Parte XV

Abramos el debate filosófico sobre la sociedad que todos queremos

Estimados camaradas socialistas, en este artículo quiero referirles y comentarles a la vez, una posición, una nueva opinión en este debate, que ha tenido a bien enviarme, un camarada residenciado en Paris. Su posición es tendiente a la religión y he de reconocer, que su posición y la mía son idénticas, pero lo mas importante de este articulo y lo que al final analizare, en este articulo, es la idea de este camarada, de cómo debe estar fundamentada la ética en este nuevo esbozo filosófico, que estamos realizando, tratando de llevar adelante, para nuestra querida nueva sociedad socialista.

Es importante reconocer, que no publico de manera integra el articulo, ya que la primera parte, aunque interesante, no es propicia, en estos momentos, para el tema fundamental en el que nos estamos ocupando, en este momento, en nuestro debate, como lo es la Ética, mas sin embargo, la parte fundamental, es decir, el tuétano de la cuestión, la publico tal y como llego a mi correo, a saber:

“Observación: el egoísmo, por vía del raciocinio —como usted dice—, no sólo produjo o deparó el capitalismo, sino también otro sistema en el cual la sociedad quedó atrapada (y esto mucho más allá de lo analgésico): la realidad de las religiones instituidas que dictan el orden social y político en todas partes. El poder de las religiones es tal que supera, con mucho, las fronteras de la espiritualidad propiamente dicha, y termina por controlar la sociedad, incluso las tendencias revolucionarias de la misma. Gracias a su carácter "espiritual", casi melifluo, pasa —o se escurre— de lo individual, subjetivo en el hombre, al mundo de lo público, concreto, llegando a convertirse en una instancia tan influyente, viral y organizada como el capitalismo. El siguiente artículo tal vez contribuya a sus próximas reflexiones.

Saludos desde París, Xavier Padilla.

Navidad laica-revolucionaria

Por Xavier Padilla

(….)Recordarán que habíamos mencionado al principio la religión —todas las religiones—. Y supondrán, espero, que no fue sin intención. He aquí por qué no lo fue: la religión, o lo que es lo mismo, la existencia de uno o muchos dioses, de santos, vírgenes y espectros alados; la existencia de un mundo o de mundos «más allá» del físico; de una dimensión que alberga seres sobrenaturales, divinos, y de todo aquello que normalmente constituye el credo de las religiones, viene a ser, en suma, lo que más propiamente corresponde a lo subjetivo, intuitivo, improbable, no a lo concreto, lo objetivo, demostrable, racional y que, como hemos visto, está vinculado a todo lo que es común, compartido, social.

Las religiones, pues, no son tributarias —y ello muy a pesar de sus habituales discursos de masa— de nada que sea realmente social, común, compartido. No tienen, en verdad, ninguna legitimidad social, ni mucho menos, por tanto, socialista.

El cuadro es más que engañoso, y lo que ocurre con las religiones es básicamente lo siguiente: confunden, con su discurso de masas, la mente para infiltrar lo social. Y lo hacen mediante un catálogo moral cuya sustancia tiene, irónicamente, un origen muy legítimamente social y concreto (que ha salido de la evolución de los pueblos), pero el cual toda religión se las arregla para atribuir sistemáticamente a un dios, a un «más allá». Es así, a través de esta usurpación fundamental, como las religiones operan su infiltración en el dominio de lo social y logran establecerse en tanto que fenómenos de masa, o cultura de masas. Luego, en consecuencia, no faltaba más: se adjudican también las más radicales funciones de conducción y liderazgo social.

Los supuestos en que las religiones basan fraudulentamente el discurso moral con que infiltran lo público-social no son supuestos que correspondan al ámbito terrenal, humano; es decir, que correspondan a lo común y demostrable, sino a lo individual, lo personal, intuitivo e improbable, que es el ámbito donde se origina la idea —o más bien la especulación— acerca de un «más allá», de un mundo sobrenatural, divino. Es echando mano de máximas que sin escrúpulo alguno adulan al "dichoso que no necesita ojos para ver", y que humillan, tácitamente, al pobre mortal que los necesita a diario para mirar, que queda expuesta la religión cristiana en tanto que todo, menos un puro humanismo. En forma patente, expresa su desprecio por el mundo físico, y más precisamente por nuestro cuerpo, por sus órganos vitales, comunes y esenciales a la vida.

No pierde el cristianismo tiempo en inventar un «más allá» superior a la realidad de aquí abajo. Con propósitos tales como el amor al prójimo, y sobre todo aquel que se refiere al amor del «Padre», logra astutamente definirnos en tanto que familia, esto es, en tanto que masa cuyos intereses son y han de ser comunes. Pero la habilidad del pase consiste en que si bien nos cataloga como hermanos, familia, sociedad, lo hace, no en función de lo que conocemos (lo próximo, lo concreto), sino en función de un dios, es decir, de aquello que no es, para nada, del ámbito de lo común, de lo demostrable, concreto, sino de lo subjetivo, lo supuesto, improbable, indemostrable. De un propicioso «más allá».

Cómo paga eso de otorgarle, a las máximas morales, un origen distinto que el histórico-social, puro y simple. Y no sólo distinto, sino superior, sólo comprensible mediante la fe, jamás la razón. Porque si en algo se han puesto de acuerdo las religiones es en que todo lo superior está por encima de la razón. Ésta sólo sirve, dicen, para «probar» (dando por entendido que todo lo que necesita de pruebas es, por supuesto, relativo a planos inferiores, demostrables).

