Fidel: y las guerras anacrónicas

Estábamos un grupo de camaradas analizando aspectos de la campaña electoral que culminó el 26 de septiembre y tratando de precisar, por regiones, la correlación de fuerzas, cuando alguien dijo “Está hablando Fidel”. De forma voluntaria o automática, sin que nadie lo propusiera, todos corridos a ponernos frente al televisor. El camarada y siempre comandante en jefe Fidel Castro, a quien admiramos y respetamos hasta un punto sin límite ni fin, estaba hablando sobre las guerras anacrónicas. Inmediatamente, regresamos a continuar con nuestra reunión.

Lo cierto es que uno de los camaradas, al escuchar a Fidel, quedó como estupefacto, anonadado, petrificado, como el boxeador que ganando el combate recibe, de pronto, un golpe que lo deja sin aire y desea que suene la campana para recuperarse. El camarada dijo: “Parece que Fidel está terminando sus días como bernsteniano”. Y eso nos preocupó a todos los presentes, lo cual generó una discusión estando la inmensa mayoría en desacuerdo con el criterio del camarada. La aplastante mayoría de los pocos que estábamos presentes en la reunión, decidimos que debía irse al texto original del discurso de Fidel para sacar de allí la conclusión definitiva sobre lo dicho por el comandante en jefe.

Pero antes hicimos algunas conjeturas, simplemente conjeturas. Dijimos que ningún político de izquierda y, mucho menos, marxista, debe considerar la guerra del pueblo de Irak o la del pueblo afgano (por muchas divisiones o tendencias internas en ambos pueblos) como anacrónica. Pensar que Fidel crea que alguna o las dos hayan sido o sean guerras anacrónicas, sería como desconocer completamente su pensamiento; sería como creer que Fidel haya dejado de creer que ya no existe lucha de clases en el mundo; sería como pensar que Fidel haya dejado de creer en las perversidades expoliadoras del capitalismo; sería como creer que ahora Fidel piensa que la revolución socialista sólo es posible por los métodos pacíficos de la lucha política donde la filantropía suplanta, para siempre, a la teoría del proletariado; sería como ese proudhonismo que condena a la propiedad como un robo y que el Estado capitalista debe ser destruido pero no ofrece ninguna metodología de cómo lograrlo. Las conjeturas fueron producto de no haber escuchado íntegramente el discurso de Fidel y a los días, cuando lo tuvimos a la mano y los pudimos leer de pies a cabeza, dimos gracias a que no salimos apresurados a dar opiniones desconociendo causas o no teniendo razones válidas para nuestros argumentos. El camarada Fidel, jamás dijo, como si fuera de él, lo que habíamos escuchado. Simplemente, Fidel había citado a un mexicano que considera como un hombre de América. Por lo tanto, nuestra reflexión no es sobre lo expresado por Fidel sino por lo dicho por un hombre de América que no le conocemos ni su nombre ni su apellido y por ese motivo no los incluimos en nuestra reflexión, pero eso es lo que menos importa.

El hombre de nuestra América dijo, entre tantas cosas interesantes y citadas por Fidel, lo siguiente: “…no podemos perder tiempo en guerras anacrónicas que nos debilitan y agotan nuestras energías. Los enemigos hacen las guerras. Eliminemos todas las causas que provocan que el hombre vea al hombre como su enemigo. Ni los que se enfrentan en una guerra están conscientes de que esa sea la solución a sus problemas, reaccionan ante sus emociones y no les hacen caso a su conciencia pensando erróneamente que el camino a la paz es la guerra. Yo digo, sin ninguna posibilidad de error, que la paz con la paz se logra y: si quieres la paz, prepárate para cambiar tu conciencia”. 

 Sin duda alguna, es un párrafo hermoso como pensamiento, como una voluntad de amor por la humanidad, como un largo sueño que subjetivamente se despierta en medio de las realidades adversas al deseo, como una esperanza de largos trancos cuya meta no está decidida por poderes extraños a los seres humanos divididos en clases sociales contradictorias y antagónicas. En cierta forma, un pensamiento prohudoniano que choca contra la objetividad de la vida socioeconómica y contra las verdades de la teoría del marxismo.

