Camaradas: está llegando la hora del estatismo y el nazismo

Sin duda, la historia jamás, hasta ahora, ha marchado en línea recta. Los poderosos factores económicos, esencialmente y expresados en la ley del desarrollo desigual, hacen que los zigzag, los flujos y reflujos, los movimientos acelerados y los de estado de reposo, actúen como duendes en muchas cabezas que dirigen Estados, partidos políticos, sindicatos, gremios y hasta de personas moldeando comportamientos. Unos pocos países crecieron, se desarrollaron y se enriquecieron a costilla de muchas naciones que fueron colonizadas, explotadas y saqueadas. Qué bello sería que al grito mismo de libertad de una inmensa mayoría social el sueño se hiciera luz como realidad de vivencia. La historia en nada se da de abrazo con la utopía, porque no cree en los milagros que nacen de las supersticiones. La historia son hechos concretos, son masas de pueblos concretas, son personajes concretos; es decir, hasta ahora (salvo un período de la comunidad primitiva) es la historia de la lucha de clases en diversas dimensiones y, en última instancia, son los factores económicos los que deciden sin excluir la influencia de los elementos superestructurales en el destino del mundo. La política será, hasta el triunfo completo del comunismo, economía concentrada.

El mar de contradicciones que hacen girar y andar este mundo al revés y patas arriba, tiene a unas como principales, otras como secundarias pero siempre habrá una en especial que será la fundamental en un determinado período de la historia del género humano y, por ahora, de la lucha de clases. El mundo está cambiando. Eso es cierto y no reconocerlo sería quedarse rezagado ante los acontecimientos o como nadar en contravía a las corrientes que pugnan por el predominio del cauce principal de la lucha de clases. Camarón que se duerme, lo dice un dicho muy popular, se lo lleva la corriente como quienes no les gusta escuchar consejos, no llegan a viejos.

Ante hechos nuevos, tal como está aconteciendo en el mundo, el imperialismo –esencialmente- busca insertarse en el refugio de los conceptos viejos. Pero esa relación, no poca veces, se produce igualmente en las fuerzas políticas de la izquierda en cualquier lugar del planeta y, especialmente, cuando la dirigencia revolucionaria es de edad muy avanzada o senil. Los hechos que han conmovido y siguen conmoviendo a la opinión pública mundial y mantienen a los gobiernos imperialistas muy preocupados, tienen como epicentro neurálgico el Medio Oriente, algunos países islámicos no árabes, otros en el Africa y manifestaciones gigantescas en Europa y Estados Unidos contra el militarismo e intervencionismo imperialista en los asuntos internos de otras naciones o como indignados ante tantas injusticias y desigualdades sociales que imperan afectando a las mayorías de la población del planeta. Algunos sucesos buscan derrocar gobiernos o monarquías que niegan, incluso, los más elementales derechos políticos o democráticos burgueses a sus propios pueblos; otros, plantean reparto del poder político; unos, que estimulan la caída de gobiernos que se pronuncian por el socialismo (casos Libia –ya conocido su resultado-, Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua); y no faltan, quienes propician el derrumbe de gobiernos bonapartistas que al sentirse con la soga al cuello, ahorcándolos, se abanderan del antiimperialismo pero no dejando de amar al capitalismo mientras aborrecen el socialismo (caso Siria).

Si aceptamos esa realidad como una manifestación de cambios en la situación mundial –en general- y en varios países –en lo particular-, debemos entender que esos acontecimientos se dirigen en dos direcciones fundamentales:  

  1. Se evidencia en que el proletariado mundial se está mostrando incapacitado para asumir su rol en tomar las riendas de la lucha política, en este momento de la historia de la lucha de clases por diversos factores, para conducirla hacia la toma del poder político y, al mismo tiempo, no podrá evitar, de esa manera, que los imperialismos continúen haciendo sus guerras contra otras naciones para asentar su predominio casi absoluto en la globalización capitalista salvaje.
  2. En vista de lo anterior y es lo más seguro, que se desarrolle un estamento oligárquico y político-burocrático de tendencia nazista o fascista en los países de capitalismo altamente desarrollado como en los subdesarrollados la tendencia al bonapartismo.

El mundo actual se caracteriza por la profunda contradicción (insalvable para el capitalismo) entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas y con la existencia de fronteras nacionales. Eso hace, como lo comienza a exigir este momento ante la ausencia o crisis de dirección revolucionaria de un proletariado mundial en su mayoría adormecido y resignado al reformismo económico capitalista, que el Estado imperialista intervenga sobre los fundamentos de la propiedad privada para garantizarle a ésta su supremacía en la vida económicosocial. Eso es estatismo y no capitalismo de Estado. Y aquél significa, lo dice el camarada León Trotsky, “… en trasladar las cargas del sistema agonizante de los más fuertes a los más débiles. Salva del desastre a los pequeños propietarios, únicamente porque su existencia es necesaria para el sostenimiento de la gran propiedad. El estatismo, en sus esfuerzos de economía dirigida, no se inspira en la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas, sino en la preocupación de conservar la propiedad privada en detrimento de las fuerzas productivas que se rebelan contra ella. El estatismo frena el desarrollo de la técnica, al sostener a empresas no viables y al mantener capas sociales parasitarias: en una palabra, es profundamente reaccionario”. Y eso requiere de un Estado nazista, que no siendo propietario de los medios de producción, pero sí un intermediario entre los capitalistas, sea capaz de conservar la jerarquía social y que garantice la explotación a la mano de obra asalariada. El nazismo es un arma potente y explosiva en manos del poderosísimo capital financiero.