He aquí, pues, cómo todo está resuelto de ante mano para las religiones. El modus operandi: deshaciéndose de la razón, confinándola a substratos de finitud, de intrascendencia; negándole todo acceso a las altas esferas de la «creación»; afectándola al aspecto mecánico del mundo, a su parte bruta, obrera, servil. Lo divino no podía, claro, mancharse las manos de grasa, ni ser remotamente comprendido por la exigua mente de los mortales, esclava eterna de las únicas herramientas que tenemos a disposición para «pastar» en nuestro finito globo azul.

Las religiones encubren mucho más de lo que suponemos, pero no en forma infalible: terminan por no poder evitar reproducir patrones y posturas que nos resultan amargamente familiares. Por eso necesitan de un modelo basado en jerarquías, y se organizan internamente como lo que son: entidades de exclusión-dominación. Sustituyen el origen histórico de la comprensión humana acerca de un orden social necesario, justo, por un origen divino con el cual las religiones se convierten automáticamente en intermediarias y ministras de todo.

No obstante, los espacios sociales, como dijimos al comienzo, son el patrimonio de la especie humana y deben ser considerados lo único que verdaderamente podría tener un carácter sagrado (que no divino...). Dicho patrimonio social, dicha propiedad común, dicho mundo incuestionablemente concreto, racional y objetivo se encuentra hoy, precisamente, en manos de las religiones, esto es, aquello que para dominarnos le inventa otro dueño a lo nuestro, y que nos aturde y marea con mitos y ritos interminables.

Si la revolución no toma en cuenta esto, ella será a su vez utilizada y puesta al servicio de las religiones, y por consiguiente de la expropiación y dominación que éstas de continuo operan sobre nosotros, los pueblos. Por eso, no puede haber ni habrá revolucionarios coherentes, por muy cuadros que sean (o qué cuadradas las tengan...), hasta tanto la revolución no nazca laica.”

A continuación voy a extraer la parte, que a mi parecer, es la mas importante y concisa de este articulo, claro esta, en lo tendiente a nuestro tema fundamental, que no es otro, que el basamento para la nueva ética socialista y este extracto a saber es:

“Los supuestos en que las religiones basan fraudulentamente el discurso moral con que infiltran lo público-social no son supuestos que correspondan al ámbito terrenal, humano; es decir, que correspondan a lo común y demostrable, sino a lo individual, lo personal, intuitivo e improbable, que es el ámbito donde se origina la idea —o más bien la especulación— acerca de un «más allá», de un mundo sobrenatural, divino. Es echando mano de máximas que sin escrúpulo alguno adulan al "dichoso que no necesita ojos para ver", y que humillan, tácitamente, al pobre mortal que los necesita a diario para mirar, que queda expuesta la religión cristiana en tanto que todo, menos un puro humanismo. En forma patente, expresa su desprecio por el mundo físico, y más precisamente por nuestro cuerpo, por sus órganos vitales, comunes y esenciales a la vida.”

Mas claro imposible, como verán, nuestro querido camarada ya comienza a esbozar la clara necesidad que tiene cualquier sociedad socialista nueva que se quiera formar, en basar a su ética y moral en el plano terrenal, es decir, en el plano de la razón y no en el plano espiritual, sobrenatural, metafísico, que para lo único que ha servido, es para lograr la dominación de las masas por los poderosos.

Ahora analicemos otro extracto, con el mismo punto de vista fundamental, a saber:

“Cómo paga eso de otorgarle, a las máximas morales, un origen distinto que el histórico-social, puro y simple. Y no sólo distinto, sino superior, sólo comprensible mediante la fe, jamás la razón. Porque si en algo se han puesto de acuerdo las religiones es en que todo lo superior está por encima de la razón. Ésta sólo sirve, dicen, para «probar» (dando por entendido que todo lo que necesita de pruebas es, por supuesto, relativo a planos inferiores, demostrables).

He aquí, pues, cómo todo está resuelto de ante mano para las religiones. El modus operandi: deshaciéndose de la razón, confinándola a substratos de finitud, de intrascendencia; negándole todo acceso a las altas esferas de la «creación»; afectándola al aspecto mecánico del mundo, a su parte bruta, obrera, servil. Lo divino no podía, claro, mancharse las manos de grasa, ni ser remotamente comprendido por la exigua mente de los mortales, esclava eterna de las únicas herramientas que tenemos a disposición para «pastar» en nuestro finito globo azul.”

Este párrafo es claro y conciso por si solo, al igual que el anterior, nos muestra la verdadera finalidad de lo divino, que tanto sustenta a las religiones y que no es usado para otra cosa, que para abolir la razón en todos sus seguidores y así, desde ese punto ciego de comprensión, lograr poder ejercer de manera clara y por mucho tiempo, su dominio en las masas, que bobamente se adhieren a estas corrientes.

Otro punto interesante de este articulo y que sirve de refuerzo a nuestro punto es:

“Si la revolución no toma en cuenta esto, ella será a su vez utilizada y puesta al servicio de las religiones, y por consiguiente de la expropiación y dominación que éstas de continuo operan sobre nosotros, los pueblos. Por eso, no puede haber ni habrá revolucionarios coherentes, por muy cuadros que sean (o qué cuadradas las tengan...), hasta tanto la revolución no nazca laica.”

Tanto para mi estimado camarada como para mi, esta es la conclusión final, la revolución tiene que ser LAICA, las bases filosóficas de nuestra nueva sociedad socialista tiene que ser, imperiosamente, LAICAS, de todo esto hay que execrar a las religiones, pero recordando siempre, que dentro de nuestra nueva sociedad, las religiones tiene cabida, pero en su justo puesto, en su justa medida y bajo un muy cuidado control.

Estimados camaradas socialistas y miembros del debate, con este articulo dejo zanjado, de una vez, el espinoso tema de la religión y a la vez, doy el inicio a las conclusiones finales de nuestra nueva ética socialista, las cuales tocare en el próximo artículo.

pito0726@hotmail.com


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Alfredo Domínguez Fernández


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