alcanzar los grandes momentos de la historia. Así es la lucha de clases a todo lo largo de la historia. Hay un momento en el cual las cosas pequeñas se acumulan, se hacen indetenibles y la historia pare –con dolores de parto- los grandes acontecimientos que luego recoge la historia como señeros y grandiosos. El 5 de julio de 1811 se gestó dentro del cuadro de contradicciones de clase que es el motor de la historia, del mismo modo que el 4 de febrero de 1992 se gestó este grandioso movimiento emancipador que hoy vivimos. (Sería bueno que nos enterásemos de una buena vez todos y todas, porque así es la historia de los pueblos, esa que prefieren olvidar y que tan poco, tan poco, gusta a la derecha) En aquel momento las fuerzas oligarcas recomendaban calma y obediencia en momentos en que los excluidos reclamaban rebelión contra la usurpación. La derecha mantuana recomendaba la sujeción al marco jurídico –exactamente igual que hoy- cuando de lo que se trata es de forjar un nuevo Derecho del Pueblo. Invocaban normas y principios morales (recordar que Moral viene del latín mores, que significa “costumbres”) cuando se trataba de romper con la aceptación antiética de la esclavitud del hombre por el hombre. Sugerían –ladinos como sólo ellos pueden serlo- a voz bajita y entre susurros lo que tenía que ser gritado a los cuatro vientos con pasión sagrada. Recomendaban caminar con prudencia cuando el tiempo exigía saltar con abnegación y valentía. Todo era prudencia, legalidad y sagrada obediencia a Dios y sus representantes, cuando el momento demandaba arrojo, irreverencia y lealtad sólo a la Patria Soberana, igualitaria y justa.

De nuevo Juan Vicente González, quien nunca fue precisamente un historiador adscrito al materialismo histórico, nos regala un retrato fiel del momento y de las pasiones que se vivían en el seno de la Sociedad Patriótica en contraposición con la sumisión que habitaba en la Junta Conservadora dominada por el mantuanaje “Miranda había traído la idea de París, tierra clásica de tumultuarias asociaciones; Bolívar la fundó, llevando a su seno a los amigos de la independencia. Ribas la popularizó, le dio sus varoniles pasiones y tendencias, la hizo inflamar y hervir como el Etna. Nacida en medio de los peligros de una conspiración inmensa, la Sociedad Patriótica constituyó una legión activa, de desconfianza suma, de rencilloso espíritu, que de todo se alarmaba. Fue su destino ensayar al pueblo en la República… ser estímulo de los poderes públicos y la palanca de la Revolución”

Esta Sociedad Patriótica debe ser entendida como el primer partido político revolucionario fundado en Venezuela. La Sociedad Patriótica pudiera haber nacido con la creación el 14 de agosto de 1810 de la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía. Antes había existido una creada por el Rey Carlos III, el mismo que creó la Capitanía General de Venezuela en 1777, cuyo nombre era “Sociedad de Economía y Amigos del País”, que se reunía en la misma cuadra de Caracas que hoy lleva –por eso mismo- el nombre de Esquina de Sociedad. Esta Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía daría paso a la simplificación de Sociedad Patriótica, pasando a discutir temas casi exclusivamente políticos. Todo indica que fue Bolívar quien impulsó este cambio luego de su regreso de Inglaterra.

Francisco Javier Yanes, hace referencia a esta Sociedad Patriótica del modo siguiente: “Habíase establecido en la capital una sociedad con el dictado de patriótica, cuyos promotores y primeros directores fueron el general Miranda y el coronel Bolívar, y los asuntos de que se ocupaba eran los derechos y deberes del ciudadano, los principios constitutivos de los gobiernos y aquellos que trataban en el Congreso. El calor y entusiasmo con que se hablaba de libertad e igualdad de los hombres aumentó considerablemente el número de socios, de todas clases, estado y condiciones… (Fueron acusados por miembros del Congreso de que) … la Sociedad Patriótica era una reunión de jacobinos y propusieron su supresión… Entonces aparecieron pasquines y se regaron en la ciudad volantes (los medios de manipulación de la época) en los que se decía que el gobierno, dirigido por las opiniones de Miranda y la Sociedad Patriótica, tenían un plan para arrancar por donativos o empréstitos una parte o el todo de sus bienes a ciertas clases sociales, para subvenir a las necesidades de la Patria. Así fue que lograron alarmas a los canarios, y avivando cada día con diversas imposturas la desconfianza de aquellos idiotas, los precipitaron hasta el extremo de hacerlos entrar en una horrorosa conspiración” ¿Algún parecido con la carnicería, la moto, el apartamento o la bicicleta que le quitaría a esos idiotas (el calificativo es del patriota Francisco Javier Yanes) la Revolución Bolivariana?, ¿no es la derecha igual de desalmada ayer que hoy?

