Esta «guerra» tiene rostro de mujer

Pensemos en cada enfermera, auxiliar, médica, limpiadora, cuidadora mientras aplaudimos en nuestro balcón a las ocho de la tarde

Enfermeras, limpiadoras, cuidadoras de mayores, auxiliares, técnicas, internistas, cajeras. No cuesta mucho percatarse de que en esta ‘guerra’ del coronavirus son quizá las mujeres quienes más están luchando en primera línea de fuego, peleando cuerpo a cuerpo contra el enemigo. Y esto es una novedad en tiempos de ‘guerra’, con comillas porque habría mucho que discutir sobre la conveniencia de emplear terminología bélica para relatar la pandemia. En todo caso, dado que el uso de esta jerga se ha impuesto, resulta interesante destacar la inmensa cantidad de mujeres en el campo de batalla de esta contienda. Por supuesto, también hay mujeres y no mujeres dejándose la piel en la retaguardia y en infinidad de sectores implicados en acabar con el coronavirus: investigación, gobierno, transporte, policía, ejército, fábricas, distribución, etc. Pero esta vez, en esta guerra mundial vírica, resulta elocuente el número de ellas enfrentándose cara a cara con el adversario, respirando su aire contaminado, jugándose el pellejo. De hecho, una enfermera del País Vasco de 52 años ha sido la primera víctima del sector sanitario tras dar positivo en Covid-19.

Muchas de estas luchadoras, como era de prever, tampoco cobran los justo, pero esta característica no resulta llamativa ya que a los menos privilegiados siempre les toca hacer de lo mismo, de carne de cañón. Lo destacable desde una perspectiva militar es que ellas puedan ser mayoría en el frente. ¿Destacable por qué? Destacable uno: porque nunca había sucedido a pesar de que ya lucharon en las guerras griegas de Esparta y Atenas en el siglo IV a. C., en el asedio de Constantinopla en 626 y en las dos Guerras Mundiales. Y destacable dos: porque los heroísmos de las mujeres suelen desaparecer con demasiada velocidad de la Historia una vez acabada la contienda. ¿Pretendo hacer de menos a nuestros guerreros? No. ¿Se debería erigir un monumento a quienes combaten en esta batalla? Dada la insistencia en el heroísmo del cuerpo sanitario tampoco estaría mal. Ya se verá. En todo caso y de momento, dejemos constancia del hecho. Pensemos en cada enfermera, auxiliar, médica, limpiadora, cuidadora mientras aplaudimos en nuestro balcón a las ocho de la tarde. Están dando la cara por nosotros —y sin mascarilla— en esta guerra cuyo enemigo invisible se inspira y puede que expires. En esta guerra que, seamos conscientes, ya no consiste en matar sino en cuidar, sanar, limpiar, alimentar. En salvar vidas. El campo de batalla son ahora los hospitales, las residencias de ancianos, los hoteles y los parques feriales convertidos en estancias médicas dada la saturación de personas enfermas y la tenacidad del rival coronavírico.

Miro las cifras del 3 de abril. Se han infectado más de 17.000 personas del sector sanitario en todo el territorio español, un 14,6 por ciento del total de contagios, y una de las principales causas ha sido el contacto con pacientes debido a la carencia de equipos de protección individual: mascarillas, batas, guantes, gafas. Se hacen delantales con bolsas de basura. Tampoco hay respiradores para las personas enfermas. No hay test de detección.

¿Están yendo a la guerra sin armas ni escudos?

Miro las últimas cifras del INE y en 2018, el 68 por ciento de todos los y las profesionales sanitarios colegiadas fueron mujeres. Un porcentaje que se dispara en Enfermería, donde alcanzaron el 81 por ciento: guerreras: primera línea de fuego.

El porcentaje de mujeres cuidadoras de mayores y limpiadoras salta a la vista y los contagios se disparan entre ellas. Casi la mitad de las empleadas de limpieza de los hospitales de Madrid está infectada o aislada. En las plantillas de residencias de mayores de Cataluña se han cifrado más de 3.000 contagios.

¿Heridas de guerra?

Tomo el título de este artículo de una variación del libro de la escritora, periodista y Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich La guerra no tiene rostro de mujer. En él, Alexiévich hace hincapié en que casi un millón de mujeres combatió en las filas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, pero su historia nunca fue contada. Ellas regresaron a la vida doméstica y no volvieron a hablar de la guerra o lo hicieron entre amigas y en voz baja. Alexiévich recoge los estremecedores testimonios de estas francotiradoras, instructoras sanitarias, zapadoras, comandantes de cañón antiaéreo, tiradoras de ametralladora, etc. «No se ha relatado la guerra femenina sino la masculina —dice la Premio Nobel—. En lo que narran las mujeres no hay lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen. Los relatos de mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana». Tan inhumana esta vez como verse en la obligación de sostener la mano de gente enferma, en especial anciana, a la que se deja morir por falta de recursos. Tan humana.

Con la resonancia del texto de Alexiévich en mi cabeza, repaso algunos vídeos protagonizados por personal sanitario femenino, subidos a las redes estos días de contienda. En uno de ellos, una enfermera joven de ojos como faros al borde de las lágrimas exige que no salgamos de casa y que miremos su cara entumecida y amoratada tras diez horas de trabajo con un equipo de protección por el que además da las gracias ya que «esto que viene es muy gordo. No hay camas, no hay respiradores, no hay personal, no hay equipos de aislamiento». No hay miedo a llorar.

A veces me recuerdan a los liquidadores de Chernóbil que desinfectaron la central nuclear radiactiva con trajes de chichinabo y a veces, cuando salen del hospital tras largas jornadas, los moratones que el equipo de protección dibuja en sus rostros parecen pinturas de guerra. Sí. De esta guerra no guerra.

En otra grabación, dos mujeres que trabajan en un hospital gaditano cantan con gracia andaluza cómo desinfectar con lejía las estancias para no contaminar al siguiente turno. «La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio», dice Alexiévich. También sus canciones. Y sus bailes, como la interpretación de Single ladies, de Beyoncé, en un vídeo glorioso: pura vitalidad. «Ellas hablan de la parte no heroica de la guerra», afirma la escritora bielorrusa. ¿Pero qué es un héroe? Un héroe es una «persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble», según el diccionario. Y sorprende esta definición tan alejada de ‘supermanes’ y de monumentos ecuestres soberbios. ¿Habíamos olvidado la abnegación como condición del héroe? ¿Y el buen humor? ¿O es que tal vez la causa noble no sea matar sino curar, cuidar, limpiar, atender, escuchar, hacer felices, salvar vidas?

Salvar vidas a capa y espada.

No.

Salvar vidas a mascarilla y respirador.

De ahí que la imagen de estas heroínas pintada por el artista Franco Rivolli, convertida en símbolo en Italia, suscite sensaciones ambivalentes. Se trata de una enfermera con alas, de una enfermera-ángel acunando maternalmente la silueta de una Italia envuelta en la bandera del país. Una imagen popular y deliciosa. Pero una imagen también demasiado contemplativa y espiritual dado el ímpetu, la energía, la acción y el valor puestos en marcha por estas luchadoras a quienes yo veo más bien como a la teniente Ripley de la película Alien. Con equipo de protección y respirador en mano, combatiendo al bicho que se coló en la nave por no cumplir la cuarentena.

Venga, ahora con los pies en la tierra. Ángeles no. Tenientes peliculeras tampoco. Mujeres. Humanas. Mortales.



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