Binóculo Nº 206

Kikirikí: 62 años cantando las verdades del pueblo

El 23 de febrero de 1958, salió a la luz pública el semanario Kikirikí. Y digo pública porque ya había visto la luz, pero en la clandestinidad, en 1955. Lo creó un quijote que no necesitó estudiar periodismo para saber que era periodista. Arturo Linero era el precursor, y el sucesor de la bohemia. Solo le faltó cantar para decir que, como los juglares de antes, narraba historias de pueblo en pueblo, las vividas y las escuchadas en sus andanzas.

Así, un buen día se fue a Argentina con mujer e hijos, pasando por varios países, en algunos preñando a la esposa. De tal manera que un hijo es argentino, otro boliviano y pueda que alguno brasileño. ¿Qué fue a hacer Arturo para allá, en tiempos tan difíciles? A hacer periodismo sobre el continente, a pelar bola, a pasar trabajo y ver a los hijos acostarse sin comer. Y así nomás volvió a Venezuela a continuar haciendo lo que amaba: el periodismo, la pintura, la poesía, escribir por sobre cualquier cosa, escribir.

En esa Valencia de entonces, de mitad de siglo pasado, Arturo se subía a un autobús para escribir un reportaje sobre Montalbán, por el que los explotadores de El Carabobeño le pagaban 20 bolívares en calidad de colaborador. Y el fervor por lo que hacía era tal que parte de ese dinero iba a pagar la impresión de su Kikirikí, aunque faltaran las puyas para completar el mercado y las luchas para comprar los zapatos de los muchachos. Todos pusieron una cuota de su vida en ese semanario. Hijo por hijo, cada viernes, o cada sábado, o cada domingo, o cuando hubiera dinero para imprimirlo, todos tenían que venir a doblar el periodiquito, el panfletico, las hojas impresas, la rudimentaria edición. Hasta arrechera le debieron tener a la publicación que a veces se llevaba sus estrenos de navidad o el plato de comida. Pero así era Arturo.

Es posible que sea uno de los hombres que más lamento no haber conocido. Viejos periodistas y personas de la época, aún vivos, me cuentan que era casi una estampa de la ciudad, verlo caminar con su flux, corbata a lazo, sombrero de pajilla, bastón y un manojo de su Kikirikí. Como hombre de esos tiempos, vivía siempre una contradicción entre el orgullo y la realidad. Por eso le costaba mucho cobrar por el ejemplar, al menos que los conscientes le retribuyeran para pagar lo que le había costado la impresión.

Américo Díaz Núñez, uno de los mejores periodistas que conocí, me contó que a mediados de siglo pasado en Venezuela había muchas galleras y que las peleas de gallos era parte de la cultura de los venezolanos, razón por la que el viejo Arturo escogió ponerle Kikirikí al periódico, en tiempos de la dictadura perezjimenista. Escogió como slogan "El gallo que canta las verdades del pueblo".

Cuando vine a Valencia, me tropecé con el semanario. Yo traía toda una experiencia del reporterismo, de hacer periódicos, semanarios, programas de radio y de televisión, y también una experiencia docente. Se notaba que había un esfuerzo para hacer bien ese semanario. Que fuera un periódico de izquierda de preferencia para todo aquel que se consideraba revolucionario. Ya el viejo Arturo había fallecido, y su hijo Guillermo, quizás por la admiración al padre, quizás por sus acciones quijostescas, decidió retomar el periódico. Ingeniero exitoso, Pdh en plásticos, profesor jubilado de la Universidad de Carabobo, Guillermo modernizó el periódico y buscó las mejores plumas del periodismo y la izquierda carabobeña para que le dieran forma y credibilidad al semanario más antiguo del país. Plumas como Américo Díaz Núñez, Jesús Raimundo Izquierdo, Gilberto Mora Muñoz, Ezequiel Aranguren, Fernando Márquez Arocha, Tar Vicente y otros han puesto su huella en ese vocero. Hasta este reportero aportó su pequeño granito de arena y aún escribe en Kikirikí.

Kikirikí es como una voz en el desierto. Este proceso le debe más de lo que supone. Es Kikirikí el creador de algunas de las frases más contundentes de este chavismo, como la de "Chávez somos todos". Cuando nadie se arriesgaba, una camionetica del semanario aupaba las grandes concentraciones en Yagua. A riesgo de todo, los reporteros hicieron de tripas corazón como los grandes aportadores del proceso en Carabobo y en el país. Acaba de titular que la gasolina costaría seis bolívares y así fue.

Como contraprestación, solo ha recibido maltratos, olvidos, ofertas engañosas, mentiras, ministros van ministros vienen, todos ofrecen y nadie da nada. Kikirikí sale con el pago de docente jubilado de Guillermo. Alguna vez se hicieron reuniones de medios alternativos comunitarios y se nombró como siempre a burócratas que nada saben de eso, quienes a final de cuentas asesinaron el proyecto. Hoy los medios alternativos no existen, no hay un alcalde, un gobernador, un gerente de empresa del Estado que haga un aporte, aunque sea pequeño con una publicidad para mantener estos medios de comunicación en la vida de los venezolanos.

No lo sé con certeza, pero es probable que Arturo haya muerto escribiendo un editorial para Kikirikí porque no vivía para él, vivía dentro de él. Guillermo debió reducir las páginas para mantenerlo vivo.

Kikirikí debería ser un patrimonio, sino del periodismo venezolano, al menos de Carabobo. Es, hasta donde tengo noticias, el semanario más viejo del país en circulación. Es, en sí mismo, un quijote, un juglar, se mantendrá cantando las verdades del pueblo, de aldea en aldea, siempre tras un sueño, quién sabe si para mantenerse más allá de sus propios hacedores.

Caminito de hormigas…

Patético. Yo no sé quién es Juan Arias y cuál es su influencia en el gobierno, pero al parecer es muy poderoso, porque habría que entender cómo fue durante diez meses el Comisionado Nacional para el rescate de las empresas confiscadas, y no rescató nada. El castigo es que ahora es nombrado Presidente de la Corporación de Industrias Intermedias de Venezuela (Corpivenza) y de paso Vicepresidente de la Corporación Nacional de quién sabe qué vaina. ¿Entienden por qué digo que ninguna de esas medidas tendrá éxito? … 30 palos cobran los defensores públicos en Carabobo por hacer cualquier gestión. Si la gestión es muy dura, cuesta 50 palos. Si el pobre diablo, es decir, el pueblo, no tiene el dinero, se jodió. Ellos alegan que deben darles su parte a los jueces. No lo sé. Por eso digo que la putrefacción está en todas partes.

 



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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