Estados Unidos: ¿es realmente el culpable de las crisis del capitalismo?

La forma más sencilla y, tal vez, más reducida y equivocada de analizar la economía mundial es llegar a la conclusión de que Estados Unidos es el culpable de todas las crisis capitalistas que se presentan en el mundo. Comencemos por una gran verdad irrefutable: Estados Unidos es un país de capitalismo altamente desarrollado, el más poderoso y armado del planeta, con el mayor dominio en el mercado mundial y, además, el más influyente en todos los espacios organizativos más importantes de carácter internacional (ONU y la OTAN). Sin embargo, Estados Unidos no es el capitalismo mundial, global, sino que el mundo entero, tanto el desarrollado como el subdesarrollado, se mueve dentro del contexto y las fronteras del modo capitalista de producción donde Estados Unidos resulta el país más prominente, chantajista y belicoso de todos.

El capitalismo, durante décadas, fue un modo de producción revolucionario, transformador que trajo al mundo importantísimos cambios y avances a la humanidad aun cuando, semejante a los modos de producción esclavista y feudal, continuó sustentándose en la explotación y la opresión de una clase sobre otras. ¿Qué sería del mundo actual si continuase viviendo bajo las garras del absolutismo político feudal y de las profecías de la Inquisición? Seguro, lo más seguro, es que entraran al reino de los Cielos primero los ricos que un kamelo y Jesús, con su cristianismo a cuesta, hubiese desparecido por completo del mapa mundi. ¿Y qué de Marx?, me preguntó un camarada que estaba presenciando lo que escribía. Le respondí así: ni siquiera hubiera tenido tiempo para dejarse crecer la barba.

La libre competencia o concurrencia entró en crisis cuando ya nada de su carácter revolucionario podía sostener, por lo cual, junto al desarrollo de las fuerzas productivas, la necesidad de crear grandes Estados nacionales y de expansionismo, hizo que triunfara la fase del monopolio económico que se conoce como imperialismo. Y como la historia es un proceso eterno de evoluciones y saltos, siempre hacia adelante y no hacia atrás, toda lógica implica que todo fenómeno, social o natural, nace, crece, se desarrolla, evoluciona, alcanza su climax, envejece y muere. Goethe lo sintetizó así: “Todo lo que nace es digno de morir”. Por eso, el régimen capitalista ha llegado al tope de su desarrollo, de sus contradicciones y su evolución ha preparado los cambios cuantitativos que exigen nuevos cambios cualitativos. De allí, que el capitalismo ha entrado y seguirá entrando en profundas crisis económicas que conducen a crisis políticas y hasta ideológicas, lo cual plantea una revolución que supere con creces las realidades capitalistas y se construya, sobre sus escombros y legado cultural, un modo de producción superior en todos sus aspectos en beneficio de la humanidad, el cual Marx denominó: comunista.

Es una verdad, irrefutable desde todo punto de vista, que las fuerzas productivas del capitalismo han entrado en contradicción irreconciliable con las relaciones de producción capitalistas y, por si fuera poco, con las fronteras nacionales de todos los países que conforman el planeta Tierra. Eso produce crisis, lo quieran o no Dios o el Diablo, los capitalistas o los socialistas, la burguesía o el proletariado, los políticos o los neutrales (ni-ni), el ser social o la conciencia social, los brujos o los incrédulos, los gobiernos o los anarquistas. De allí, podemos llegar a la conclusión: las crisis son inevitables en el capitalismo pero, por sí solas, no derrumban a un modo de producción, porque éste sigue contando con fórmulas para palearlas, superarlas formalmente sin que pueda encontrar la medicina que las cure de raíz.

¿Cuál es el elemento fundamental culpable de las crisis del capitalismo?

La respuesta es la más sencilla de entender pero, al mismo tiempo, es la más difícil de aceptar. Así como los enciclopedistas formaron las cabezas para la revolución burguesa de 1789, el marxismo ha formado las cabezas, como arma teórica, para la revolución socialista. Tal vez por ello sería que Marx sostuvo que cuando la teoría prende en la conciencia de las masas se hace práctica social, lo que Lenin supo traducir en otro lenguaje diciendo: sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario.