Otra característica decididamente revolucionaria y denunciadora de la lucha de clases que acontecía en medio de aquel proceso es que sus miembros eran –al principio- sólo blancos, para luego incorporar a mucha gente del pueblo, entre ellos pardos, mulatos y las llamadas “gente de color” En su mayoría la gente de pensamiento revolucionario formó parte de la Sociedad teniendo mucho cuidado con no aceptar godos o mantuanos por no ser partidarios de la independencia sino de la defensa de sus intereses. (Nota Bene: ¡Que bueno sería aprender estas lecciones hoy cuando se pronto nos aparecen Empresarios Socialistas” Válganos Dios ¡Empresarios Socialistas! ¡Tigres vegetarianos!) Llegó a ser tan dramática la contradicción entre patriotas y mantuanos conservadores presentes en el Congreso que llegaron a plantearse la necesidad de eliminar la Sociedad Patriótica o mudar el Congreso a otro lugar donde no “sufriera” la interferencia de los “revoltosos” de la Sociedad Patriótica.

La Sociedad Patriótica, inflamada en patriotismo y valores republicanos llegó a tener un periódico “El Patriota Venezolano” cuya primera edición vio la luz en junio de 1811 siendo dirigido por Vicente Salias y el jovencito Antonio Muñoz Tébar, el mismo que moriría heroicamente en 1814 en la Batalla de la Puerta, al cederle su caballo a Campo Elías. Tuvo su himno la Sociedad en el “Viva el Bravo Pueblo”, mismo que luego sería llamado “Gloria al Bravo Pueblo” e himno de todas y todos los venezolanos. Igualmente tuvo su bandera con los colores amarillo, azul y rojo, en franjas horizontales de mayor a menor, con su escudo de armas; una india sentada en una roca, sosteniendo con la mano derecha un asta rematada en el revolucionario gorro frigio; junto a la india emblemas del comercio, de las ciencias, de las artes, un caimán y vegetales; más allá buques mercantes y en último término el sol asomando sobre el horizonte marino. Así nos lo señala Arístides Rojas “Esta fue la bandera que acompañó a la Sociedad Patriótica cuando, en la tarde del 4 de julio de 1811, fue aquella recibida por el Congreso. Al siguiente día se declaró la independencia de Venezuela” Nótese que la bandera de la Sociedad Patriótica es precisamente la bandera mirandina hoy bandera de la Patria y no la de la Junta, cuya cucarda era “Roja, amarilla y negra con las iniciales de nuestro Rey Fernando” No puede haber duda alguna, por más que la historiografía lo intente, allí están quienes luchaban por la Patria Humanidad y quienes defendían, ayer como hoy, la patria negocio y, para decirlo con las palabras del panita Alí “lo que hacen es manosearla”