 Admirable, sin duda alguna, la idea del hombre de América, pero desmenucémosla para ver cuánto de posibilidad real contiene en su esencia o en su forma. “…no podemos perder tiempo en guerras anacrónicas que nos debilitan y agotan nuestras energías…”. Eso es una gran verdad para los revolucionarios de cualquier tiempo y lugar. Ciertamente, existen las guerras anacrónicas, esas que se hacen sin que estén dadas, en primera instancia, las condiciones objetivas, porque eso sería como conducir un rebaño inocente a la muerte, a la derrota. En fin, sería como alargar el dolor de un pueblo estando conscientes, los que pegan el grito de ir a la guerra, de una crónica de un fracaso anunciado con tiempo.

 Corolario: ninguna guerra en este planeta ha sido concluida por el efecto de las consignas teóricas de la paz ni como consecuencia de los gritos del pacifismo de las multitudes que las condenan. No, se deciden en los campos de batalla aunque la presión internacional, que las condena y las rechaza, juegue un papel importantísimo para su conclusión. Ante una guerra anacrónica la actitud de no perder el tiempo se traduce en derrotarla con una guerra del pueblo, porque ésta es justa, no es anacrónica si se justifica históricamente, si implica el progreso y el desarrollo social. Pongamos un ejemplo: anacrónicas fueron las guerras del feudalismo contra el capitalismo como anacrónicas son las guerras del capitalismo contra el socialismo, pero son guerras al fin y al cabo de sobrevivencia. Si damos vuelta a la tortilla, tendremos como resultado: no fueron anacrónicas las guerras del capitalismo contra el feudalismo como no son anacrónicas las guerras del socialismo contra el capitalismo. Y eso se puede decir sin desmeritar un ápice el ideal del hombre de América. Eso no es ser un guerrerista sino, siendo objetivos, un entendimiento correcto de las realidades, de las contradicciones y de las necesidades que nos impone la historia para hacerla avanzar, progresar y desarrollar aunque mucho nos produzca dolores las brutalidades de la historia. Todas las guerras entre los pueblos son bárbaras y feroces, pero es necesario comprender lo que nos dijo el camarada Lenin hace muchas décadas: “… no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo…”.

Si nos dijeran los pacifistas o filántropos de este tiempo, que el mundo ha cambiado hasta un nivel en que todas las guerras son anacrónicas, terminaríamos por dejar exclusivamente en las manos del Ser Supremo y de las bondades de los grandes amos del capital la única alternativa de transformar el mundo de capitalismo en otro modo de producción superior que ponga fin a todas las causas que generan la violencia social. Eso es, por cualquier ángulo que se le estudie o se le mida, una utopía bien utópica.

 Luego, nos dice el hombre de América que “Los enemigos hacen las guerras…”. Otra gran verdad histórica. Todas las guerras, hasta el sol de hoy, las han iniciado los enemigos de la humanidad, del progreso y del desarrollo sociales, de la justicia y la libertad, de la emancipación del mundo de toda explotación y opresión de clases. Todas las guerras, independiente de los motivos ideológicos o políticos o religiosos que las hagan estallar, tienen su fundamento principal en el ansia de dominio económico. Por eso, lo dijeron Marx y Engels, son los factores económicos lo que en primera o en última instancia deciden el curso de la historia humana. De allí que sea la lucha de clases el motor de la historia y la revolución la locomotora de la misma.

Corolario: Jamás los enemigos de la emancipación del mundo, de todos los oprimidos y explotados, dejarán de hacer guerras, sean entendidas unas como anacrónicas y otras no. De allí la importancia de entender, por los revolucionarios, otra cosa que dijo el camarada Lenin que debía reconocerse: “… la legitimidad, el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía…”. Si los pueblos y, especialmente, las clases oprimidas se convencen que todas las guerras son anacrónicas, jamás lograrán salir del status que les oprime y les explota. Eso no es ser guerrerista, sino realista ante un mundo en que laminaría que lo explota y lo oprime se fundamenta en la violencia social.

