La democracia, el último peldaño

Aunque la anarquía podría ser el marco de una sociedad perfecta, no pasa de fantasía. En cambio, considero realizable una socialización total y universal. La verdadera amenaza ya no es la burguesía, como en el XIX, sino los voraces afanadores de dinero. Y por eso vuelve una vez más el binomio "democracia-economía". La mayoría de democracias occidentales son meras ficciones: el pueblo ni gobierna ni decide. Incluso en el país que se proclama campeón del modelo, donde la plutocracia humilla a millones de ciudadanos no wasp, la democracia es una gran mentira.

Si Roma y Atenas no son hoy ejemplo de democracia —restringida allí a patricios e ilotas, aquí a varones libres— tampoco lo es ya el sistema diseñado por Montesquieu. Su división de poderes quedó sepultada por la irrupción de la prensa primero y de los medios después, hoy confundidos con el poder financiero y político. Así se sostiene la ciénaga occidental, donde el pueblo financia los privilegios de minorías dominantes. Recordemos cuando un gobierno español llevó al país a una guerra rechazadísima: allí quedó claro lo poco que representaba el clamor popular.

Montesquieu, aristócrata de su tiempo, reforzó el poder burgués. Más tarde Marx puso al individuo en primer plano. Hoy sabemos que la democracia auténtica no es punto de partida, sino meta última de la organización social. Antes deben cumplirse tres condiciones irrenunciables: garantizar alimento y salud, asegurar un techo y proteger contra privilegios heredados o institucionales. Sólo entonces cabe hablar de libre mercado en lo superfluo y de democracia. Invertir los términos —instituir primero la democracia y abandonar al ciudadano al azar del mercado— sólo genera desigualdad, frustración y fobia social, que se combate con represión o con drogas.

La democracia liberal presume de salvaguardias, pero el verdadero poder ya no es el del Estado, sino el de las empresas, los medios, las finanzas y las instituciones mismas, muchas veces juez y parte. El individuo común sigue inerme frente a abusos, salvo cuando su problema coincide con una causa televisiva. La tiranía oculta bajo la democracia es precisamente ese truco: hacer creer que la Constitución y las leyes lo protegen. En realidad, las excepciones son las positivas.

No me toca demostrarlo: son las democracias quienes deben transmitir confianza, algo que la mayoría de ciudadanos sin privilegios no siente. La libertad amenazada puede ser tan opresiva como la ausencia de libertad. De ahí la paradoja: las democracias modernas pueden ser más sofocantes que ciertos regímenes totalitarios que al menos aseguran lo básico a todos.

En suma, sólo cuando se alcance la igualdad racional entre ciudadanos podrá abrirse paso la democracia real. Pretender construirla en el aire es ilusión o manipulación. Y mientras un tercio del planeta viva en democracias simuladas a costa de los dos tercios explotados, seguirán mandando la mentira y el prestidigitador. El principio marxista: la política es mera superestructura de lo económico significa que Marx situaba el comunismo en la sociedad postindustrial. Es ahora cuando esa posibilidad se perfila en la sociedad y en la nación chinas.



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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