La Sociedad Patriótica representó pues la lucha de los excluidos por alcanzar patria con justicia e igualdad. En su seno estaban representadas las ideas más radicales y profundas de libertad y justicia. Dentro de ella había también –como en todos los procesos- los impacientes, los que hoy podríamos llamar los “aceleraditos” ¡Ah, Manuel Brito!, aquellos partidarios de utilizar de inmediato los medios más violentos y audaces para lograr el objetivo. Estos, ante la posición -aún dentro de la Sociedad Patriótica- de quienes llamaban al talento estratégico, al sentido del momento histórico y un cierto grado de mesura, negándose literalmente a asaltar el Congreso, optaron por separarse de la Sociedad. Será el Sacerdote José Joaquín Liendo y Larrea (una especie de Lina Ron de nuestros días) quien encabezará el grupo de los aceleraditos. En la casa de una prima del sacerdote, doña Micaela Delgado, se fundó el llamado “Club de los Sin camisa” ¿Verdad que nunca nos hablaron de ellos? Su nombre probablemente hacía referencia a los sans-coulote de la Revolución Francesa y luego recurrentemente apareciendo a lo largo de la historia revolucionaria de los pueblos es un buen indicativo de la existencia indudable de las contradicciones de la lucha de clases tan delicadamente invisibilizada por la historiografía positivista al servicio de las clases dominantes. Sabemos de la prédica incendiaria del Padre José Joaquín Liendo, lo que nos da una idea clara de cómo era el Club de los Sin Camisa. Fogoso partidario de las ideas de Libertad, Igualdad y Justicia, tenía para España, los españoles y las autoridades imperiales los epítetos más encendidos. El Rey –según Liendo- debía morir y los españoles y los europeos debían ser exterminados. Era un orador insigne y un propagandista a tiempo completo de la Revolución, era un hombre que creía en la Revolución y no se conformaba con nada menos. En una ocasión, en un aniversario del 19 de abril, organizó una manifestación popular y se dirigió al río Guaire portando un retrato del Rey Fernando VII. Lo sumergió tres veces en el agua del río para “ahogar” al rey miserable y luego en medio de peculiares ceremonias enterró el retrato para simbolizar con ello el fin del imperialismo en la Patria Venezuela. Fue este hombre el primero en usar una cinta amarilla en el brazo izquierdo como símbolo de Revolución e Independencia. En una celebración revolucionaria iluminó totalmente su casa y colocó al frente los retratos de José María España y Manuel Gual. En la apasionante aventura de Los Sin Camisa (esos mismos que nunca conocieron nuestros jóvenes estudiantes formados con la inyección de amnesia inducida que los historiadores al servicio de la Oligarquía llaman “Historia de Venezuela” según los programas) cantaban un himno, con algunas variantes la Carmañola Americana, escrita por Cortés de Campomanes para la revolución de Gual y España a la que Landaeta seguramente puso música y cuya letra decía:

Aunque soy un sin camisa

un baile tengo que dar

y en lugar de las guitarras

cañones resonarán.

Que bailen los sin camisa

y viva y viva este son,

que bailen los sin camisa

y viva el son del cañón!

 

Liendo improvisaba un estribillo para esta canción… hermoso… oigamos…

Yo soy el sin camisa,

yo soy el sin calzones,

porque me los robaron

los españoles

En medio de las luchas patrias, el Club de los Sin Camisa, fue un grupo de revolucionarios superjacobinos salidos de la Sociedad Patriótica de cuya radicalidad y vehemencia patria nunca supimos los venezolanos por los libros de historia. Una pena que en nuestro país tengamos la avenida principal de Caracas llamada Francisco Fajardo en honor a un colaboracionista con la clase que oprimió a su pueblo y en cambio no haya ni un solo recuerdo para el Sacerdote Liendo que murió en medio de terribles dolores prisionero en La Guaira, como atestigua el médico que lo visitó, el Dr. José María Vargas.

 

Se siguen tensando las contradicciones. El 1ro de Julio de 1811, apenas cuatro días antes del 5 de julio, el Supremo Congreso de Venezuela, presidido por Francisco Javier Yánes, proclama los derechos del pueblo. Nótese la ruptura con “los derechos de Fernando VII” y el rescate del principio de Soberanía por parte del pueblo. Rescate del “principio de soberanía” porque la verdadera Soberanía ha debido esperar doscientos años a la Revolución Bolivariana para adquirir cuerpo y sentido. En todo caso, en su primer artículo dice: “La Soberanía reside en el pueblo, y el ejercicio de ella en los ciudadanos con derecho a sufragio por medio de sus apoderados legalmente constituidos” Sólo una minúscula porción de las personas tenía derecho al sufragio de modo que habría que reflexionar acerca del alcance de esta decisión a la luz del concepto de Soberanía universalmente aceptado de Jean Bodin, en su obra “Los Seis libros de la República”, es decir poder absoluto, perpetuo, imprescriptible e intransferible. De nuevo es claro que esta “concesión” de los sectores privilegiados no llegó por graciosa decisión sino consecuencia de la lucha.