Hace décadas las condiciones materiales del capitalismo, desarrollo de las fuerzas productivas y de organización social, se encuentran aptas para proponerse la construcción del socialismo. Si se quiere existe una larga experiencia de lucha de clases por el derrocamiento del capitalismo, porque ya éste no representa ninguna alternativa de solución a los complejos problemas económico-sociales que padece el mundo entero y que repercuten desfavorablemente en la vida de la inmensa mayoría de la humanidad. Puede, incluso, en el capitalismo actual que la tecnología científica progrese pero eso no niega que las fuerzas productivas estén en declive en el sentido de empobrecer a la mayoría y enriquecer a la minoría, porque eso es el uso que le da la burguesía. De allí, téngase presente: sigue existiendo la posibilidad de instalarse un neorégimen fascista o nazista en países de capitalismo altamente desarrollado y de una guerra intercontinental cuando le toque patalear para intentar salvarse de su ahogamiento. Lo que realmente ha sucedido de esas experiencias, que han resultado grandes derrotas políticas para el proletariado y determinadas organizaciones revolucionarias, es que se han presentado dos horizontes específicos, que han concluido con las siguientes realidades: de un lado, una minoría de la vanguardia revolucionaria, enriqueciendo sus conocimientos y experiencias, ha continuado perseverando en el pensamiento revolucionario; y, de otra parte, la mayoría, fundamentándose en las derrotas del proletariado, ha decidido inclinarse por el pasado cuestionando la lucha y el pensamiento revolucionario, por lo cual termina exigiendo la búsqueda de “nuevas” verdades teóricas argumentando que el marxismo ha perdido vigencia histórica. ¿Acaso la extinta URRS no demostró lo último y lo primero?

La primera gran experiencia histórica de revolución proletaria, muy corta por cierto pero importante, fue la Comuna de París en 1871 cuando el capitalismo propiamente dicho no había cumplido un siglo de su gran triunfo en la Francia de 1789. Sépase, lo dijo Marx, la Comuna de París se derrumbó, entre otras cosas, por la carencia de solidaridad del proletariado europeo que vivía extasiado, en ese entonces, en los estrechos límites del burdo nacionalismo que se levanta como símbolo supremo en la lucha por la redención social. Existe otra mucho más importante en riqueza de conocimientos y experiencias: la revolución rusa, de octubre o proletaria de 1917 y que luego de siete décadas se derrumbó como si fuera un castillo de naipes. Y eso demuestra, quieran o no los ideólogos del capitalismo o los ortodoxos de otras tendencias del pensamiento social, queexiste la posibilidad real de un modo de producción superior al capitalismo. Sin embargo, como lo dice Trotsky, por ejemplo: que la “… concepción marxista de la necesidad histórica no tiene nada que ver con el fatalismo. El socialismo no se va a realizar <<por sí mismo>>, sino que será el resultado de la lucha de fuerzas vivas, clases y partidos. La ventaja crucial del proletariado en esta lucha reside en que él representa el progreso, mientras que la burguesía encarna la reacción y la decadencia”.

Vivimos una era donde como nunca antes las labores, los intereses y las fases de la economía se encuentran expresados de manera consciente y generalizado, es decir, concentrado, por lo cual debe entenderse y aceptarse que al penetrar en la esfera de la política, es ésta quien dirige. Por ello es de vital importancia que la política exprese las tendencias progresivas del desarrollo histórico. Eso significa que una política anticapitalista y por el socialismo tiene que reflejar el estudio y análisis sobre las formas de propiedad sobre los medios de producción y, además, las relaciones entre las clases sociales. Nadie como el proletariado y su vanguardia política están en la necesidad o en la obligación de tomar las riendas de las luchas políticas de este tiempo no sólo para derrocar al capitalismo, sino para imponer un nuevo régimen de transición que conduzca de manera inequívoca al socialismo.

Aquí viene el meollo de la esencia de quién es el verdadero culpable de las crisis del capitalismo actual.

Bien, sabemos que las crisis económicas actuales nacen de la propia entraña de las realidades del capitalismo. No puede ser de otra manera. Pero culpar al capitalismo de esas crisis, aunque siendo cierto, resulta una abstracción que no nos conduce a ninguna parte. ¿Por qué? Simplemente porque el capitalismo está conformado no por ríos, montañas y estrellas sino por clases sociales (y éstas por seres humanos) con intereses económicos, políticos e ideológicos contradictorios y –fundamentalmente- antagónicos, donde la minoría resulta apropiándose de la mayor parte de la riqueza para que la mayoría se distribuya la pobreza. Está harto demostrado que son dos clases sociales las fundamentales en el capitalismo con visión de mundo realmente opuestas: la burguesía y el proletariado. Así como a la primera le correspondió el papel protagónico en la lucha de clases para derrocar al feudalismo y hacer progresar la historia humana imponiendo el capitalismo, a la segunda le compete el papel gestor de un nuevo mundo emancipado de toda explotación y opresión de clases, que comienza con el socialismo.

