La pandemia que no cesa

La reavivación de los contagios en otros países europeos que, por otra parte, era previsible desde el principio dadas las extrañas condiciones en que se declaró la pandemia y el probable origen artificial del virus, confirma la idea de que estamos ante una pandemia prefabricada, de un virus de laboratorio que fue activado para que trabaje de manera similar a la carcoma en la madera. La ola o brote producidos en las dos últimas semanas en Alemania, Austria y Francia de los que se nos da noticia, refuerzan la convicción de que no estamos ante un virus natural. Pues todo virus natural, hasta donde sabemos siempre fue sensible a las estaciones del año y a los cambios de altitud, de temperatura o de humedad. Una u otra acaban con él. Sin embargo éste, después de millones de años de existencia de los virus en la Tierra, se muestra absolutamente inmune frente a esas condiciones. Por lo tanto no es dudoso, es imposible que este virus sea natural. La mano del ser humano está detrás…

Por otro lado, creer o no en algo que no vemos, sólo depende de la confianza o desconfianza de cada cual en los médicos y en los laboratorios. Del mismo modo que la creencia o no en la existencia de un Dios, aunque no necesariamente, depende de la creencia o no de cada cual en un soporte religioso, en los sacerdotes y en la Curia. En todo caso, la hipotética realidad de este virus rarísimo responde a una convención, como una Bula papal para el católico: la declaración solemne de una Organización privada.

El caso es que a partir de dicha declaración, aquel día de Marzo de 2020 de repente se observa que médicos-brujos de la epidemiología y de la industria farmacéutica se adueñan del poder político a través de la superestructura sanitaria de todas las naciones. Lo que provoca un impacto colosal en la vida de las personas; un impacto que va mucho más allá del que causa en sí misma la repentina y "nueva" enfermedad. Entonces, un asunto de salud pública, presentado como de gran envergadura y gravedad, paralizados los gobernantes como lo está el jefe de una tribu por el poder psíquico del chamán, es tratado por el poder político de todos los países a golpe de histerismo y mediando una muy desequilibrada proporción. La desproporción entre dos factores: por un lado, el número de los fallecimientos por la hipotética causa del virus, y por otro, los estragos gigantescos colaterales que las medidas restrictivas y coercitivas políticas provocan en la población que, aparte la ruina económica de muchos, disparan enfermedades nerviosas y una mayor frecuencia de otras orgánicas.

En todo caso no se puede dar crédito a lo que se está viendo en todas las televisiones públicas y privadas a partir de aquel día de marzo: primero, las televisiones no lo reducen a los informativos, que hubiese sido lo prudente, sino que extienden la alarma a lo largo de los meses, día y noche, las veinticuatro horas del día en la mayor parte de los programas. Lo que hubo de desencadenar pánico en la población. El miedo cerval al contagio se palpa en el ambiente. Un miedo que, como es sabido, provoca justo la pérdida automática de las autodefensas. A su vez en la población, sobre todo la población anciana, presa de las constantes noticias televisivas sobre el virus y sus efectos, se acrecienta el pavor, por el tono estridente empleado por los comunicadores de los medios. Lo que provoca que multitudes se lancen al centro de salud más cercano en cuanto les ataca el más mínimo absceso de tos o les viene el primer estornudo. ¡Cómo no se habrían de saturar los centros de salud si las propias voces en directo de los comunicadores hacían temblar! Así, la estampa de la situación era: el estado de alarma oficial se convertía en alarmismo escandaloso, y los gobernantes se habían sometido a unos epidemiólogos concretos, a una organización privada de salud y a los Laboratorios todopoderosos del mundo.

La falta de perspectiva y de previsión sobre las consecuencias para la salud individual en otros aspectos que había en las medidas adoptadas, hacía ver que gobernantes y epidemiólogos ponen todos los huevos en el mismo cesto: erradicar a cualquier precio y cuanto antes una enfermedad respiratoria, sin tener en cuenta para nada otras consecuencias. Desde el principio el estado de alarma declarado a su vez por el gobierno español es interpretado por policías y sanitarios de toda clase de una manera casi violenta en Comunidades Autónomas y principalmente en Madrid; un estado, que tal como fue tratado durante meses, más bien parecía de guerra, un casus belli. En otras naciones se actúa con mayor prudencia, como en los países nórdicos. El manejo de la situación en España, tampoco es el mismo en unas Autonomías y otras, como tampoco en unos países y otros. Si bien todos los gobiernos parecen manifiestamente sometidos. Desde entonces hasta hoy el mundo, al menos europeo, gravita como un satélite alrededor de un planeta, en torno a una enfermedad que causa no muchos más fallecimientos a lo largo de los veinte meses transcurridos que otras enfermedades, y desde luego por debajo de las cardiovasculares y el cáncer. La enfermedad vírica, precedida de la sospecha de obedecer a un virus no natural, se anunciaba como un mal con una alta probabilidad de ser intermitente y recurrente a lo largo del tiempo. Como así está siendo.

Tras dicha declaración en España, las medidas se centran ante todo en no permitir a la población salir de casa salvo el tiempo imprescindible para comprar lo indispensable; en obligar a todo el mundo a llevar una mascarilla y a mantener distancias que varían según pasa el tiempo. Una medida que deriva más tarde en una estupidez cuando se permite entrar en restaurantes y Cafés. Pues al permanecer sin mascarilla durante el tiempo de la consumición, en el caso de haber un solo contagiado eso es suficiente para exhalar el virus que porta éste en la atmósfera del local. Llama la atención, por otra parte, que semejantes medidas no fuesen acompañadas de recomendaciones saludables a la población, que hubiese sido lo natural. Como, según los recursos de cada cual, procurarse una alimentación equilibrada en la que predominen alimentos anti virales para reforzar las autodefensas orgánicas, el sistema inmunitario personal, en definitiva mayor inmunidad. Pues bien, todos estos supuestos o calculados "errores" estratégicos del poder médico y político, y semejante falta absoluta de tacto, bajo varios puntos de vista y desde luego del octogenario resultaban muy graves. Tan graves que en lo sucesivo provocan en buena parte de la población una marcada desconfianza en los gestores, tanto políticos como sanitarios. La prudencia había brillado por su ausencia. Y la prudencia del dirigente, en una situación extraordinaria, es un imperativo cívico, moral y de pura inteligencia, tanto en un estado de alarma como en un estado de guerra.

Se dice que en la ocasión insegura se conoce al amigo seguro. En la situación excepcional se conoce al gobernante. Pues bien, los gobernantes de todas partes, o todos son incompetentes, o todos están atados de pies y manos por el poder omnímodo de la industria farmacológica mundial, o se hicieron cómplices de una confabulación contra la humanidad con objetivos pendientes de despejar. En cualquier caso, y por supuesto, todo lo dicho tiene que ver mucho con un principio rector de la conciencia, cual es que la sabiduría tiene mucho más valor que el saber y que todos los saberes…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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