La presencia inmanente de esta lucha de clases soterrada y de estas contradicciones emerge con fuerza irresistible en el discurso del joven Simón Bolívar ante la Sociedad Patriótica. En este discurso, ante las dudas y vacilaciones de sectores del Congreso dice:

“Lo que queremos es que esa unión (la de todos los sectores) sea efectiva para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, y para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso lo que debería estar decidido” y añade:

“… Que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! ¡300 años de calma! ¿No bastan?... Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sudamericana, vacilar es perdernos!

Muestra Bolívar en este discurso su compromiso con la libertad de los Pueblos de América. Bolívar muestra el espíritu de lucha nuestro americanista que hoy recorre la espina dorsal del Continente: la libertad y la soberanía de todos los pueblos de América.

Así se llega al 5 de julio. “El Congreso declara solemnemente la Independencia de Venezuela, «en el nombre de Dios Todopoderoso». En el Acta se lee: «Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y la autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias unidas son, y de hecho y de deben ser desde hoy, de derecho, Estados libres, soberanos e independientes y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o dijeren sus apoderados o representantes ...» El Acta, elaborada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi, fue aprobada el día 7 por todos los diputados, con la sola excepción del padre Manuel Vicente Maya, diputado por La Grita. Poco a poco la fueron firmando los representantes, hasta que el 18 de agosto se estamparon las últimas firmas. Es por esto que al referirse a la efeméride del 5 de julio no debemos decirse «día de la firma del Acta de Independencia», porque no es verdad. Lo correcto es: 5 DE JULIO. DECLARACION DE LA INDEPENDENCIA. Desde que el ilustre José Gil Fortoul llamó la atención acerca del hecho, es ya un lugar común, en la Historiografía Venezolana, afirmar que los célebres cuadros de Juan Lovera y de Martín Tovar y Tovar que representan "La Firma del Acta de la Independencia" no corresponden estrictamente a la realidad histórica, pues la firma del Acta no se llevó a cabo el día 5 de julio de 1811, sino en una fecha posterior. También arranca de comienzos de este siglo, entre 1906 y 1910, el debate - en el cual tuvo igualmente destacada intervención el historiador larense - acerca de si el Acta de la Independencia que se conserva en el Arca del Salón Elíptico del Palacio Federal en Caracas debe ser considerada como el original del documento o como una copia muy valiosa y auténtica, eso sí, del mismo.

A partir de este momento las contradicciones se extreman hasta alcanzar el máximo insoluble de la guerra civil. Comienza una guerra que, aunque representada en “españoles” y “venezolanos”, realmente se verificó entre patriotas e imperialistas. Venezolanos contra venezolanos, unos al servicio de la patria y otros al servicio de sus intereses y privilegios significados en la monarquía española. No otra cosa fueron las guerras acaecidas a lo largo de la Primera y Segunda Repúblicas, hasta el momento en que la mano y el talento del Libertador convirtieron la guerra civil en guerra de Independencia. Ese es el sentido profundo del tan incomprendido como denostado Decreto de Guerra a Muerte. “Españoles y canarios contad con la muerte…” La percepción suprema del Libertador al advertir el contenido de guerra de clases en todo aquel despropósito, animó y orientó el sentido de los decretos de 1816 y 1817 de Liberación de los Esclavos y “Confiscación y Repartimiento de Tierras”. ¡Tierras y hombres libres! No se le puede pedir al esclavo que luche por los intereses del amo que lo oprime. ¡Tierras y hombres libres fue la bandera de Ezequiel Zamora, años después, luego de enlodadas, traicionadas y arriadas las banderas de Bolívar. ¡Tierra y hombres libres! Es la bandera de la Revolución Bolivariana casi dos siglos después. Por eso hoy gritamos a voz en cuello…¡Bolívar vive, la lucha sigue!, porque aquella lucha es esta. Porque ya basta del secuestro de la historia por la burguesía depredadora.

¡Con Chávez más resteaos que nunca!

martinguedez@gmail.com



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Martin Guedez


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