Y si ya el capitalismo altamente desarrollado ha creado las condiciones materiales para la construcción del socialismo la culpabilidad de las crisis capitalistas debemos encontrarla no en el sistema de las desigualdades y las injusticias inherentes al modo de explotación y opresión de la burguesía sobre el proletariado, sino, en primer lugar y es lo esencial y con todo el respeto que se merece, en la indecisión, en el conformismo o resignación, en la ausencia de organización de vanguardia política, en la falta de asumir teoría revolucionaria –precisamente- del proletariado de los países capitalistas imperialistas; es decir, en la crisis de dirección revolucionaria de la clase obrera del capitalismo desarrollado que no ha roto aún con el retrógrado concepto del nacionalismo fronterizo. Si la revolución, por ejemplo y tal como lo soñaron Marx y Engels, triunfase en las naciones de capitalismo altamente desarrollado, dando inicio a la transición del capitalismo al socialismo, el resto del mundo, por una u otra vía, entraría en el túnel donde nacen y lucen las luces para toda la humanidad. Es sorprendente, por ejemplo, el atraso político del proletariado estadounidense y eso se debe a un régimen de vida que lo mueve en el contexto de los placeres de la pequeña burguesía, a su falta de actitud solidaria, a su costumbre de un aceptable estándar de vida y a su apego a los recuerdos del pasado. No olvidemos que Estados Unidos ha sido la única nación del planeta que saltó del esclavismo al capitalismo sin sufrir las amarguras del feudalismo. Cuando ese proletariado rompa con todos los hitos que lo hacen vivir en el conformismo social, no habrá barrera que lo detenga en la consecución de sus propósitos.

En segundo lugar, no menos importante, la culpabilidad de las crisis del capitalismo debe hallarse en el proletariado de esa cantidad de países subdesarrollados –acólitos del imperialismo- envuelto en contradicciones internas secundarias y que sigue esperando que un día la revolución caiga victoriosa y sublime del Cielo o se la realice, de manera exclusiva, un determinado partido político socialdemócrata o socialcristiano. Sin embargo, la gravedad de las crisis económicas del capitalismo conducirá, a ese proletariado, más rápido que a los de naciones altamente desarrolladas a asumir su rol protagónico de hacer la revolución socialista. Cando, por ejemplo, la revolución triunfe en numerosos países subdesarrollados y se enfrente como un solo bloque a los designios del imperialismo, se darán las condiciones de estímulo para impulsar la lucha revolucionaria del proletariado del capitalismo avanzado. ¿Por qué? Simplemente porque lo que verdaderamente caracteriza a un proceso revolucionario es la participación activa de las masas bajo la orientación de su vanguardia política. En fin: la historia de las revoluciones será siempre, por encima de todo, la historia de la rebelión y de la locura creadora de las masas en el gobierno de sus propios destinos, como lo decía un notable revolucionario del siglo XX. Tal vez por ello, Trotsky nos dice, que sólo “… estudiando los procesos políticos sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel de los partidos y los caudillos que en modo alguno queremos negar. Son un elemento, si no independiente, sí muy importante, de este proceso. Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor”.

Desprendiéndose de todo lo dicho anteriormente, y valga la cuña, el llamado a una V Internacional es tan válido como urgente la necesidad de que elabore políticas revolucionarias que sean de obligatoriedad para todas las organizaciones, partidos, Estados y gobiernos que la asuman como guía organizativa de discusión, estudio, meditación y reflexión para impulsar y hacer la revolución proletaria o socialista. Pero es fundamental, también, recoger todas las experiencias y enseñanzas de las cuatro anteriores Internacional de manera que se ilustre y se alumbre el camino que va a recorrer la V Internacional. Nadie como el marxismo lo ha estudiado y analizado legándonos una gran riqueza de conocimientos y de experiencias.



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Freddy Yépez


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