Incluso, para los ciegos es demasiado evidente la lucha, unas veces solapada y otras abiertamente, entre los Estados imperialistas y sus supermonopolios económicos por espacios vitales para sus capitales, sus producciones y sus distribuciones, lo cual los conduce a la aplicación de políticas de anexiones y pillaje. El nazismo o fascismo es la mayor prueba de la voluntad de poder, de dominación y saqueo de los grandes capitales imperialistas. De allí, como lo dijera el camarada Trotsky, que el fascismo (o nazismo) es un producto químicamente puro destilado por la cultura imperialista.

Vivimos, igualmente, un tiempo de marcada decadencia de sectores medios de la sociedad en los países capitalistas altamente desarrollados. La concentración o desglobalización de capitales conduce a que los sectores medios vean reducida su participación en la producción y en los beneficios de la renta nacional; las pequeñas y medianas industrias se han ido convirtiendo en un simple simbolismo de labor insostenible y de pobreza insoportable. Ya no gozan de independencia como antes, porque no tienen acceso alguno a espacios de competencia, debido a que el dominio de los supermonopolios en el mercado no lo permiten. Es la época de grandes crisis del capitalismo por lo cual los sectores medios dependen mucho más de los grandes capitalistas que de los proletarios para que le produzcan riqueza económica. Al producirse su degradación social, se desesperan y allí está el mejor caldo de cultivo para el triunfo del nazismo o del fascismo.

El capitalismo ha entrado en una sucesión de crisis no alejada una de la otra y siempre en forma creciente, lo cual obliga a las potencias imperialistas a la búsqueda de nuevos mercados, materias primas y espacios vitales y eso implica guerras catastróficas. La penetración de la India y de China en el mercado mundial, la compra por la segunda de las deudas al país más poderoso e influyente del planeta, no hace más que alargar las uñas del imperialismo en busca de salidas violentas por la conquista de espacios vitales para palear sus crisis. Pero ya éstas, sean parciales o generales, no traerán más crecimiento, desarrollo y riqueza al capitalismo. Parodiando a un notable marxista pudiéramos decir que el progreso humano lo ha detenido el capitalismo y se le ha convertido, sólo para él, en un callejón sin salida. El socialismo es la única alternativa para superarlo y hacer andar progresivamente al género humano.

El fascismo o nazismo es lo que le queda de alternativa al capitalismo altamente desarrollado para poder sostener su desglobalización imperialista capitalista salvaje como la globalización del capitalismo subdesarrollado durante las venideras décadas. Fundamentan su programa de dominación, para un futuro no muy lejano, en la liquidación de las organizaciones proletarias, en el aniquilamiento de las reformas sociales y en la negación de los derechos políticos o democráticos. El fascismo o nazismo, lo dice Trotsky, “… legaliza oficialmente la degradación de los trabajadores y la depauperación de las clases medias en nombre de la salvación de la <nación> y de la <raza>, nombres presuntuosos bajo los que se oculta al capitalismo en decadencia”.

El mundo, tal como está hoy día, lo predijo Marx hace más de siglo y medio cuando señaló: “Al mismo tiempo que disminuye constantemente el número de los magnates del capital crecen la masa de la miseria, la opresión, la esclavitud, la degradación, la explotación: pero con ello crece también la revuelta de la clase trabajadora, clase que aumenta siempre en número, disciplinada, unida, organizada por el mismo mecanismo del proceso de la producción capitalista...”

¿Pero qué nos dice el camarada León Trotsky, uno de los más grandes y objetivos estudiosos del fenómeno del fascismo y el nazismo, de los factores o elementos que hacen posible la instauración de un régimen de esa naturaleza en el mundo y que eso sigue teniendo vigencia en la actualidad? Lo siguiente: “Tanto el análisis teórico como la rica experiencia histórica del último cuarto de siglo demostraron con igual fuerza que el fascismo es en cada oportunidad el eslabón final de un ciclo político específico que se compone de lo siguiente: la crisis más grave de la sociedad capitalista; el aumento de la radicalización de la clase obrera; el aumento de la simpatía hacia y un anhelo de cambio de parte de la pequeña burguesía urbana y rural; la extrema confusión de la gran burguesía; sus cobardes y traicioneras maniobras tendientes a evitar el clímax revolucionario; el agotamiento del proletariado; confusión e indiferencia crecientes; el agravamiento de la crisis social; la desesperación de la pequeña burguesía, su anhelo de cambio; la neurosis colectiva de la pequeña burguesía, su rapidez para creer en milagros; su disposición para las medidas violentas; el aumento de la hostilidad hacia el proletariado que ha defraudado sus expectativas. Estas son las premisas para la formación de un partido fascista y su victoria”. ¿Acaso todos o varios de esos elementos no se están produciendo en la realidad, por lo menos, en Europa y hasta en Estados Unidos como en Rusia?

