Trump, Chávez y Maduro...

Ninguno de ellos apareció por arte de magia, como algún semidiós en alguna tragedia griega o un personaje de película. Tanto el peligroso y fascista payaso anaranjado como el soldado tribilin y el actual chofer de autobuses (salvando por supuesto las inmensas distancias) son el producto de unos largos procesos de degeneración política, cultural y social, promovida muy adrede por las elites burguesas liberales y su sistema capitalista con una diferencia vital: Trump es un vil mafioso, el resultado y la continuidad de una degeneración política creada desde la mismísima fundación de la nación norteamericana, mantenida a punta de millones, represión, control mental y propaganda, mientras que tanto Chávez como Maduro son el producto de una realidad política corrupta creada y mantenida durante décadas por las elites capitalistas imperiales y sus lacayos locales y que a finales del siglo pasado el bravo pueblo venezolano decidió cambiar por medio de los votos, para poder por primera vez tomar el rumbo del país en sus manos y recuperar su dignidad e independencia.

Trump es el resultado de una democracia fallida, Chávez y Maduro son dos líderes nacidos del pueblo y la fiel encarnación del deseo de ese pueblo aguerrido de vivir en una patria libre y soberana y no en una colonia imperial.

Trump es parte de una burocracia corrupta al servicio de las corporaciones mientras que tanto Chávez en su momento como Maduro en la actualidad, tuvieron y tienen que enfrentarse a esa burocracia y tratar de eliminarla o al menos disminuirla; una burocracia amparada por y basada en un sistema capitalista inmoral y sin ningún tipo de ética, un sistema que nos guste o no todavía tiene un fuerte control en la mayor parte del planeta y del cual aún no hemos podido liberarnos en la patria del gran Bolívar.

En este mundo al revés creado a imagen y semejanza de las elites financieras y corporativas, un mundo cada momento más inestable y peligroso, los prostituidos medios de comunicación corporativos y los académicos asalariados por un lado nos venden como si fuera un defensor de la libertad y la democracia a un proto tirano racista y pretencioso, un supremacista elegido por un sistema electoral amañado, que va desmontando poco a poco las leyes internacionales e incumpliendo descaradamente su palabra, mientras por el otro quieren hacernos creer que líderes populares como Chávez y Maduro legítimamente electos y totalmente entregados a sus pueblos son malvados dictadores. Lo más triste es que mucha gente está tan alienada, tan idiotizada, que les creen sus mentiras y piensan que la dictadura de las corporaciones no existe y que "la democracia y la libertad" se adquieren simplemente doblegándose a esta dictadura y volviéndose esclavos voluntarios de las elites dueñas de los medios de producción que siguen destruyendo el planeta y hundiendo a las grandes mayorías en la incertidumbre, la precariedad y la miseria. Cualquier nación que se rebele será catalogada como un estado fallido contrario a su supuesta "democracia", cualquier líder social que se oponga será destruido moralmente o cruelmente asesinado.

Hoy el mundo está dividido entre los que creen en una ilusión creada y vendida por las elites para poder seguir gobernando y aquellos que han despertado a la realidad de un planeta en peligro donde impera un sistema económico criminal que se alimenta con la miseria de las grandes mayorías y que se organizan y luchan para combatirlo.

En esta lucha los verdaderos revolucionarios debemos entender que las revoluciones no se pueden decretar verticalmente. Las revoluciones deben empezar en el corazón de cada uno de nosotros y luego a partir de la investigación profunda, el pensamiento crítico y sobretodo y más que nada la acción directa y constante, extenderse horizontalmente.

La entrega y el valor de nuestros líderes no significarían mucho sin el acompañamiento constante y proactivo del pueblo en las calles, luchando, trabajando y construyendo el proceso desde abajo.

La teoría y su práctica revolucionaria deben ser principalmente actividades cívicas y luego académicas, no al revés y necesariamente deben convertirse en la fuerza para desarrollar políticas públicas, indicar la dirección a tomar por nuestros gobernantes que deben "mandar obedeciendo". La teoría y la práctica deben nutrir profundamente la educación y la acción de los ciudadanos para seguir construyendo una sociedad más participativa más justa e igualitaria con verdadera conciencia revolucionaria.

Una sociedad donde no existan aberraciones como Trump y donde los líderes se parezcan más a sus pueblos y trabajen para ellos y con ellos, para poder, como cantaba el gran Ali Primera, hacer más humana la humanidad.



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Gustavo Corma


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