El madurato, ha causado una enorme herida a la sociedad venezolana, eso salta a la vista: transformó la economía en un pillaje, saqueó al país, lo devastó. Daño inmenso solo visto en la historia en países sometidos a guerras feroces. Ahora bien, sin dudas, la mayor herida, la más difícil de sanar, es la herida en el alma, en la ética, en la moral.
El madurismo mostró su odio a la inteligencia, al conocimiento: minó las bases de la educación, demolió al sistema educativo desde el prenatal hasta la Universidad. Da tristeza pasar por las Universidades públicas y sentir la soledad que las agobia, la ausencia de alegría en los pocos que deambulan por pasillos y cafetines desérticos. Los empleados y profesores no devengan salarios, solo propinas a voluntad de los capos de arriba. Lo que permea de la cúpula dirigente no es el mejor ejemplo: la improvisación, el desprecio por el conocimiento es evidente, no hay argumentos, no se confiere el discurso con la realidad; abundan las acusaciones sin fundamentos. A todo esto se suma el mal trato al sistema de justicia, lo transformaron en una agencia de miraflores, La Majestad de la Ley, la imparcialidad, yace hecha pedazos en los miles de secuestrados, acusado de cualquier barbaridad, como esa de terrorismo sin terror. El odio es una acusación difusa que puede “justificar” desaparecer a cualquier político incómodo, lo mismo con la acusación, al voleo, de corrupto, o fascista, todas sin definición, ambiguas, de plastilina.
Dejaron al país sin referencias éticas, sin moral, más allá del sobrevivir, todo se justifica si de conseguir se trata, desde “tumbar” al vecino, al cliente, al enfermo, la policía no protege, martilla. Las alcabalas pululan a voluntad del funcionario, salen a la calle quince y último a conseguir lo que el Estado les niega.
Transformaron a la sociedad, ahora todos somos presas y todos somos predadores. No hay ley, no hay referencias morales, es una verdadera guerra de todos contra todos. Esta situación “sui generis”, tiene su correlación con una economía igual de torcida, sostenida por el alto volumen de las remesas, y por el rebusque a costa del prójimo, que se ha convertido en una industria nacional.
Podemos concluir, y esto es grave, que se ha perdido el sentido de sociedad, de pertenencia al todo. Y con esta pérdida se anula la capacidad del aprendizaje social. Recordemos que el humano es un animal social, sin sociedad es un ser incompleto. Ahora se desconfía del prójimo y, por supuesto del gobierno súper mentiroso, no se cree en nada ni en nadie. No se sabe quién es el presidente, no aparece el encargado de dar los resultados, de allí para abajo ¿qué está seguro, qué es cierto, en quién confiar?
Esta situación de descalabro moral no la puede arreglar la economía del imperio que sólo se importa de llevarse el petróleo y las riquezas materiales, ni la puede sanar los mariacorinos que son sus compinches. Es decir, incapaces de construir una economía social que sustente la conciencia social, que le devuelva al humano su condición natural, lo integre al todo. El arribo de estas opciones sólo dará al descalabro moral, soporte material en una economía del engaño, de la explotación del hombre y de saqueo de las riquezas nacionales, una economía capitalista. En esas manos se pierde la Republica.
Está claro que la salida de este atolladero sólo es posible con un fuerte impacto moral, un gobierno que sacuda el alma de la población, unos gobernantes de alta estatura moral, que se comporten en el poder con sentido monacal, austeridad de ermita, apegados a la verdad, y que valoren sus méritos por la capacidad de servir. Esa conmoción de moralidad la vivimos con Chávez, aquellos días sentimos lo que es estar unidos en sociedad, pertenecer al todo. Hoy, comparamos aquellos días, la moral alcanzada, con el desastre de este madurato, y tenemos que concluir en la necesidad vital de volver a Chávez.
¡CHÁVEZ, SOCIEDAD, FUTURO!
¡VENGA TEMPESTAD!