 Y agrega para que no nos quede duda, lo siguiente: “En la medida en que el proletariado se muestre incapaz, en un momento determinado, de conquistar el poder, el imperialismo comienza a regular la vida económica con sus propios métodos; es el mecanismo político, el partido fascista que se convierte en el poder estatal. Las fuerzas productivas se hallan en irreconciliable contradicción no sólo con la propiedad privada sino también con los límites estatales nacionales. El imperialismo es la expresión de esta contradicción. El capitalismo imperialista busca solucionar esta contradicción a través de la extensión de las fronteras, la conquista de nuevos territorios, etcétera. El estado totalitario, subordinando todos los aspectos de la vida económica, política y cultural al capital financiero, e el instrumento para crear un estado supranacionalista, un imperio imperialista, el dominio de los continentes, el dominio del mundo entero”. ¿Acaso no son las instituciones financieras monopólicas las que están determinando, a través de la economía de mercado, el comportamiento de lo Estados y hasta de las sociedades en Europa?

En fin, aceptando la diferencia entre fascismo y nazismo que nos han aportado los grandes estudiosos de la materia, por el primero se tiene como identificación la muerte o el asesinato por el método de la tortura terrorista para atemorizar y resignar a la población a los designios a su poder político; y por el segundo la salvación (heil) y terapia por el método del exterminio de una especie humana para curar (heilen) a la sociedad de seres inferiores y así mantener el predominio de la raza pura sobre las demás. Empero, un régimen que torture hasta la muerte a sus víctimas y otro que crema a sus víctimas sin torturarlas antes físicamente, no es mucha la diferencia de criminalidad entre uno y el otro. Son regímenes totalitarios, despóticos, bárbaros, salvajes y crueles. Así son el fascismo y el nazismo. Y si uno de esos dos regímenes triunfa en países capitalistas desarrollados, cosa que será casi inevitable antes de que el capitalismo sea completamente derrocado y destruido, tengamos por seguro que en la mayoría de las naciones subdesarrolladas vencerá el bonapartismo como aliado esencial de aquel. Eso sólo lo evitaría el triunfo de la revolución proletaria en la mayoría de los países subdesarrollados o en varias, de las pocas que existen, naciones de capitalismo imperialista. De lo contrario, habrá catástrofes muy costosas para la humanidad y para la naturaleza.

En 1906, el camarada Jack London vaticinó en su obra “El talón de hierro”, tres décadas antes, las insurrecciones proletarias pero, igualmente, el triunfo del fascismo sobre la clase obrera. Hoy, para dentro de poco tiempo, se vislumbra la victoria temporal del fascismo o del nazismo pero, asimismo, nada podrá evitar las rebeliones proletarias aplastando y venciendo los obstáculos que le dificultan, actualmente, la construcción del socialismo. Los pueblos del mundo están en el deber de prepararse para la lucha no sólo para que pueda evitar el éxito del nazismo o fascismo sino, también, para hacer realidad el mundo nuevo posible que comienza con el socialismo sustituyendo al capitalismo. El auge que está teniendo la tendencia fascista o nazista en Europa y en Estados Unidos representa ese peligro inminente de grandes hecatombes sociales que no será posible medir, por ahora, los costos en deterioro de la naturaleza como en exterminio del género humano. Grecia nos está dando de bofetadas en la cara siendo una de las naciones menos altamente desarrollada de capitalismo. El nazismo helénico, como lo han denominado algunos analistas, es el reflejo fiel de la influencia de tendencias políticas e ideológicas foráneas, llegadas de naciones de cultura capitalista desarrollada (alemana, francesa, inglesa y estadounidense) fundamentadas en el espíritu del intervencionismo de conquista o expansionismo como fuente de superar sus devastadoras crisis económicas.

El proletariado –especialmente de los países imperialistas- tiene el primer turno de la palabra en el combate de clase por el socialismo. Eso no significa que el proletariado de las naciones subdesarrolladas tenga que esperar que el cadáver del imperialismo pase, frente a sus ojos, sobre los hombros de pacifistas y filántropos de toda especie. Si está llegando la hora del estatismo y el nazismo, pues, hagamos que se adelante la hora de las revoluciones proletarias. No le busquemos, en este tiempo, sucedáneos al socialismo -como régimen económicosocial- ni al marxismo –como arma teórica de la revolución proletaria-. Lo que sucedió en Honduras y lo que aconteció en Paraguay no es bonapartismo propiamente dicho en naciones subdesarrolladas, pero sí el grito desgarrador de criaturas de lo que espera a los pueblos que no se deciden por el destino redentor de este tiempo.



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Freddy Yépez


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