Después nos dice el hombre de América: “… Eliminemos todas las causas que provocan que el hombre vea al hombre como su enemigo…”. En verdad, entre las grandes metas del ser humano en general y del proletariado en lo particular está la de eliminar las causas que han hecho que el hombre se convierta en lobo del hombre. Y esas causas se encuentran, primordialmente, en el régimen de explotación de unas clases por otras. Quien las busque fuera de las fronteras del planeta, termina confiado en que sólo el sufrimiento de su cuerpo en la Tierra le garantiza la felicidad de su alma en el Cielo.

Corolario: la única alternativa de eliminación de las causas que producen la violencia social o las guerras es el socialismo, es la creación de un régimen donde no sólo desaparezcan las clases sociales sino también el Estado y todos sus aditamentos de explotación y opresión sociales. Y es prácticamente impensable que el capitalismo le entregue todos sus instrumentos de poder y de explotación a los pueblos explotados y oprimidos por las vías pacíficas de la lucha de clases. Eso no es ser guerrerista, sino la exacta comprensión de las intrincadas contradicciones antagónicas de una sociedad dividida en clases sociales diferentes.

Y finalmente en su párrafo nos dice el hombre de América la esencia de todo su potencial de utopía, aunque muy hermoso: “Yo digo, sin ninguna posibilidad de error, que la paz con la paz se logra y: si quieres la paz, prepárate para cambiar tu conciencia”. No ha habido ninguna experiencia histórica en que la paz se haya logrado con la paz, aun cuando pueblos enteros lo hayan soñado de esa manera. Como tampoco ha habido una experiencia en que para hacer una revolución que transforme el mundo, primero se haya transformado la conciencia de la población.

Corolario: Es el ser social quien conforma la conciencia social, lo dijo Marx. Cierto es que ka conciencia juega un rol de mucha importancia en la lucha, en la práctica. Lenin dijo que sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario y Marx sostuvo que cuando la teoría prende en la conciencia de las masas, se hace práctica social. La aplastante o casi absoluta mayoría de la humanidad quiere la paz y está contra la guerra, pero eso no cambia las realidades del capitalismo, quien lleva en sus entrañas el germen de la violencia. Lo que se requiere es una conciencia para transformar el mundo a través de las luchas políticas de los pueblos para derrotar las guerras del capitalismo.

 Cuando ya no existan más guerras, no existan las clases sociales y reine la libertad sobre la necesidad, entonces será ese tiempo en que con paz se conquistará más paz y las voluntades de la humanidad determinarán, sin dejar de tomar en consideración los factores de la economía planificada y siempre colectiva, el destino del mundo. Y ya no habrá tampoco un hombre de América sino un hombre y una mujer del mundo.

 En definitiva, entendimos que Fidel lo que hizo fue citar las palabras de un hombre de América, que sueña con ver este mundo transformado sin necesidad de las guerras. Ojalá se produjera una sola rebelión universal que no de chance alguno a los explotadores y opresores de recurrir a la violencia contra las banderas de la justicia, la paz, la libertad, la equidad y la solidaridad. Y finalmente, el camarada que creyó que Fidel iba a terminar sus días de bernsteniano, corrigió su pensamiento equivocado y dijo: “No, Fidel es el marxista que cada día que pasa enriquece sus conocimientos”.

 Conclusión final: No nos gusta la guerra. Deseamos que todas las problemáticas económico-sociales que puedan resolverse mediante el diálogo, se conviertan en una verdad verdadera, en una realidad hecha a su plenitud. Sin embargo, si un pueblo es sometido a despotismo salvaje, a un bonapartismo o nazismo que les elimina todas las posibilidades de obtener sus reivindicaciones por las vías pacíficas de la lucha política, jamás le diríamos que una guerra revolucionaria es anacrónica.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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